Un discurso de campaña y autocelebratorio
El paso de Alberto Fernández por el Congreso expuso las debilidades de su gestión, la fragmentación del oficialismo y el síndrome del pato rengo, indeseable para cualquier presidente
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Si el albertismo no hubiera muerto tantas veces antes de nacer, el mensaje presidencial de apertura de sesiones ordinarias 2022 debería interpretarse como el del emancipatorio lanzamiento de esa corriente nonata y su respectiva plataforma para los dos últimos años de mandato.
Con esos antecedentes queda por reducirlo a un mensaje autocelebratorio (o autodefensivo) y repleto de buenas intenciones que ofician de anticipada campaña de Alberto Fernández para un incierto intento de reelección en 2023. Imposible no advertir la pretensión de evitar el síndrome del pato rengo que aqueja a los presidentes en el ocaso de sus mandatos, desafiados interna y externamente.
Fue, por eso mismo, un mensaje que en lugar de despejarlos dejó expuestos como nunca límites, debilidades y fragilidades de la gestión de Fernández, subrayados por la imposibilidad de enviar al Congreso el acuerdo con el FMI (que sigue en discusión, como debió admitir el Presidente), y por la estruendosa ausencia de Máximo Kirchner. La autoindulgencia celebratoria y las fabulosas promesas no lograron opacar los problemas irresueltos y la fragmentación oficialista que lo acosan. Todo lo contrario.
En el cierre de la alocución Fernández explicitó su propósito y la necesidad de saltearse etapas. Admitió allí que la fuerza que lo llevó a la Presidencia ya no existe como en sus orígenes y que está obligado a reinventarse dentro de un nuevo espacio. “Hay que sacar la utopía del pasado y volver a ponerla en el futuro”, concluyó, en lo que puede interpretarse no solo como un relanzamiento sino también como un homenaje póstumo al kirchnerismo con el que el cristicamporismo lo confronta a cada paso.
Allí radican algunas de las grandes incógnitas que dejó abiertas Fernández en su penúltima presentación ante la Asamblea Legislativa. ¿A quienes intentó interpelar y a quiénes se propuso convocar con sus palabras? ¿Con quiénes cuenta para transitar el futuro? Inmediato y mediato.
Por lo pronto, aunque sobreactuó la mesura en el tono de su discurso, sus palabras no hicieron más que terminar de romper puentes con la oposición para lograr apoyo en el tratamiento parlamentario del acuerdo con el FMI, cuando todavía no sabe cuántos de los propios le darán su aval. Por eso, no pudo dar precisiones, porque en el FdT son demasiados los que sigue mirando de reojo o están en contra de ese entendimiento. Más ahora que, como reconoció el Presidente, la suba de tarifas será superior al tope que el cristicamporismo había fijado.
Por eso, toda la presentación de Fernández se pareció demasiado a un extenso manual de expresiones de deseos de una hora y cuarenta minutos de duración. Como un largometraje. Por eso, también debió sobreactuar “albertismo”.
Fernández podrá poner la ausencia del hijo de su vicepresidenta a la par de la fragmentación que desnudó en público el interbloque de Juntos por el Cambio, con el retiro de los legisladores amarillos, pero el favor que le hicieron los levantiscos no es equiparable en términos prácticos con el desaire que decidió resaltar Máximo Kirchner. Más aún cuando tampoco estuvo en el Congreso otro de los principales referentes de La Cámpora. Wado de Pedro eligió ausentarse oportunamente para hacer una gira por el exterior, que en mucho se pareció a una instalación personal en el ámbito internacional. Aunque sigue siendo ministro del Interior.
El gesto de los opositores es cuestionable desde el plano democrático, pero difícilmente el Gobierno pueda sacar provecho de eso para resolver los desafíos que lo esperan en lo inmediato. Solo puede alentar las ilusiones oficialistas de que se trate de un anticipo de conflictos más serios dentro de la coalición opositora. Todo es a futuro.
Lo cierto es que difícilmente el Presidente y su Gobierno puedan suturar las heridas internas que anidan en el oficialismo con las diatribas a la oposición, los medios de comunicación y la Justicia. Ese es, en definitiva, el corpus permanente de todas sus presentaciones ante el Congreso. Fuegos de artificio en algunos casos, balas de fogueo en otros y amenazas a los enemigos comunes, destinados a cohesionar el frente interno. Más dañino en el plano simbólico institucional que exitoso para la consolidación de su autoridad interna.
A pesar del énfasis y el tiempo que el Presidente le dedicó a recitar su catálogo de logros y promesas, es en el propio espacio interno donde siguen sin aceptarlos o considerarlos suficientes para rendirse ante su autoridad. La reciente derrota electoral, a la que Fernández prefiero eludir, y el resultado de las encuestas parecen hablar de otro país que no estuvo en el discurso presidencial. No todo es culpa de los medios hegemónicos.
Los recortes de la realidad y la edición sesgada de los hechos en el plano internacional también expusieron los límites del Presidente, así como los intentos por congraciarse con sus censores frentetodistas, empezando por Cristina Kirchner.
La crítica a la invasión rusa de Ucrania fue matizada con la exclusión de toda mención al agresor Vladimir Putin y la referencia a la salvadora llegada de la vacuna Sputnik. Al mismo tiempo, decidió omitir cualquier mención al apoyo de Estados Unidos para destrabar el preacuerdo con el FMI y celebrar la ayuda de China, que “siempre nos ha apoyado”, al anunciar la ampliación del préstamo para mejorar las reservas del Banco Central.
Tal vez, en este terreno también pueda advertirse otro intento por eludir el presente, para soñar con un futuro más promisorio o más beneficioso. El declive de Occidente es un hecho, pero tal vez se esté saltando demasiados pasos y con el alto riesgo de quedar a contrapié. Más aún en medio de una guerra desatada por un régimen autocrático que niega valores y principios con los que la Argentina democrática se identifica. Y a los que el propio Fernández dice adherir. No son contradicciones secundarias.
La realidad nacional e internacional es más compleja y menos feliz que la que el Presidente dibujó con su mensaje. Suele ser el pecado original de los discursos de relanzamientos de gobiernos y candidaturas.
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