
Un diplomático sin estridencias y cauto
Perdió la tonada cordobesa de su ciudad natal, pero todavía, a los los 57 años, el embajador Guillermo Enrique González arrastra en sus palabras la calma que le dio una cuna en el interior del país.
A juzgar por sus pausas, su cautela y su ritmo medido, podrían hallarse en él obvias diferencias con su antecesor en Washington, el político peronista Diego Guelar, amigo de la estridencia y el histrionismo.
"Me siento encantado, sumamente honrado por la decisión del presidente Fernando de la Rúa", dijo ayer, pausado y escueto, González, al adelantar a La Nación que había aceptado un nuevo desafío: convertirse, antes de fin de año y de su cumpleaños número 58, en el embajador en Washington.
"Simpatizante de la UCR", como se autodefinió, González conoció a Fernando de la Rúa y, más de cerca, a su hermano Jorge, secretario general de la Presidencia, en su Córdoba natal. La cercanía continuó en el ámbito partidario, en cónclaves en los que se alternaron la política y la diplomacia.
"Les tengo a ambos muchísimo respeto profesional y los conozco, aunque no puedo considerarme su amigo", midió anoche, desde Ginebra, el diplomático, licenciado en Ciencias Políticas y Sociales.
Ingresó en el Servicio Exterior en 1965 y tres años después fue destinado a la embajada en Ecuador. Siguieron Perú, un destino en la OEA y, en 1981 durante el gobierno de facto, la Secretaría de Relaciones Exteriores. Luego se intercalaron cargos en Roma, en organismos internacionales, en el Ministerio de Economía y en la Secretaría de Relaciones Económicas Internacionales, en 1989. Y, por fin, con el acuerdo del Senado, González se fue de embajador en Nigeria, con regresos a puestos clave en la Cancillería, protagonismo en los acuerdos sobre petróleo en el Atlántico Sur, y destinos, otra vez como embajador, en la Confederación Helvética, el principado de Liechtenstein y ante organismos internacionales, en Ginebra, desde el año último.
"Un profesional discreto"
"No sólo queremos mantener el óptimo nivel de relación con los Estados Unidos, sino incrementarlo", dijo el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini al anunciar la designación, que, admitió, fue "sumamente meditada por el Presidente".
Con la elección de González, el canciller y, consecuentemente, el Presidente, emitieron dos señales conciliatorias en doble dirección: la más cercana, al Consejo de los Embajadores, donde González goza de prestigio, y la segunda, y quizá más urgente, a la Casa Blanca, con la que, aclaró Rodríguez Giavarini, se acabarán las relaciones "carnales".
Aunque el perfil y la trayectoria de González adelantan que el vínculo tampoco será de confrontación, sino más equilibrado. "Soy un profesional discreto", sintetizó el diplomático que, alguna vez, perteneció al círculo de los hombres de confianza de Guido DiTella.