Un fracaso del poder absoluto
La estrella de Daniel Reposo se apagó con la misma impronta que les impuso a sus dos meses de celebridad política. En un mar de confusión, empezó el día con una férrea defensa de su postulación como jefe de los fiscales, celebró por la tarde un respaldo público de la Presidenta y renunció a su candidatura con cuatro cartas que fueron leídas en la Casa Rosada cerca de la medianoche, cuando terminaba de retumbar un cacerolazo en la Plaza de Mayo.
Cristina Kirchner se topó con un freno que creía inexistente cuando, en días menos convulsionados, presentó la candidatura de Reposo como una señal de poder absoluto. Tuvo que retirar el pliego antes de chocar contra una derrota humillante en el Senado, donde ni los aliados habituales del Gobierno aceptaban inmolarse por el candidato kirchnerista.
En medio del desconcierto de sus propios seguidores, la Presidenta apuró la retirada, pero sólo cuando encontró la forma de revestirla de una clase de épica. Reposo se fue con un alegato contra el Grupo Clarín y La Nacion, a los que acusó de movilizar a la oposición en su contra, como "venganza" por su actuación en la ofensiva oficialista contra Papel Prensa. Y la sucesora, la fiscal Alejandra Gils Carbó, tuvo su mayor notoriedad pública con una dura posición en causas contra Clarín y Papel Prensa.
La guerra contra los medios sirve para todo; también para disimular una derrota gigantesca e inesperada en momentos en que la Presidenta ocupa casi sin competencia el escenario político.
Reposo no hizo nada para ayudarse a sí mismo. En su misión de convertirse en procurador general, armó un currículum inflado y lleno de errores que reflejaba un curioso ideal de sí mismo. Quiso ocultar sin éxito su módica preparación técnica para un cargo de máxima jerarquía institucional. Y tardó en enmascarar su fervor militante por el gobierno al que los fiscales que él iba a conducir están obligados a investigar. Su titubeante disertación del miércoles ante los senadores atragantó incluso a quienes estaban dispuestos a olvidar todo lo anterior y apoyar su designación.
A Miguel Pichetto, el jefe de los senadores kirchneristas, lo desesperaban las matemáticas desde aquel día: con 25 senadores que en público anticiparon que no votarían el pliego, no hay cuenta posible que permitiera el apoyo a Reposo de dos tercios de los 72 senadores.
Pero hasta anoche la Presidenta no bajaba ninguna orden, ni al Senado ni al gabinete. Desconcertados, los principales caciques kirchneristas del Senado traducían señales. Creyeron que debían seguir buscando un acuerdo imposible cuando vieron el llamativo apoyo que Cristina Kirchner le dio por la tarde a Reposo en una teleconferencia con Tucumán que organizó con el único fin de elogiar a su candidato. Para esa hora, operadores del Gobierno hablaban con fiscales y jueces, a los que le anticipaban que buscaban un candidato alternativo, pero sólo por si la Presidenta les pedía una propuesta de urgencia.
Había dos señales claras. Una: Cristina mostró que Reposo fue un invento exclusivo de ella. La otra: la centralidad y el secretismo en la toma de decisiones condena a la angustia del vértigo permanente incluso a funcionarios de la primera línea.
Podrá decirse en defensa de Reposo que no fue él quien se propuso para un cargo con el que no podría ni soñar si se eligiera por concurso. También, que no fue su culpa que el debate de su pliego coincidiera con las versiones del pago de coimas en la Legislatura bonaerense. ¿Qué opositor hubiera estado dispuesto a faltar a la sesión o a convencerse de la virtud de Reposo sin pasar a ser en el acto sospechoso de recibir algo indebido a cambio?
Las secuelas de Ciccone
En esos términos, abrir el debate en el recinto el martes podía convertirse en un ejercicio de autoflagelación para el oficialismo. Amado Boudou debía presidir una sesión en la que hubiera estado expuesto a que la oposición dijera lo obvio: que impulsar a Reposo fue una muestra de poder para salvarlo del escándalo Ciccone (después de que el vicepresidente denunciara a Esteban Righi, el histórico procurador del kirchnerismo). Una derrota en el tablero hubiera sido un impulso invalorable para una oposición menguante, que desde octubre no ha hecho más que resignarse a la intrascendencia.
La marcha atrás de ayer cierra para el Gobierno dos meses de daño autoinfligido. Es poco probable que los opositores presenten pelea contra Gils Carbó, como no lo hubieran hecho con ningún candidato que tuviera antecedentes razonables en la carrera judicial.
Las debilidades de la economía y cierto malestar social ascendente terminaron de decretar el ocaso de Reposo: hoy, mucho más que cuando lo postuló, la Presidenta tiene apuestas más delicadas en las que jugar su capital político.
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