Un gobierno nuevo, en angustiante soledad
Fernández logró un triunfo pírrico en el Congreso; la coalición peronista está herida de muerte y ahora viene el ajuste; presión por un cambio de Gabinete
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Es un divorcio sin gritos, como si el desgaste fuera ya tan grande que apenas quedara resolver el reparto de bienes. Alberto Fernández se queda con la ley del FMI; Cristina Kirchner retiene para ella y su entorno la bandera de la rebeldía. Los dos salen del trauma más solos, más débiles y metidos en una nube densa que les impide ver el futuro con claridad.
Sobre Fernández pesa ahora la presión de relanzar un gobierno averiado que debe ejecutar un plan económico impopular sin el respaldo de la facción que lo aupó al poder. El voto negativo de Máximo Kirchner y La Cámpora, sumado a la explícita oposición de la vicepresidenta –que votó por Twitter–, alimenta el clamor de quienes le piden de una vez por todas asumir sin miedo el liderazgo que demanda su cargo.
Hace tiempo está instalada la convicción de que una vez aprobado el nuevo préstamo del FMI Fernández dispondrá cambios en el gabinete. El estrés al que lo sometió el kirchnerismo en las últimas semanas complicó todo el proceso. La costumbre de negociar sobre una cuerda floja obligó a Fernández a rogar un salvataje a Juntos por el Cambio y tuvo que desautorizar de manera inclemente a Martín Guzmán, que soñaba con revestir de unanimidad el programa que pactó con la burocracia del Fondo.
El resultado del viernes a la madrugada proyecta hacia adelante un bloqueo autoinflingido en el oficialismo. Máximo y Cristina perdieron, pero exhiben 28 votos negativos y 13 abstenciones (un tercio de la bancada en Diputados). Sin necesidad de romper formalmente aún, el kirchnerismo se reinventa como un grupo autónomo que no se propone conducir sino vetar cuando lo juzgue conveniente. La advertencia a Fernández es clara: negocia con ellos o se echa a los brazos de la oposición.
Sergio Massa se convirtió en el sustento principal de Fernández en la semana en que su gobierno se balanceó ante un abismo. El tigrense ocupó las funciones que, por especulación o falta de confianza, no ejercen los que tienen el puesto. Fue un poco ministro del Interior, un poco jefe de Gabinete. Discutió con la oposición los términos del proyecto de manera que pudieran aprobarlo con el menor costo posible. Y convenció al Presidente de que debía ceder en todo. Que Guzmán y los Kirchner lo llevaban a una encerrona.
El ministro se devaluó como un rublo en los días en que debía brillar. Le cambiaron hasta la última coma a su proyecto de ley. Resultó inexplicable su viaje a Houston en plena discusión del proyecto que dio razón de ser a su vida de funcionario. En su teléfono sonó en serio el chiste repetitivo que le hacían con la famosa frase de Apollo 13. De verdad tiene un problema.
Los rumores de salida sacudieron al peronismo. “Tiene el apoyo total del Presidente”, insisten en la primera línea gubernamental. En otros despachos oficialistas matizaban. “Hasta que el directorio del FMI apruebe el acuerdo y lleguen los dólares no se mueve nada. Después se verá”, dice un gobernador de los que operó para sumar votos en el Congreso.
El Frente de Todos es la caricatura de una coalición. Lo que hicieron los diputados que lidera Máximo y el video que publicó Cristina horas después de la votación marcarían en cualquier democracia del mundo el quiebre definitivo del bloque gubernamental.
Pero el Presidente tratará de postergar en el tiempo la farsa del peronismo unido. Al menos hasta la próxima campaña electoral. ¿Entonces dejará en manos de los conjurados de La Cámpora las cajas de la Anses, Aerolíneas y el PAMI?, se preguntan dirigentes que lo quisieran ver triunfar. Fernández ha confesado infinidad de veces que ante dilemas complejos se pregunta qué haría Néstor en su lugar. Traducido a este caso: ¿qué hacer cuando la vicepresidenta arma la resistencia al proyecto medular del Gobierno?
A Julio Cobos se lo condenó al ostracismo como a un traidor en 2008 por el voto “no positivo” contra una suba de impuestos que el kirchnerismo había transformado en una guerra a todo o nada. A Daniel Scioli por sugerir ante los medios que había que aumentar tarifas, en 2003, lo congelaron durante dos años hasta que le devolvieron el saludo gracias a sus buenos números en las encuestas.
Vidrios rotos
La jugada que orquestaron entre Massa y Fernández para sacar la ley del FMI con apoyo opositor dejó en offside a Cristina. Manchó el mito de su omnipotencia. Ella rompió semanas de silencio con un video en el que se presenta como víctima para enmascarar la inocultable traición política al gobierno que ella dio a luz.
Otra vez… inmensa pena. pic.twitter.com/bFP7Znz0sy
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) March 11, 2022
Recurrió a su tradición adverbial para construir una hipótesis conspirativa. La autora de Sinceramente denunció el ataque con piedras que destrozó los vidrios de su despacho en el Senado y dijo que “paradójicamente” la apuntaban a ella, que siempre se enfrentó al FMI. “Paradójicamente o intencionalmente”, resaltó. No parecía aludir a los militantes de la extrema izquierda que asaltaron el Congreso. ¿Sospecha entonces del Gobierno, a pesar del mensaje de solidaridad que el Presidente le envió por Telegram al enterarse de la agresión?
El camporista y ministro bonaerense Andrés Larroque sumó condimento cuando ayer denunció: “Aturde el silencio y la parsimonia del gobierno frente al ataque al despacho de la Vicepresidenta”. Aníbal Fernández salió a cruzarlo en su nuevo rol de escudo mediático del Presidente ante el fuego amigo.
Cristina no condenó la violencia, salvo la que le causó daños a ella. Larroque tampoco aludió a todos los demás destrozos en la zona del Congreso ni a las heridas que sufrieron los policías a los que les arrojaron bombas incendiarias. Previsiblemente, podría añadirse.
El relato de Cristina parecía el guion de una película de guerra (las imágenes también tienen algo de montaje hollywoodense). Contó que con ella estaban Máximo, Anabel Fernández Sagasti y Oscar Parrilli, un fervoroso antiimperialista que en otra vida fue el miembro informante de la privatización de YPF y la creación de las AFJP. Es el general asediado en su búnker, rodeado de sus fieles. Pergeñando, en este caso, una ofensiva inútil: el pacto con Juntos por el Cambio garantizó que el proyecto del FMI tuviera votos suficientes en las dos cámaras pese a las disidencias oficialistas.
De algún modo fue un alivio. Nadie podrá acusarlos de un estallido ni endilgarles un doblez ideológico. Máximo le había anticipado a Massa el voto negativo. Hizo una concesión que dice mucho de la madurez de su liderazgo: ofreció su ausencia en el recinto y la boca cerrada de los camporistas para “no pudrir” la sesión. Está fresco recuerdo del fiasco del presupuesto 2022, que fue rechazado después de los ataques verbales del hijo de Cristina al macrismo.
Esa deserción ayudó a Massa y a los dialoguistas de la oposición a proyectar un debate pacífico. Fue un banquete de sapos, en medio de una oda coral a la resignación. El miedo a que una palabra fuera la chispa de otro incendio propició pactos extravagantes: el lunes en la reunión de Comisión a la que asistió Guzmán no se pronunció ni una vez en nueve horas la palabra “Macri”. Lo habían acordado el diputado Cristian Ritondo y Massa para no sumar obstáculos a la negociación. Hubo cumplimiento perfecto. Se usaron todos los sinónimos posibles para aludir al pasado sin mencionar al expresidente.
En paralelo, el Gobierno buscó recubrirse del apoyo de los gobernadores peronistas. Fernández los juntó a todos en la Casa Rosada salvo a Alicia Kirchner, Axel Kicillof (ante la duda opta por “la jefa”) y Jorge Capitanich, de oportuno viaje para mantener un pie en cada barrio y seguir soñando con una candidatura nacional en 2023.
Fernández coquetea también con los barones del conurbano. En el kirchnerismo –que considera ese territorio como el patio de su casa- encendió alarmas el provocador mensaje reeleccionista del Presidente en José C. Paz, que siguió a una arenga brutal de Mario Ishii. “No traicionen al pueblo y voten a favor”, dijo el caciquejo peronista. Solo le faltó nombrar a Máximo.
Inflación y guerra interna
La incógnita central en la coalición peronista es hasta qué punto escalará la batalla cuando el acuerdo con el FMI se haga realidad y empiece la rutina de las revisiones, con el consecuente peligro de default. El rumbo de divergencia es inamovible. Fernández queda forzado a construir autonomía de cara a una candidatura en 2023; el kirchnerismo se encamina a profundizar sus diferencias, con la identidad como bien supremo, por encima incluso de la gobernabilidad.
Esos escarceos electoralistas se celebran en medio de un presente de privaciones y con una guerra en Europa. El gran drama es el carácter inflacionario y recesivo de las medidas que tendrá que aplicar Guzmán o quien lo suceda para cumplir con las metas y superar las revisiones trimestrales que destraban las cuotas del nuevo préstamo.
Nadie intentó demostrar en el debate parlamentario que se podrá mantener un ritmo de crecimiento sólido en los próximos dos años, como sostiene Guzmán. Es natural: el plan contempla suba de tasas, baja del déficit, freno a la emisión, mayor ritmo de devaluación, aumento de tarifas energéticas, más impuestos y ninguna reforma de calado que aborde los desequilibrios escandalosos que arrastra la economía argentina.
“Es un contexto incendiario para plantearse una batalla de poder”, admite un dirigente peronista que aconseja al Presidente.
Wado de Pedro, el camporista que conduce el Ministerio del Interior, profundizó su papel de bisagra. Su apoyo público al acuerdo con el FMI puede verse como una señal de que no existe ánimo de ruptura total. Hay que recordar que fue él quien encabezó la rebelión de las renuncias después de las PASO de septiembre. Hoy actúa con la delicadeza de un embajador. Fue todo un retrato de la anomalía argentina que el Presidente se sintiera motivado a difundir un comunicado oficial con la única noticia de que se había reunido con De Pedro.
“Wado actúa como garante de nuestra continuidad”, explica una fuente del Instituto Patria, que niega un distanciamiento entre el ministro y los Kirchner.
De Pedro fue uno de los primeros dirigentes en solidarizarse en Twitter con Cristina el mismo jueves por el ataque a su despacho. Es sintomático que Larroque cuando denunció el “silencio que aturde” no haya registrado el mensaje del ministro del Interior. Para La Cámpora, él no es “el Gobierno”.
Juntos esta vez
La dinámica económica que viene interpela también a la oposición. Juntos por el Cambio celebró la señal de unidad en la sesión parlamentaria, después de un principio de semana que amenazaba con una fractura. La debilidad del Gobierno les permitió imponer una nueva redacción que aprueba solamente la autorización a tomar el préstamo de 45.000 millones de dólares y deja en manos del Poder Ejecutivo el diseño del plan. Los economistas de Pro habían tocado a sus contactos en el FMI y advirtieron que no había ninguna exigencia de que el programa económico fuera votado por el Congreso.“Era Guzmán, en busca de protección legal ante eventuales juicios como el que nos metieron a nosotros por el préstamo de 2018″, aclara uno de los jefes opositores en Diputados.
¿Alcanzará para no sufrir costos con su electorado? Los referentes principales asumen que no. “Cuando lleguen las facturas de gas con un aumento sideral o empiecen a subir impuestos, nos van a llover puteadas de los nuestros”, se resigna una fuente que integra el lote de presidenciables del Pro. La responsabilidad institucional de evitar el default al que conducía la rebelión kirchnerista paga poco en la timba electoral.
El énfasis en aclarar en cada discurso legislativo que no estaban votando las medidas del programa es un ejercicio retórico de difícil decodificación para el ciudadano de a pie. El propio Ricardo López Murphy puso en contradicción esa idea en el mensaje con el que justificó su voto negativo: sus “convicciones” le impedían votar en contra de la promesa electoral de no subir impuestos, dijo, entre otros argumentos.
Una preocupación extendida entre los opositores se centra en la desilusión social en el tiempo que viene. Se enfrentan a una pregunta incómoda que el Gobierno desistió de hacerse: ¿hasta cuándo puede subsistir una clase política que desde hace años solo pide sacrificios inútiles?
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