Un conflicto absurdo, un costo monstruoso
Muy pocos dudan de que la venta de dólares a futuro con que se despidió el kirchnerismo fue ruinosa. Están hechas las cuentas, que son escalofriantes.
Mientras tanto: ¿cuánto ha costado en esfuerzos inútiles, pago de honorarios, actualizaciones e intereses la prolongada pelea con los holdouts o fondos buitre?
Lo primero que ha estado perdiendo la Argentina es la posibilidad de desendeudarse gratis. Como lo ha estado haciendo España, que estuvo en los últimos meses pagando tasas negativas a quienes querían confiarle sus ahorros.
Parece increíble, pero es así. Como Alemania ha estado cobrándoles a quienes le prestan y pagándoles así con menor gasto público a quienes le habían prestado en el pasado. Una reestructuración de la deuda con quita hecha en el mercado y con nuevos inversores ingresando y dejando sus ahorros al Estado y pagando una comisión por ello.
The Economist calculó en su última edición que el Central del Reino Unido podría seguir pagando tasas negativas hasta 2020. El FMI acaba de pedir a las más grandes economía del planeta que inviertan sobre todo en los emergentes para evitar una nueva gran recesión como la que comenzó en 2007. Fue en el documento especialmente preparado para la reunión del G-20 en China. En cambio, que Cristina Kirchner y los suyos pudieran ir a foros diciendo que habían encontrado la fórmula para no pagar las deudas ha tenido un costo monstruoso. Los repudios de las deudas terminan costando más caros que las deudas mismas.
No era una salida el cese del pago. Como no lo era tampoco entrar en un proceso de endeudamiento irresponsable al cabo del cual fuera imprescindible una reestructuración. Vale la pena recordarlo ahora que los préstamos parece que volverán azuzados por el increíblemente bajo valor de las tasas internacionales.
Las multinacionales que operan en el país primero comenzaron a hacerlo en menor cuantía, pero dejaron de hacerlo. Radicadas en muchos países, dejaron de poner dinero allí donde no pagaban las deudas y donde pronto no les permitieron llevarse las ganancias.
El conflicto con los holdouts hizo perder a la Argentina la ola de inversiones que inundó a los emergentes en los tiempos de gloria de las materias primas. Un esquema más razonable, con acceso al mercado de capitales, facilitaría inversiones en el área energética en una medida que podría hacer hasta que los ajustes tarifarios no fueran tan altos. Y vale recordar que no estar en default es imprescindible no sólo para tratar con Occidente y sus tentadores fondos de pensión. Los acuerdos con los chinos exigen lo mismo. Y estar en buenos términos con el FMI, justamente para evitar un default ante un período desfavorable. Lo dicen los acuerdos firmados por el kirchnerismo.
Pareciera que ahora algunos negocios serán más baratos hasta con los chinos. Eso puede bajar el gasto en servicios de la deuda, abaratar el costo de aumentar el capital productivo. También es mucho más probable que las filiales locales de multinacionales participen menos en la interna entre filiales para quedarse con los nuevos desarrollos.
La aprovecharon otros. Chile mejoró increíblemente su condición de exportador de carne bovina. Al igual que Brasil y Paraguay, por no mencionar los progresos de Uruguay. Ocuparon en parte los lugares que la Argentina dejó libres porque el kirchnerismo prefirió aislarse.
Pocas cosas han sido tan ridículamente costosas aquí. Sus responsables se inflamarán ahora contra la actual gestión acusándolos de la única solución posible en un juicio comercial: el que pierde, paga. El escritor mendocino Jorge Sosa, famoso por la bellísima Otoño en Mendoza, bromeaba sobre que un choque de autos es un intento de demostrar por el absurdo el principio de impenetrabilidad de la materia.
Es lo que ocurrió con el default, al que no había que llegar por el camino de no tener déficit fiscal.
Kicillof tuvo en sus manos una salida, cuando había logrado que Fábrega le girara reservas, y saludó tras una charla con los holdouts con los pulgares arriba. Cristina Kirchner prefirió seguir la batalla y le prohibió salir del conflicto. Más propaganda para soñarse eterna, que al final no funcionó. Ni para ella ni para sus imaginarios delfines.
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