Un gabinete mayoritariamente moderado
Si algo sabe Alberto Fernández es acomodar las piezas sueltas de un rompecabezas. Pasó gran parte de su vida en el ejercicio de equilibrista político, que es lo mismo que unir las piezas de un rompecabezas. El gabinete que presentó ayer es la expresión más cabal de la coalición peronista que ganó las elecciones y que accederá al poder dentro de tres días. Muchas personas son productos de su propia cosecha; otros lo son de Cristina Kirchner, y el resto pertenece a compromisos con intendentes y gobernadores. Solo los sindicatos quedaron afuera.
Están demasiado fragmentados como para conformar a todos con una designación. El denominador común de todos los funcionarios designados es que ninguno está acusado en causas de corrupción ante la Justicia y que varios (no todos) militan en la franja de moderación política que promueve el presidente electo, aunque a veces él mismo rompe esa línea cuando se deja llevar por su afición tuitera. Un gabinete se evalúa forzosamente por sus resultados, pero los nombres dicen mucho al inicio.
La moderación la encarnan Santiago Cafiero (hijo y nieto de hombres moderados y consensuales); Felipe Solá, Ginés González García, Gustavo Beliz, Nicolás Trotta, Claudio Moroni, Marcela Losardo, Gabriel Katopodis, Mario Meoni, Matías Lammens, Vilma Ibarra, entre varios más. Néstor Kirchner solía definir a Felipe Solá, próximo canciller, con una frase corta: "Felipe es Felipe". No lo decía para elogiarlo, pero conllevaba un elogio implícito. Significa que Felipe Solá no es fanáticamente de nadie. No fue un menemista fanático, ni un duhaldista fanático, ni un kirchnerista fanático, ni un antikirchnerista fanático. Es, sobre todo, un peronista independiente; a veces, un librepensador. Pertenece también, como Ginés González García, al inventario del peronismo histórico. Agustín Rossi merece una mención especial porque en su trayectoria de las últimas dos décadas pasó de ser un hombre componedor en la Cámara de Diputados, cuando el presidente era Néstor Kirchner, a un cristinista agresivo por momentos. En los últimos días protagonizó un hecho diferente. En un homenaje que el Senado le hizo el miércoles pasado al exministro radical de Defensa Horacio Jaunarena, que ocupó ese cargo durante las gestiones de Raúl Alfonsín, de Fernando de la Rúa y de Eduardo Duhalde, uno de los pocos peronistas que asistieron fue precisamente Rossi. Lo saludó afectuosamente a Jaunarena, convaleciente de una seria enfermedad, y departió con el resto de los asistentes, entre los que no había muchos peronistas y menos aún cristinistas. El viejo político moderado ha vuelto.
La conducción económica es una incógnita, porque no se sabe si Martín Guzmán y Matías Kulfas, que serán los dos ministros del área, tienen ideas nuevas o viejas. Nunca expresaron públicamente lo que piensan. El caso de Guzmán es el de un académico (la carrera universitaria la hizo en los Estados Unidos) que nunca estuvo en la función pública, pero que conoce y habla con Alberto Fernández desde hace mucho tiempo. Es Guzmán, seguramente, el que ya inició la negociación con el Fondo Monetario Internacional, según el anuncio que hizo ayer el presidente electo. Sucede lo mismo con Seguridad. La que será la nueva titular, Sabina Frederic, es un académica que tampoco tiene experiencia en la administración pública. Frederic hizo algunas declaraciones públicas poco felices, como que el terrorismo no es un problema argentino. La Argentina sufrió dos atentados del terrorismo internacional, en la embajada de Israel y en la AMIA. Le guste o no a Frederic, el país ya fue víctima del terrorismo internacional. La comunidad judía argentina repudió inmediatamente las afirmaciones de Frederic. En ningún otro sector del gobierno como en la conducción económica y en seguridad hay riesgos tan inminentes de un desgaste de la futura administración frente a la sociedad. Todas las encuestas señalan que los temas económicos y la seguridad son los principales problemas de vastos sectores sociales. La paciencia de la gente común es demasiado corta con esas cuestiones.
El caso más extraño es el de Carlos Zannini, cuya designación como procurador del Tesoro "no fue una imposición de nadie", según la aclaración que se vio obligado a hacer el propio Alberto Fernández. Zannini fue el sostén político y emocional de Cristina Kirchner después de la muerte de su esposo. Con él, la expresidenta compartía el almuerzo o la cena de todos los días mientras estuvo a cargo del Poder Ejecutivo. Zannini estuvo preso más de 100 días, pero no por una causa de corrupción, sino por la firma del tratado con Irán. Es extraño, en efecto, que un secretario legal y técnico haya estado preso por la firma de un tratado internacional. El tratado fue una pésima decisión política de Cristina Kirchner, porque cedió la soberanía jurídica argentina. Y se la cedió al gobierno iraní, al que la Justicia argentina acusa de haber sido el autor intelectual y financiero del atentado contra la AMIA. Pero es una decisión política que terminará en la Corte Suprema, que deberá establecer si es justiciable o no. De todos modos, expresiones inmejorables del presidente electo aclararon que ni la Oficina Anticorrupción ni la Unidad de Investigaciones Financieras pasarán a depender del procurador del Tesoro, como se había dicho. Así las cosas, esa procuraduría será la oficina de abogados que se ocupará solo de los pedidos puntuales que les hacen el presidente o los ministros para defender en los tribunales al Estado. En los casos de los juicios en el exterior, la Procuración solo hace una auditoría, porque la defensa del Estado argentino está manos de abogados con matrícula en los países en los que se llevan a cabo los juicios. La haya pedido o no Cristina Kirchner, la designación de Zannini fue una buena noticia para la expresidenta.
Hay algunos nombres que deben, por el contrario, haber provocado una mueca de fastidio en Cristina Kirchner. Es el caso de Beliz, que fue ministro de Justicia y Seguridad de Néstor Kirchner. Se fue del gobierno cuando hizo pública la foto del entonces hombre fuerte de los servicios de inteligencia, Jaime Stiuso. Beliz eligió un virtual exilio voluntario cuando se fue a trabajar en el Banco Interamericano de Desarrollo, primero en Washington y después en Montevideo. En la Argentina nadie le daba trabajo. "Se fue en circunstancias que prefiero olvidar", dijo ayer el presidente electo. El otro nombre es el de Vilma Ibarra, autora del libro más preciso y prolijo que se haya escrito sobre las contradicciones de Cristina Kirchner. Tiene una larga relación con Alberto Fernández (fueron pareja durante 11 años) y es una eficiente abogada. El cargo que ocupará, la Secretaría Legal y Técnica, es estratégico. Alfonsín decía que es el único lugar donde el presidente no tiene derecho a equivocarse con la designación de su titular. Por esa secretaría pasan todos los expedientes que debe firmar el presidente; es el jefe de esa oficina el que aconseja al primer mandatario lo que debe firmar, lo que debe revisar o directamente lo que no debe firmar. El tercer nombre es el de Mercedes Marcó del Pont, que fue despedida del Banco Central por Cristina Kirchner cuando aquella pidió una mirada realista de la economía y habló de la inflación.
Conviene detenerse en dos casos. Uno es el de la próxima ministra de Justicia, Marcela Losardo, una mujer de diálogo fácil con propios y extraños, una amiga personal de Alberto Fernández de varias décadas y con un conocimiento profundo del Estado y de la Justicia. Estuvo al lado del presidente electo durante los cinco años que este fue jefe de Gabinete. Ella es Alberto y solo Alberto. Su designación es la mejor prueba de que el presidente electo conducirá las líneas generales de los asuntos de la Justicia. Losardo está en condiciones también de frenar cualquier arbitrariedad, porque sencillamente no es arbitraria. Esa cartera estará lejos de cualquier influencia directa de Cristina Kirchner. El otro caso es el de Eduardo de Pedro, designado ministro del Interior, que nació en política en la cantera del más puro cristinismo. Sin embargo, con el paso del tiempo se fue convirtiendo en el miembro de La Cámpora más dispuesto a conversar y, sobre todo, a escuchar. Últimamente estaba más cerca de Alberto Fernández que de Cristina Kirchner. Es evidente que La Cámpora tiene un problema de mala imagen y es su obligación política tratar de cambiar esa imagen. No son los de afuera lo que lo harán; el trabajo es responsabilidad política de sus dirigentes.
Un nuevo gobierno está muy cerca de asumir el poder. Nadie debe negarle un crédito de confianza durante un tiempo prudencial. Su suerte o su derrota irán mucho más allá de los nombres que ahora se conocen. Nunca serán alegrías o fracasos personales.
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