Un gabinete a la espera del próximo cambio
La salida de Posse y el escándalo en Capital Humano precipitaron movimientos que Milei proyectaba para más adelante; intrigas, nombres apuntados y una gestión empantanada
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Nadie está seguro en su silla. El gabinete de Javier Milei atraviesa una crisis en la que se entremezclan el dramatismo por la emergencia económica heredada, la inexperiencia política, juegos de ambición apenas disimulados y rencores tejidos en tiempo récord.
La certeza de que se vienen más cambios en el equipo de gobierno altera a gran parte de los ministros y altos funcionarios. No solo por la posibilidad de perder un puesto sino porque se ha convertido en tendencia que el despido venga acompañado de una factura de destratos y acusaciones.
Milei anticipó que pensaba hacer una reestructuración amplia después de la sanción (o el fracaso, si ese fuera el resultado) de la Ley Bases. El comentario cortó la última vía de oxígeno de Nicolás Posse, el jefe de Gabinete al que presentaba como su amigo íntimo y en quien llegó a delegar enormes porciones de poder.
Posse renunció antes de lo que Milei deseaba, harto del vacío que le hacía su jefe. Primero en privado y después en público, cuando le negó ostensiblemente el saludo en los actos del 25 de Mayo. “Javier reacciona en la vida real con la lógica de las redes sociales. Si algo le molesta, te bloquea”, explica un legislador que lo conoce desde hace años.
Milei, que estaba a punto de subirse al avión presidencial hacia Estados Unidos, sorteó la urgencia con la designación de Guillermo Francos como jefe de Gabinete. Una señal de reconocimiento al ministro con más consenso puertas afuera de la fortaleza libertaria. También, un canto al pragmatismo que tantas veces se esmera en ocultar.
Sobre Posse cayó una lluvia de recriminaciones. Se confirmó la versión tantas veces negada de que la relación de confianza con Milei estaba rota desde el verano. Se le imputó incapacidad administrativa, haberle mentido al Presidente, usar los servicios de inteligencia a su cargo para espiar a los ministros y manejos opacos en las empresas públicas.
Antes de que se aplacaran las réplicas del terremoto, con decenas de funcionarios que aportó Posse en la puerta de salida, estalló el escándalo en Capital Humano. La chispa fue la confirmación de que había toneladas de comida sin repartir y con riesgo de vencimiento en dos depósitos oficiales.
La ministra Sandra Pettovello había negado durante semanas que eso fuera cierto. Luego el discurso oficial reflejó que estaban almacenados para responder ante eventuales catástrofes y finalmente la culpa cayó como una losa sobre el secretario de Niñez, Pablo de la Torre, que terminó eyectado con una denuncia ante la Oficina Anticorrupción (OA). Le achacaron la responsabilidad de un polémico régimen de contratación de empleados públicos a través de un convenio con la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).
Milei se abroqueló en el apoyo a Pettovello durante los tiempos libres de su gira por Silicon Valley. Ordenó “vaciarle el cargador” a De la Torre, como graficó un dirigente libertario. No le importó dinamitar su relación con Joaquín de la Torre, senador bonaerense y hermano de Pablo, con quien se había reunido dos semanas atrás y que se perfilaba como un armador político de La Libertad Avanza en la Provincia.
“No trabajamos con gente que no tengamos el 100% de confianza”, dijo el vocero Manuel Adorni en su última conferencia de prensa. Por vías oficiosas seguía el reguero de acusaciones a De la Torre. En su entorno dicen que está “perplejo” por la situación. Insisten en que le había avisado a Pettovello que había alimentos almacenados a punto de caducar y rechazan la denuncia sobre los contratos de la OEI. Sugieren que es una práctica que rige en todo el ministerio, que se usó como vía rápida para evitar una parálisis en la gestión. En público, el expulsado preservó a Pettovello y apuntó a una supuesta infiltración kirchnerista del ministerio.
El episodio deja una enseñanza que recorre el boca a boca de los funcionarios: “Hay que dejar todo por escrito”.
Pettovello ha confesado a gente cercana que por momentos se siente abrumada. Sin experiencia política, asumió el control de un elefante administrativo, a cargo de Trabajo, Desarrollo Social y Educación. En casi seis meses ha expulsado a 20 funcionarios de primera y segunda línea, sin la más mínima diplomacia.
Cumple a la vez un rol de contención emocional de Milei. Se mueve en el segundo círculo del poder, contiguo al núcleo donde habitan el Presidente, su hermana Karina y el asesor de comunicación en vías de diversificación Santiago Caputo.
A diferencia de Caputo, de Karina y de otros habitués de la cercanía presidencial que vienen de otros mundos, como Adorni, ella concentra una carga de gestión que la expone a una presión desafiante.
“Es la mejor ministra”, dijo Milei. ¿Está blindada? Quienes hoy dicen que sí conceden también que Posse era hasta hace tres meses “el alter ego” del Presidente, el dueño de una amistad entrañable forjada en los pasillos de la Corporación América. El “rulo de estatua”, sin embargo, también voló con el viento. “Con Sandra es otra cosa”, insisten. Y resaltan el reconocimiento que le hace Milei a la lucha que está dando contra los movimientos sociales del kirchnerismo y la izquierda. Un pilar del relato libertario.
¿Quién sigue?
Con Milei fuera del país, Francos desplegó sus dotes diplomáticas para limpiar el aire después de la salida de Posse. A muchos en el Gabinete el cambio les generó alivio: culpaban al ministro saliente de ser “experto en frenar expedientes”. Pocos habían logrado construir camaradería con él y las sospechas de que existía un mecanismo de espionaje interno –verdad o mito– sembró un denso clima de paranoia. El miedo a usar WhatsApp se ha vuelto costumbre. Los teléfonos encriptados están cajoneados, sin usar. Algunos temas solo se hablan en reuniones cara a cara en espacios inhabituales.
Llevarse a los ministros a tomar un café en una confitería cercana a la Casa Rosada fue una jugada de Francos para mostrar cohesión en un equipo que acusa el desgaste.
En la mesa sonreía el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, a quien algunas fuentes que dialogan a diario con Milei lo ponen en duda de cara a un próximo recambio. Lo mismo ocurre con el ministro de Salud, Mario Russo, que a las polémicas que acumuló por su trabajo algunos le suman el handicap de su origen político: fue hombre de Joaquín de la Torre en la Municipalidad de San Miguel.
Los movimientos pendientes agitan las internas. Patricia Bullrich, que padeció en el pasado la ira de Milei, integra la lista teórica de los intocables. Pero está en guardia por los movimientos en la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), ahora que salió Silvestre Sívori, hombre de Posse. Aspira a quedarse con el control del área de investigaciones contra el narcotráfico, en una potencial división del actual organismo. Otras fuerzas pugnan por un ente de varias cabezas, pero centralizado en quien será el nuevo “Señor 5″, Sergio Neiffert, apadrinado por Santiago Caputo.
Bullrich juega en silencio. Ella es de las ministras que, gracias a su experiencia en la profesión política, aprovecha la ventaja de tener un jefe que delega sin miedo las responsabilidades de gobierno. Ocurre incluso con Luis Caputo, en Economía, la especialidad del Presidente. “Javier está pendiente de los números, pero actúa como una suerte de auditor. El que administra el plan es Toto”, explica un funcionario de la Casa Rosada. Se reúnen mucho menos que lo normal entre un Presidente y su ministro de Economía. Salvo en los viajes al exterior, donde pasan bastante tiempo juntos, la comunicación suele ser por chat.
Caputo disfruta del estrellato con la comunidad libertaria. La desinflación que sostiene el apoyo popular del Gobierno, a pesar de la recesión, le vale el elogio constante de Milei. Hoy nadie duda de su continuidad. Salvo él: suele decir que su tiempo es acotado. Que tiene una misión por cumplir (salir del cepo sin riesgo) y que después dejará su lugar a otro. Con la misma convicción decía hace siete meses que jamás volvería a integrar un gobierno.
Milei quiere cuidarlo. Por eso, cavila qué alcance tendrá el ministerio que le prometió a Federico Sturzenegger. Busca que no haya choques entre dos técnicos que ya tuvieron fricciones en tiempos de Mauricio Macri. En juego están muchas de las funciones que acaparaba Posse, como el manejo de las empresas públicas.
Ley Bases
Francos tiene muchos casilleros por llenar en la Jefatura de Gabinete o por diluir en otras áreas. Le espera una larga conversación con Milei de temas que al Presidente lo aburren soberanamente. Mucho más ahora que se le abren escenarios de dimensión global para extender su batalla cultural contra las “ideas socializantes”.
En el corto plazo queda por verse el destino del Ministerio del Interior, ahora rebajado a secretaría, a cargo de Lisandro Catalán, mano derecha de Francos. Hay quienes sugieren que sería el lugar indicado para empoderar aún más a Eduardo “Lule” Menem, la persona en quien más confía Karina Milei para la construcción política.
No está claro que Francos quiera resignar ese lugar. Entre los libertarios cuestionan el sentido de una Jefatura de Gabinete de amplísimos poderes: sugieren que lo ideal sería convertirla en una suerte de gran ministerio político y reducir al mínimo sus funciones administrativas, independientemente de la fisonomía que se le dio en la Constitución de 1994.
A Francos le urge ahora garantizar la sanción de las primeras leyes de Milei. Se anotó el triunfo esta semana de destrabar el dictamen, al precio de haber aceptado infinidad de cambios a la carta. El trámite se definirá por uno o dos votos de diferencia. La sesión se agendó para dentro de dos semanas con la idea de evitar un Waterloo en el recinto. Hay que ordenar el texto, contar bien los votos para cada capítulo y rogar un debate ordenado en el que no haya chispas que provoquen un incendio. La vicepresidenta Victoria Villarruel tiene una prueba de carácter en el horizonte. ¿Le alcanzará un éxito para reconciliarse de verdad con Milei o la distancia entre ellos ya es insalvable? Por suerte para ella, no está a tiro de decreto.
Las leyes completarán su tedioso ciclo de aprobación dentro de un mes, con viento a favor. Hasta entonces el Gabinete vivirá en la inestabilidad de un cambio anunciado. La gestión se resiente: el Gobierno queda expuesto demasiado seguido a crisis que no ve venir, como pasó esta semana con las fallas en el suministro de gas.
El desafío que espera a Milei, mientras acomoda piezas sueltas, es cómo moldear un gabinete que crezca en volumen político y que se anticipe a los problemas. El gobierno libertario ha sido hasta el momento muy activo para expulsar, pero incapaz de sumar.
Será un proceso complejo. Milei desconfía de los acuerdos de cúpula; por eso se negó a pactar con el Pro de Macri. El revalidado Francos lo alienta en ese designio. Los últimos acontecimientos acotan a su vez el semillero del mundo privado: hay que correr el riesgo de sumarse a un tren del que tantos han salido volando, tapados de denuncias e insinuaciones.
La bronca que hoy embarga a Posse, que además de un amigo perdió su empleo en la empresa donde era gerente, puede ser una alerta temprana para otros aspirantes a aventurarse en la función pública. El ministro saliente puso en el comunicado con el que anunció su renuncia que seguirá en el Gobierno “en un nuevo rol”. Milei no lo validó aún. “Está en veremos. Capaz le dan la embajada en Zambia”, ironizó un influyente habitante de la Casa Rosada. De lograrlo no sería el único funcionario que decepcionó a Milei pero se mantiene en un cargo por la culpa que le genera al Presidente haberlo hecho renunciar a su trabajo previo.
Son nimiedades de un experimento político en sus etapas iniciales. La verdadera incógnita pendiente es si Milei será capaz de sobreponerse a su propia naturaleza para convertirse en un gestor eficiente del Estado, esa “organización criminal” a la que le profesa incansablemente su más fervoroso desprecio.
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