¿Un fin de semana de gloria para Cristina Kirchner?
Los nexos entre su insólito sobreseimiento y la carta que otorgó el dispositivo “manos libres” a Alberto Fernández para acordar con el FMI
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La cronología ofrece evidencias concluyentes. No hay posibilidades de desligar el insólito sobreseimiento de Cristina Kirchner, antes del comienzo de un juicio oral en su contra, de la carta en la que (a su estilo) le otorgó el dispositivo “manos libres” a Alberto Fernández para negociar con el Fondo Monetario Internacional.
El tiempo permitirá dilucidar si se trata de causalidad o de mera correlación. Lo que pueden descartarse son las casualidades. Son demasiados los puntos que unen los dos hechos que marcaron el fin de semana de gloria de la vicepresidenta. Tres días en los que la jefa volvió a recuperar la centralidad absoluta de la agenda pública con la voracidad de quien sufrió el síndrome de abstinencia, después de dos semanas de riguroso ayuno.
La noticia deseada que la defensa judicial (y extrajudicial) de Cristina Kirchner tanto había gestionado irrumpió casi al mismo tiempo en que en la residencia de Olivos se hablaba de la necesidad de emitir alguna señal destinada a despejar las dudas sobre la actitud del cristicamporismo frente a la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Los tiempos habían empezado a urgir, tanto como lo hizo evidente la polémica e intempestiva decisión de prohibir que se paguen en cuotas los gastos turísticos en moneda extranjera.
No habían sido suficientes las expresiones de apoyo a un acuerdo formuladas el día anterior por el ministro Eduardo (ex Wadito) de Pedro ante empresarios españoles. Ni aunque provinieran del embajador de Cristina y Máximo Kirchner en la Casa Rosada. Como admitió (entre el orgullo y la pretendida molestia) la propia vicepresidenta en su carta, lo que todos querían y quieren saber siempre es su opinión sobre los temas en los que su capacidad de veto sigue intacta.
En esa secuencia, más algún mensaje anticipatorio de la misiva cristinista que llegó a Olivos, le permitió al entorno presidencial interpretarla como un apoyo a la dilatada negociación en marcha, que necesita de una aceleración desesperada.
“Hay que verlo como un respaldo a la manera de Cristina, que nunca te va a regalar nada ni jamás entrega ninguna de sus banderas. Menos su capital simbólico cuando está en retroceso. Así que teniendo en cuenta las anteriores cartas, no hay otra manera de verla que como constructiva”, admite un alto funcionario del Gobierno, en coincidencia con otros destacados dirigentes de la coalición gobernante.
También es mayoritario el reconocimiento de quienes conocen la intimidad del poder de la simultaneidad del fallo judicial y la gestación de la carta. Hacía mucho que la realidad le escamoteaba buenas noticias a la vicepresidenta. Fue una alineación de planetas en el módico universo albertista, que procuraron no desaprovechar.
Los funcionarios prefieren hacer una edición cuidada del texto cristinista. No niegan que la vicepresidenta buscó despegarse de las consecuencias políticas negativas que pudiera tener ese acuerdo al deslindar todas las responsabilidades en Fernández y cargar todas las culpas en la oposición. Prefieren comprar (y vender) el vaso medio lleno, aunque el contenido sea venenoso.
Así es como en el entorno presidencial también publicitan la cita al discurso presidencial del 9 de julio último, a pesar de que la mención parece encerrar más una amenaza que un reconocimiento. Tan escasa de afectos ha sido la comunicación epistolar pública de la vicepresidenta al Presidente que hasta una mención que termina con una velada advertencia es motivo de festejo. “Antes que eso [claudicar ante los acreedores], me voy a mi casa”, recuerda Cristina que dijo Alberto, Y lo hace propio. “Tenés las manos libres, pero…”, sería el subtexto.
El optimismo urgente
En otro de los gestos de optimismo que suelen caracterizar al Presidente y su entorno cuando algo no les sale mal, ya empezaron a difundir perspectivas favorables para una economía que hasta acá solo aportó sinsabores, algunos tan grandes como el traspié electoral. Aunque no fue ese el motivo excluyente de la derrota, tema sobre cuyas causas y significados sigue habiendo disidencias entre Fernández y Fernández.
Durante el fin de semana de gloria cristinista, en la quinta de Olivos se dedicaron a recopilar las señales positivas que creen encontrar para los próximos meses. Entre ellas, sobresale la creencia de que entre la Navidad y el Año Nuevo se podría firmar un preacuerdo o carta de intención con el FMI. Los escépticos dicen que Papá Noel no existe y recuerdan que la vestimenta con la que se lo representa tiene origen estadounidense. Luego advierten que hay varios puntos nodales todavía abiertos.
Vencidas ya las ínfulas cristicamporistas que pretendían plazos más largos de pago que los que la carta orgánica del Fondo permite, ahora la discusión pasa por el escalonamiento de esos pagos y los respectivos montos. El objetivo es que las cuotas más pesadas lleguen lo más tardíamente posible para despejar más temprano la incertidumbre y el riesgo de manera de poder acceder pronto a financiamiento en los mercados. Tecnicismos con efectos prácticos.
Otro tanto tiene que ver con el permiso del organismo para que puedan utilizarse los aportes conocidos como derechos especiales de giro a modo de préstamos entre países. En los sueños del Gobierno repican las charlas al respecto con los gobiernos de Rusia, México, Italia y Portugal, junto con las conversaciones para obtener un aporte (swap) de los Emiratos Árabes Unidos. La credibilidad tiene que lidiar con los antecedentes. “Firmar para creer”, parece ser el otro subtexto que surge de la carta en la que Cristina Kirchner da permisos para intentarlo y evitar las acusaciones de obstruccionista.
A Fernández no le quedan más opciones que intentar todas las opciones que se le presentan. Aunque el camino por el que transita es siempre estrecho y escarpado, y lo expone a asumir más riesgos de los que está acostumbrado. Desde el acto en la Plaza de Mayo, los que hace mucho esperaban alguna reacción personal del Presidente cuentan los pasos dados hacia adelante y los días transcurridos, aunque con el temor siempre presente de que en cualquier momento pueda escabullirse por algún atajo o retroceder.
La carta de Cristina Kirchner les devolvió ánimos a los que alguna vez soñaron con el “albertismo” y ahora se conforman con que el Gobierno dé algunas señales de autonomía. Se complacen, además, con que la tensión con Máximo Kirchner y La Cámpora no haya bajado. A veces hay que limitarse a festejar los córners a favor. No hay mucho más para celebrar.
Los temores a un diciembre caliente no están despejados, pero subidos a un cálculo pragmático y bastante cínico en el Gobierno dicen descartar conflictos serios: “Abajo hay contención y no faltan recursos. Los que más enojados están y es posible que lo estén más son los de las clases medias. Pero ya nos golpearon con el voto y esos no salen a tomar supermercados”, explican sin miedo a quemarse, a pesar de la temperatura en alza en esos segmentos.
Las últimas noticias, seguramente, en nada ayudarán a enfriar los ánimos de los dos tercios de votantes que se pronunciaron contra el oficialismo. Son demasiados los estudios de opinión que muestran que la razón de su rechazo no fue solo la situación económica.
La distancia que media entre la realidad de la dirigencia y la vida cotidiana de los ciudadanos comunes es un factor de descontento creciente. Las discusiones de temas alejados de los problemas que afectan, sin solución, a la mayor parte de la sociedad o los privilegios de los que gozan sus representantes aparecen como las causas de mayor irritación.
Un golpe al sentido común
Si la carta de Cristina poco aporta para modificar la ecuación, su inédito sobreseimiento antes de que comience el juicio oral en su contra puede parecerse a combustible en campo seco.
Es comprensible que ella celebre el contorsionismo procesal de algunos jueces que la favorecen, pero cuesta entender que en la coalición gobernante no adviertan las posibles consecuencias de esas maniobras que golpean lo que para muchos es un sentido común.
Destinada definitivamente a pérdida la confianza en la Justicia, como reflejan todas las encuestas, y sobre la base del natural desconocimiento legal de la mayoría, el juicio ético prevalece sobre cualquier discusión jurídica. Por ajena, inaccesible e incomprensible.
En ese plano, nada puede hacer más ruido para el ciudadano común que el argumento tantas veces expresado por la defensa judicial de la expresidenta en el sentido de que los beneficiosos negocios de la familia Kirchner con los contratistas del Estado amigos Cristóbal López y Lázaro Báez pueden no ser éticos, pero (a su entender) no son ilegales.
Así explica el abogado Carlos Beraldi y repite el kirchnerismo todo cuando se los interpela sobre el aumento sideral del patrimonio de la familia bipresidencial mientras ejercieron el poder.
No parecen reparar (para ser benévolos) en que ese enriquecimiento veloz y descomunal solo fue posible merced a una posición de privilegio ajena a la mayoría de los argentinos. Para muchos, si eso no es una agresión, cuanto menos es una burla.
El mismo argumento exculpatorio, basado en la supuesta ausencia de delito, utilizó el Presidente para sentirse exonerado por haber protagonizado una fiesta clandestina en la residencia de Olivos mientras mantenía a la inmensa mayoría de los argentinos enclaustrados por la cuarentena.
Idéntica actitud adoptó toda la coalición gobernante cuando se destapó el vacunatorio vip. En ambos casos, no obstante, avanzan las causas judiciales. A la mayoría de la ciudadanía le importa ya demasiado poco la suerte de esos procesos. Su veredicto se expresó en las urnas y en las encuestas de opinión sobre la gestión del Gobierno y la imagen de los principales funcionarios, empezando por Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Más de dos tercios los reprueban.
Si los antecedentes cuentan, deben abrirse, inexorablemente, algunas preguntas: ¿habrá sido este un fin de semana de gloria para Cristina Kirchner? ¿Tendrá el Gobierno motivos para sostener su optimismo?
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