Un discurso que tuvo destinatarios específicos
De negro riguroso, Cristina Fernández de Kirchner asumió ayer su segundo mandato como presidenta de la República.
A través de su mensaje, marcado por el emotivo recuerdo de su marido ("él", "ese hombre") y de la generación diezmada a la que pertenecen, la reelecta presidenta construyó una escena discursiva en la que quedaron configurados los distintos protagonistas de la situación enunciativa: destinatarios directos, destinatarios indirectos positivos, contradestinatarios, pero también su propia figura como responsable de la enunciación política y como jefa indiscutible de un proyecto colectivo.
Esta construcción del ethos presidencial fue el resultado, no de afirmaciones o de comentarios elogiosos sobre su propia persona en el discurso (lo dicho), sino de la elección de las palabras utilizadas, los argumentos seleccionados, la entonación calurosa a veces, severa otras, el ritmo y el tono escogidos en los distintos momentos de su alocución. También quedó constituido por los actos de habla realizados a través de su enunciación (lo mostrado). Y es que el ethos es del orden de lo mostrado y no de lo dicho.
En la escena enunciativa construida, frente al yo presidencial se ubicó un ustedes , el destinatario directo, al que se le recordaron episodios relacionados con los derechos humanos y con el fin de la impunidad, se le expusieron los éxitos de la gestión y los ejes del "modelo", se le rememoraron frases y actitudes de Néstor Kirchner, se le recomendó que no se guiara por la letra de molde, se le explicitó que "esta presidenta" ordenaba a sus ministros y tomaba decisiones ejecutivas.
En otras ocasiones, sus destinatarios directos fueron ministros o legisladores presentes en la sala, con los que incluso estableció una suerte de microdiálogo jocoso ("No hace falta que levantes la mano. No soy la maestra"; "Julián, ¡qué cosa! Cobos no hacía estas cosas"). También se dirigió a destinatarios indirectos positivos: así, a algunos legisladores no oficialistas les agradeció su voto a favor de la ley de medios y a la Justicia le solicitó mayor celeridad en los juicios pendientes.
Fuera de ese lazo de interlocución (y por lo tanto, sin posibilidad de réplica a nivel del discurso), quedó la imagen de los contradestinatarios, entre los que figuran los fondos buitres, los responsables de las corridas cambiarias y de las huelgas en Santa Cruz, las corporaciones. A ellos la Presidenta también les dirigió actos de habla, pero esta vez de advertencia, encubiertos en negaciones descalificadoras de pretensiones falsas ("[aletean para ver sobre qué cadáver pueden carroñar] no va a ser sobre la Argentina"; "yo no soy la presidenta de las corporaciones, soy la presidenta de los 40 millones de argentinos"; "derecho de huelga, no de chantaje ni de extorsión", "a mí también me gusta hablar de números, pero los de todos, no los de ellos").
Las alusiones a la figura del nosotros-gobierno fueron frecuentes en el balance de la gestión ("hemos podido generar más de 5 millones de puestos de trabajo", "hemos logrado más de 1500 convenciones colectivas de trabajo"). También lo fueron el nosotros los argentinos ("lo que nosotros vivimos como un drama, el default", "que nos arrojó fuera del mundo"), el nosotros exclusivo , que no incluye a los destinatarios y que sólo alude a la pareja Kirchner ("¿qué hicimos en aquella oportunidad?", "dar las gracias a todos los argentinos que creyeron en nosotros") y el nosotros de modestia ("no vamos a dejar las convicciones, como nunca lo hicimos, y vamos a seguir trabajando").
A pesar de la multiplicidad de destinatarios y de nosotros evocados, llamó la atención la ausencia de una forma típica del discurso político, como es la del nosotros inclusivo o colectivo de identificación en el que el yo y los destinatarios se funden en una unidad.
Quizás esta ausencia se explique por el hecho de que la construcción del ethos presidencial como jefa indiscutible de "un proyecto colectivo, nacional y popular y profundamente democrático", sólo permite que la Presidenta convoque a los otros a acompañarla.
La autora es investigadora del Conicet y profesora de la UBA y de la Universidad de San Andrés
María Marta García Negroni
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