Un gobernador ante la crisis: la carrera desesperada de Kicillof contra el tiempo
Axel Kicillof clava la mirada en la pantalla de su teléfono y suspira. El auto que lo lleva desde la gobernación, en La Plata, al comité de emergencia, en La Matanza, surca la autopista 25 de Mayo, a toda velocidad. El gobernador acaba de anunciar la duplicación de la cantidad de "camas críticas" del sistema público de salud de la provincia de Buenos Aires, gracias a un acuerdo que cerró con el líder de los camioneros, Hugo Moyano. Pero en su celular se acumulan reclamos de todo tipo. Se detiene en uno del intendente de Roque Pérez, Juan Carlos "Chinchu" Gasparini. Desde el asiento del acompañante, le delega la tarea a Jésica Rey, la ministra de Comunicación Pública y vocera, que viaja atrás: "El Chinchu nos pide un respirador".
Como Alberto Fernández y el resto de los gobernadores, Kicillof corre una carrera contra el tiempo. Menos de cuatro meses después de haber empezado su mandato, tiene la misión de preparar a la provincia para enfrentar la etapa más crítica de la expansión de la epidemia del coronavirus, un cóctel de enfermedad y parálisis económica, que se espera para los próximos 45 días. El gobernador bonaerense la tiene más difícil que el resto: en la provincia de Buenos Aires, un distrito con un sistema de salud en estado crítico, vive el 60% de los pobres del país y el 55% de los desocupados, la mayoría de ellos amontonados en el conurbano. Es una batalla vertiginosa, en la que, a cada minuto, surgen problemas inesperados por todos los flancos.
"Nos preparamos para lo peor, como cuando hay alerta de granizo y salimos a ponerle la frazada al auto. Pero no tenemos miedo. Estamos trabajando para evitar que la gente pase hambre. El Estado tiene que estar más presente que nunca, y es lo que estamos haciendo", dice, mientras el auto atraviesa el peaje de Dellepiane, en el sur de la Capital. En los carriles de la derecha hay filas de más de 30 metros de largo. El chofer del auto de Kicillof, un Volkswagen Vento gris de la policía bonaerense, se tira hacia la izquierda y activa unas luces azules. Los agentes en los retenes se corren para dejarlo pasar. "El que no está preocupado por lo económico, está loco. Pero el que cree que se puede pensar solo en eso, también", dice, para desmentir cualquier tipo de fisuras con el gobierno nacional sobre la conveniencia de la cuarentena.
En 15 minutos se le acumulan 16 chats de WhatsApp. Tiene mensajes de su ministro de Hacienda, el Bati Pablo López; del ministro del Interior, Eduardo "Wado" de Pedro, y de su esposa, Soledad Quereilhac, que cumple la cuarentena con los dos hijos de la pareja, en la residencia del gobernador, ubicada en el mismo predio que la gobernación. En el inicio de la crisis también recibió un mensaje de la exgobernadora, María Eugenia Vidal, que se puso a disposición. Kicillof elogia el trabajo que hace con el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, pero se queja de la convocatoria de médicos que hizo la Ciudad, con sueldos mayores a los de las provincias: "No podemos andar tironeando los recursos, tenemos que hacerlo coordinadamente".
La agenda oficial del gobernador arrancó a las 11, en la gobernación. "Trabajo con cama adentro", bromeó, cuando apareció en la antesala de su despacho, donde lo esperaban Moyano; el ministro de Salud de la Nación, Ginés González García, y el ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollán. Con ellos encabezó, unos minutos después, el acto por la firma del acuerdo que incorporó al sanatorio Antártida, ubicado en el barrio de Caballito, como prestador del sistema de salud público provincial. Todavía le falta conseguir 300 "camas críticas".
Al camionero lo saludó con un choque de codos. "Yo a los 26 años tuve tuberculosis. Parece que quedé inmunizado, porque nunca me resfrío, no tengo gripe, nada", le comentó Moyano. "Yo tengo tres resfríos fuertes al año, así que ya decidí que no me voy a perseguir con que tengo coronavirus", replicó Kicillof, justo antes de que apareciera el ministro de Seguridad provincial, Sergio Berni. González García se cuadró y lo recibió con una broma: "¡Teniente coronel, soldado camillero lo saluda!" Berni sonrió, se cuadró e hizo la venia. Enseguida se sumó Federico Otermín, presidente de la Cámara de Diputados provincial. Saludó con los dedos en V: "Los peronistas no necesitamos andar a los codazos". En la gobernación no hay protocolos sanitarios: no se toma la temperatura a los que ingresan, ni a los custodios.
Antes de partir hacia La Matanza, Kicillof regresó a su despacho con Rey y Federico Thea, el secretario General de la Gobernación, con el que trazó el operativo para la vacunación de la gripe tradicional. Acordaron que se aplique solo al personal sanitario y a los mayores de 65 años, que deberán concurrir por turnos, según el último número de su DNI. La vocera le contó que, por el pago de jubilaciones, había largas filas en los cajeros automáticos del Banco Provincia, y leyó algunas de las consultas que llegaron por correo electrónico. "¿Puedo ir a hacer una changa el fin de semana? ¿Hay que pagar la cuota del colegio? ¿Hay que pagar el seguro del auto?".
Antes de llegar al comité de emergencia, Kicillof llama a De Pedro: "Wadito, ahora te paso el número. Doce mil palos es nuestra necesidad". Minutos después, atiende a López. "Bati, llamala a Batakis [Silvina, secretaria de Provincias del Ministerio del Interior] y explicale lo de las AUH". Al ingresar en el comité, al borde la Autopista Riccheri, el gobernador ensaya un saludo general. "Buenas, buenas. Ahora ni siquiera codo, eh. Pasamos a otra etapa", dice a los policías que le abren paso, y se dirige hacia una habitación ubicada a pocos metros de la entrada, desde donde se monitorea el operativo de seguridad. En la puerta, un cartel dice: "Sala de situación Covid 19".
Lo recibe Berni. El ministro está descalzo, como si estuviera en su casa. "Duermo donde me agarra la noche", se excusa, y señala, en una sala contigua, dos sillones de cuerina negra, de una plaza, donde durmió la noche anterior. Sobre su escritorio hay un casco blanco. "No es un casco cualquiera. Tiene visión nocturna", dice.
En una de las paredes de la sala de situación, hay seis pantallas con mapas de calor del conurbano, repletos de puntos de colores. Las villas figuran en rojo. "Tenemos mapas del delito de las zonas de mayor sensibilidad social. Los puntos de colores nos marcan supermercados, helipuertos, centros de salud, comisarías y el despliegue de los móviles. Hasta el rango etario en cada zona tenemos", se entusiasma Mauricio Idiart, un ingeniero en informática que trabaja para el Ministerio de Seguridad. En una pantalla ubicada en otra pared se monitorean las llamadas al 911. "Refiere que un vecino que se llama David cree que tiene el coronavirus", dice uno de los informes. Berni lo mira a Kicillof y celebra: "Lo hicimos todo en tres meses. Antes no estaba esto, eh".
En otra sala, jefes policiales trabajan para enviar 2600 efectivos más al territorio. En un pizarrón dice "planificación estratégica", y debajo hay tres puntos: "Zonificar territorialmente identificando áreas focalizadas", "medidas para garantizar el aislamiento comunitario" y "logística". De regreso en el despacho dormitorio de Berni, el ministro hace un balance del operativo: "Estamos bien", le dice. "Dadas las circunstancias", matiza Kicillof. El ministro asiente y concede: "Boludo, algunos no toman dimensión. Esto es un gran quilombo".
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