Un día Cristina Kirchner volvió, sin haberse ido
Tanto ruido y esfuerzo no atiende (ya hasta empeora) los problemas que padecen la mayoría de los argentinos
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La entrega llave en mano de los temas judiciales que Alberto Fernández le hizo al kirchnerismo hace ya un año no fue suficiente. Cristina Kirchner decidió hacerse cargo en persona. Las tercerizaciones no se le dan bien (a ambos).
Sin embargo, la maniobra de la vicepresidenta para no terminar de perder definitivamente el control del Consejo de la Magistratura es una expresión de muchos de los síntomas de debilidad y desesperación que exhibe la vicepresidenta. También, de su resiliencia.
Además de la muestra cabal de una profundización de la fractura con el Presidente, expone otra fragmentación del Frente de Nadie y, más importante aún, de un estado de cuasi anarquía interna, que solo se ordena provisionalmente a fuerza de sorpresivos golpes sobre la mesa, que son cada vez menos efectivos y duraderos. El peronismo se parece hoy (nuevamente) más a una confederación en conflicto que a una coalición política gobernante, en la que cada sector intenta preservar lo que le queda de capital a costa del otro.
La inveterada procrastinación o la resistencia pasiva, cuando no la omisión, de Alberto Fernández que tanto exasperan a Cristina Kirchner terminaron esta vez sin mensajes ni advertencias. No hubo cartas ni amagos de renuncias.
Es lo que imaginaban (o esperaban algunos albertistas) como respuesta al silencio presidencial respecto de la decisión de la Corte de hacer cumplir el fallo que imponía una nueva composición del Consejo de la Magistratura. Toda una afrenta simbólica y concreta para la vicepresidenta, autora de la ley declarada inconstitucional que diseñó la arquitectura de un Consejo a medida.
Pero ella resolvió gobernar en el terreno que definitiva y personalmente le importa y en el que conserva jurisdicción plena. Aunque con un poder de fuego acotado. Lejos de la omnipotencia de antaño.
La medida de la autonomía con la que últimamente Fernández amagaba desde el acuerdo con el FMI (firmado contra la opinión de los Kirchner madre e hijo y sus entes subsidiarios) estaría dada por lo que hiciera en esta situación. Un verdadero leading case para muchos de los propios que aguardaban con ansiedad. Las especulaciones duraron menos de lo que se esperaba. Igual que la ilusión, otra vez rota. Para su pesar, nada había cambiado.
El jefe de Gabinete, Juan Manzur, rompió el silencio monacal que venía manteniendo para hacerse cargo de graficar la levedad de la independencia albertista. O de expresar otra rendición, al manifestar el aval a las acciones de la vicepresidenta, con críticas a la resolución de la Corte, lo que hasta aquí se habían cuidado de evitar los funcionarios que aún responden solo al Presidente.
La aparición posterior de Fernández en clave de lanzamiento cuasi clandestino de su candidatura a la reelección solo profundiza la fragilidad y la división del FDT, así como subraya la brecha que existe entre los temas que desvelan al oficialismo y los que les quitan el sueño a los ciudadanos.
La guerra continúa
“Un carajo que estamos derrotados para 2023″, así se descargó el Presidente de las muchas presiones, tensiones, fracasos, frustraciones y enojos que se acumulan en su interior. Más que una expresión de deseos, se trató de un telemensaje que se atrevió a mandarles a los cristicamporistas en su propio territorio, el conurbano bonaerense, para que no precipiten actos póstumos.
Apenas 24 horas después, desde el kicillofismo le respondieron (como se publica en esta edición) candidateando para la presidencia a la actual vicepresidenta. “Y un día volvimos”, dijo Néstor Kirchner al asumir rememorando a la juventud peronista que 30 años antes se había ido de la Plaza de Mayo. Ahora, un día Cristina volvió, pero sin haberse ido.
El contrapunto no se da en el vacío ni fuera de contexto. Los que responden al liderazgo de Cristina y Máximo Kirchner les dicen a todos los que los escuchan que el oficialismo no tiene chances en la elección presidencial del año próximo. Son ellos los que se preparan para resistir en su bastión a la espera de que en 2027 puedan hacer el recambio generacional que el corto interregno del gobierno macrista impidió y obligó a buscar la opción Fernández, de la que ahora se arrepienten.
Por eso, algunos de los principales referentes de la agrupación maximista que ocupan cargos destacados en la administración suelen hablar como si fueran opositores. Revelan críticas y sugerencias que le hacen al Gobierno ante la sorpresa de importantes contertulios. La remake del canto de guerra camporista (“Vamos a volver”) lo dice todo. Como Cristina. Y todos sin haberse ido. Reescrituras de la realidad.
La apurada maniobra de la vicepresidenta para no perder un cargo a manos de la oposición en el Consejo de la Magistratura también da lugar a otras conclusiones poco benévolas para todo el oficialismo. Aun con la dificultad que en este caso implica hablar de un todo.
Por un lado, es evidente que la información, la intuición, el olfato, la capacidad de previsión y el poder de Cristina Kirchner continúan en proceso de remisión. Aunque la sigan asistiendo algunos atributos que la distinguen de la mayoría de la dirigencia política, como la inventiva, el conocimiento profundo de las argucias legales, la decisión, la falta de frenos inhibitorios para llevar a cabo lo que se propone y la decisión irrevocable de resistir.
No debe pasarse por alto que el atajo que utilizó la vicepresidenta para no someterse por entero a la Corte que preside su odiado Horacio Rosatti se parece demasiado a un manotazo desesperado. El fallo tenía ya cuatro meses de vigencia y su reacción se produjo cuando ya había expirado el plazo para enviar al representante del Senado que faltaba para integrar el cuerpo con el nuevo-viejo número de 20 miembros.
En ese cuatrimestre no pudo sacar una nueva ley para reemplazar a la vieja norma que ella había impuesto y que la Corte declaró inconstitucional. Tampoco logró que otros artilugios frenaran la llegada de Rosatti a la presidencia del Consejo. Doble derrota.
También es un hecho que solo confía en los más fieles. La Cámpora es siempre su último resguardo. De allí es el designado con fórceps Martín Doñate. Igual que Mariano Recalde, Gerónimo Ustarroz y Vanesa Siley, sus ojos, su boca y sus manos en la Magistratura. Los demás que votan con ellos integran el coro.
Le queda a Cristina Kirchner el ejercicio de su poder de veto y de imponer cada vez más acotadamente su voluntad en terrenos estrechos, con enormes esfuerzos y costos. No solo para el sistema político, sino también para ella misma. La crisis institucional que siempre bordea o genera con sus pretensiones nunca es gratuita. Sobre todo si no consigue un triunfo total, sino apenas hacerse de parches que no ocultan el ajado tejido que la sostiene y del que se alejan más de los que buscan su cobijo.
La vicepresidenta puede jactarse de la obediencia de los senadores peronistas para eludir un fallo judicial con una maniobra que vuelve a judicializar un pleito político. Aunque no podrá ocultar los hechos mencionados antes, así como el malestar y el desorden, rayano con la anarquía, que reina en toda la coalición gobernante, a la que nadie está en condiciones de alinear.
El apuro con el que el titular de Diputados, Sergio Massa, y el Presidente debieron encontrar una diagonal para evitar que la decisión de Cristina Kirchner terminara por dinamitar la desgastada convivencia interna y la de la Cámara baja o arrastrándolos a ellos obligó a abrir otro frente para disimular tanto desastre acumulado.
El presidente del bloque del FDT, que responde al ahora albertista y siempre ministeriable Agustín Rossi, no soló expresó su rechazo a la decisión de Massa de acatar el fallo de la Corte, al comunicar el nombramiento de la diputada radical Roxana Reyes. Finalmente, judicializó el tema. Dicen que fue para evitar que el bloque se partiera y no por convicción. En cualquier momento terminan secuestrando al panadero para ocultar el robo de una medialuna.
Para peor, tanto ruido y esfuerzo no atiende (ya hasta empeora) los problemas que padecen la mayoría de los argentinos. Incluso aquellos que están vinculados a esta temática y que aunque puedan parecer lejanos impactan en la vida cotidiana, de manera directa o indirecta.
Es casi seguro que la principal consecuencia de la nueva composición del Consejo de la Magistratura sea su parálisis y que en nada mejorará el deficitario servicio de Justicia nacional. Un tercio de los juzgados del país seguirán vacantes, mientras que los jueces que deberían ser enjuiciados continuarán en sus cargos y hasta postulándose para ascender. No se hará Justicia.
En tal contexto, la decisión del kirchnerismo de iniciar en el Senado un debate para ampliar la Corte Suprema parece un mal chiste. Pero es rigurosamente cierto. Y un día, Cristina volvió. Aunque nunca se había ido.
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