Coronavirus: un cambio a tiempo de la política y los políticos
La tradición se mantiene. La crisis es el estado natural de los argentinos y los reflejos están intactos. La planificación y la previsión nunca son el fuerte. Pero la reacción para actuar en la emergencia surge siempre con espontaneidad y celeridad. Hasta para sobrerreaccionar. La llegada del coronavirus confirma la excepcionalidad.
En menos de 48 horas, el gobierno nacional y la mayoría de las administraciones subnacionales adoptaron medidas de urgencia que cambiarán buena parte la vida cotidiana y de la agenda personal de la mayoría de los argentinos.
La celeridad y la vastedad de las decisiones resalta por contraposición con los numerosos desaciertos previos de los principales funcionarios, sobre todo en materia comunicacional. Tambien contrastan, aún más, las dilaciones y desestimaciones temerarias respecto de la gravedad y la inminencia de la llegada del coronavirus a la Argentina.
La batería de medidas tomadas en las últimas 48 horas para esta primera etapa, denominada de control, ha sido considerada adecuada por los especialistas, en términos generales, aunque pudieran sorprender por su magnitud y urgencia.
El objetivo de ralentizar los contagios que serían inevitables justifica y amerita lo hecho, dicen los expertos. Punto para los funcionarios. Aunque no todos salieron ilesos ni todos quedaron en igual posición que antes de la llegada del Covid-19 a la Argentina.
Más allá de la celeridad para adoptar medidas en las últimas horas, la política mostró otro dato para rescatar: la ausencia de disputas relevantes y hasta cierta coordinación entre funcionarios de distintas administraciones y diferentes signos políticos, como exige esta crisis sanitaria de orden mundial. No se escucharon pases de facturas ni contradicciones graves, más allá de lo que pudieran decir algunos habitantes de la periferia política que siempre buscan hacerse oír en el centro. La peste pudo más que la grieta. Hasta ahora.
Desaciertos iniciales
Indisimulable resultó, además, el intento por corregir sin demoras los desaciertos en un terreno clave para evitar que la situación se descontrole: la comunicación pública. Rápidamente fueron corridos de la escena funcionarios cuyas expresiones de deseos (o ignorancia) habían tropezado con la realidad y que podrían haber inducido a comportamientos sociales inicialmente erróneos y, por consiguiente, de alto riesgo. En estos casos la prevención puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Y la desinformación suele ser letal.
Al ministro de Salud, Ginés González García, todo un prócer para el progresismo sanitarista, se le aplicó sin dilaciones la cuarentena comunicacional. Y no por cuestiones etarias.
El titular de la cartera sanitaria dejó su lugar a la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, especialista en infectología y epidemiología. Su especialización fue el principal argumento escgrimido desde la Casa Rosada para no desgastar más al ministro en público y para justificar que se le ubicara en la primera fila en lugar de su jefe.
No se escucharon pases de facturas ni contradicciones graves. La peste pudo más que la grieta. Hasta ahora
Sin embargo, apenas Vizzotti afrontó los primeros micrófonos se advirtió que tanto como la formación profesional médica pesaba su aptitud para la comunicación. Con sus mensajes claros, precisos, comprensibles para los destinatarios que son todos los habitantes del país cambió rápidamente el caos informativo que había precedido a su aparición. También se notaron las modificaciones en el equipo de comunicación del ministerio.
Otro punto sumaron Vizzotti tanto como los funcionarios de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires con la búsqueda de coincidencias que exhibieron en cada mesa compartida para dar información e instruir a la población sobre las acciones que se disponían desde el ámbito estatal y los comportamientos que debían adoptar los ciudadanos.
La coordinación en el área metropoltana donde se concentra la mayor cantidad de casos resulta fundamental y aunque no se advirtieron contradicciones en las últimas horas sí pareció no haber habido la comunicación suficiente para adoptar medidas simultáneas.
La celeridad con la que las autoridades porteñas resolvieron y comunicaron la aconsejada suspensión de espectáculos masivos expuso un hiato en la concertación con sus pares bonaerenses. Durante algunas horas la incertidumbre alteró la previsibilidad de los habitantes de uno y otro lado de la General Paz y el Riachuelo, cuyas vidas y salud no saben de fronteras. Probablemente se trate de curvas de aprendizaje.
Esto recién empieza y nadie sabe cómo ni cuándo terminará. Haber cambiado a tiempo, al menos, resulta auspicioso.
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