Un cambio de orden, más que de nombres
Chau kirchnerismo, hola neomenemismo, es un posible resumen del nuevo escenario político que presenta el acuerdo de Cristina Kirchner, Sergio Massa y Alberto Fernández
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La designación de Sergio Massa como precandidato presidencial del oficialismo y la reconstrucción de la liga de los gobernadores que lo entronizó terminaron por constituir un cambio de orden, antes que un cambio de nombres en la oferta electoral. Chau kirchnerismo, hola neomenemismo, podría resumir la caricatura de la hora. Probablemente, un exceso. Pero no carente de sustento.
El cierre de listas para la elección presidencial consolidó el corrimiento hacia la centroderecha del espectro político, después de 20 años de predominio político cultural del progresismo (o populismo de izquierda), encarnado en el kirchnerismo. Un deslizamiento que había empezado en 2015 y que solo el fallido final del gobierno de Mauricio Macri ralentizó. La performance del engendro cristinista modelo 2019 solo le devolvió aceleración a esa deriva. Al lado de Massa, aquel Alberto Fernández era un revolucionario.
Las elecciones de Córdoba de ayer, más allá de la singularidad política que siempre ofrece esa provincia y del triunfo de la fórmula del cordobesismo peronista gobernante por menos de lo esperado, refuerzan el sentido del rediseño que opera en el sistema político. También, por la confirmación de la tendencia a la baja de la participación electoral, que ayer estuvo siete puntos por debajo de 2019 y nueve contra 2015.
Resulta muy relevante que el kirchnerismo puro no haya podido ni siquiera poner a uno de los suyos en el segundo lugar del binomio mayor nacional, después de dos décadas de hegemonía dentro del peronismo.
Las presencias de cristicamporistas, incluido el hijo Máximo, al frente de las listas para senadores y diputados asoman como licencias destinadas a evitar fracturas más dolorosas, fruto de equilibrios precarios y suma de debilidades internas. Todavía tienen algún resto y ahí están para controlar y fijar algún límite. Todo tiene un final, pero casi nunca llega de un solo golpe, sino por acumulación.
Más allá de las singularidades y errores de cálculo de Cristina Kirchner en la construcción de una sucesión viable hay un sustrato de época. Eso permite comprender la paradójica entronización del ministro de Economía del 120% de inflación y de la relación carnal con Washington, en su condición de única carta competitiva del mazo oficialista. Un joker de última instancia.
Ante la extrema fragilidad de la situación económica, no es fácil encontrar otra explicación para esta pirueta sin red del peronismo. Sin desdeñar la voluntad única de Massa y de que su malquistada ausencia en el binomio podría acelerar una debacle. Es cierto, pero no excluyente, que la amenaza de un fin de gobierno anticipado volvió a mover los cimientos del oficialismo. El instinto de supervivencia siempre se activa ante el riesgo extremo.
Choca contra demasiados indicios la hipótesis de que la consagración del ministro es una jugada de “la jefa” para no hacerse cargo de una derrota y que, en tal caso, “pierdan ellos”, en busca de una sobrevida que el gobierno fracasado y la tozudez final de Alberto Fernández no le dieron al kirchnerismo.
Esa explicación asoma como una manifestación del síndrome de Estocolmo que sufren muchos de sus seguidores, quienes siguen adjudicándole genialidades estratégicas a una lideresa que se ha caracterizado por la elección de malos candidatos. Una negación frente a “otra expresión de crueldad de quien, desde el altar revolucionario, ha mandado a los suyos a votar por Daniel Scioli, por Alberto Fernández y, ahora, por Massa, cuyo progresismo en sangre es indetectable”, como señaló un agudo consultor político.
El supuesto potencial electoral de Massa dentro del panperonismo para mantener unido el heterogéneo y hasta incompatible conglomerado oficialista no fue el único elemento que terminó por imponerse.
También influyó el efecto que su candidatura puede causar en el resto del sistema, benéfico para el colectivo oficialista y tóxico para la oposición cambiemita, y así agregarle competitividad a lo que a priori puede parecer un manotazo de ahogado, sin mayor destino de éxito. Siempre y cuando la economía no colapse, aunque Massa es el único que podría proveer cierta expectativa.
“La única solución era yo”
El relato de Massa a los suyos sobre las 24 horas que terminaron con su entronización resulta verosímil. “Cuando los gobernadores (sobre todo Gerardo Zamora) se plantaron y le dijeron a Cristina que ellos no podían militar una fórmula tan poco digerible en sus provincias, como la de Wado [De Pedro] y [Juan] Manzur, ella empezó a aflojar. Entendió que esa era una fórmula para ganar adentro y perder afuera. No cerraba con lo que ella les decía: que quería que el Gobierno llegara hasta el 10 diciembre y tener alguna chance de ganar. Ahí aceptó que la única solución era yo”, cuenta el ahora precandidato.
El optimismo del ministro es convincente para náufragos desolados. Al palo que esgrimieron los mandatarios provinciales para imponer su postulación, él agregó la zanahoria de un nuevo acuerdo con el FMI antes del próximo fin de semana para que Cristina Kirchner encontrara un atajo justificatorio. Su consagración podría facilitarlo.
De todas maneras, el desenlace es una concesión desesperada para la vicepresidenta. Terminó diezmando electoralmente a “los hijos de la generación diezmada” y en su autobiografía está obligada a verse volviendo al fatídico casillero 2013, cuando Massa dejó el oficialismo y clausuró sus sueños re-reeleccionistas.
La obstinación, la resiliencia y la paciencia vindicativa de Massa no encuentran muchos parangones. Además de lograr la rendición de Cristina Kirchner, en el mismo acto se cobró la vida política de Daniel Scioli, que hace 15 años lo dejó al borde del altar. Una ejecución silenciosa, con la ayuda de Fernández. Otra vez juntos contra el kirchnerismo.
“Después de mi fracaso del 2015 aprendí el don de la paciencia y la templanza. Y esta vez, como me dijeron varios, hice todo bien. Igual que en 2013″, autocelebró el postulante ante varios interlocutores. El calendario político-electoral de Massa y el de Cristina Kirchner tienen hitos imborrables donde se unen y se enfrentan, que en este momento cobran más vigencia hacia el futuro que respecto del pasado.
Más problemas para Larreta
Ahora, después de tanto pavimentarla, despavimentarla y repavimentarla, la “ancha avenida del medio” aparece superpoblada con la confirmación de Massa y la inscripción de la fórmula presidencial encabezada por el gobernador saliente de Córdoba Juan Schiaretti, a quien el triunfo del cordobesismo peronista, aunque muy ajustado, le dio ayer un aliciente para afrontar, como mínimo, las PASO.
El rediseño de la oferta electoral que empezó el viernes es un problema mayor para Horacio Rodríguez Larreta, quien se proponía pescar en la pecera del peronismo moderado y desencantado, con el objetivo de compensar lo que el núcleo duro de su espacio le negaba.
El fracaso del torpe intento de incorporar de apuro a Schiaretti a un espacio cambiemita ampliado cobra hoy mayor relevancia. Sus adversarios internos, con Patricia Bullrich al frente, también le pasan factura por la ajustada derrota de la fórmula cambiemita de Córdoba, que encabezó Luis Juez. No importa cuánto pueda haber menguado de verdad las chances de Juez el coqueteo con el gobernador peronista saliente. Todo ahora es contrafáctico.
Hasta el viernes a la tarde el jefe de gobierno porteño se frotaba las manos con los anuncios de la fórmula de De Pedro-Manzur, que espantaban a los peronistas no kirchneristas. Pero la puerta de ingreso a ese campo de votantes quedó casi obturada para Rodríguez Larreta, “con el agravante de que su figura está en crisis con la sociología de JxC”, según define un estratega político que ha colaborado con la campaña del jefe de gobierno porteño. El sentido común confirmaría esa conclusión.
La conformación de la fórmula con Gerardo Morales tendía a satisfacer la demanda de mayor firmeza del electorado cambiemita, más aún después de los episodios de Jujuy, en los que la policía provincial reprimió a los violentos e incendiarios manifestantes. Lo mismo que el encumbramiento al tope de listas legislativas de figuras como el liberal José Luis Espert y el peronista Miguel Pichetto.
Pero esas decisiones encuentran ahora un factor neutralizante con la postulación de Massa. La amistad personal de Larreta y la sociedad política que ha tenido Morales con el ministro de Economía son un lastre, que en su presentación buscaron sacarse de encima.
No obstante, unos pocos analistas ensayan una hipótesis contraintuitiva que encendería una pequeña luz de esperanza para Larreta, haciendo virtud del vicio. “Si la tendencia es hacia la moderación y si la gente quiere que los políticos se pongan de acuerdo para solucionarles los problemas y no que sigan peleándose, ¿no podría haber una oportunidad para quienes estén más cerca política y personalmente?”, expresa ese supuesto, en el que pocos creen de cara a la PASO cambiemita.
La amplitud del armado de Larreta choca de frente con la reafirmación identitaria de Patricia Bullrich, tras la elección del mendocino Luis Petri. Tan halcón como ella y sin indicios de vinculación alguna con el candidato que terminó aceptando Cristina Kirchner. Son atractivos atributos para el núcleo duro de votantes de JxC ,que suele definir el resultado de las primarias. Mucho más si se consolida la tendencia a la baja en la participación electoral de los menos comprometidos, que se ha registrado en varias provincias.
Si, efectivamente, todo eso consolidara la competitividad de Bullrich, no solo festejaría el macrismo duro y los halcones cambiemitas.
El oficialismo siempre consideró que ella es la rival a la que más le costaría obtener votos en el electorado moderado. Ahora, con Massa en lugar del cristicamporista De Pedro, se ilusionan con tener alguna chance en un probable ballottage. Acentuar el perfil centrista y potenciar el ocaso del kirchnerismo sin atentar contra el apoyo de las bases kirchneristas más duras es el enorme desafío que debe enfrentar Massa. Una prueba de fuego para su plasticidad y para la desconfianza de una parte importante del electorado que quiere dar por cerrado ese ciclo de dos décadas.
Lo concreto es que el cierre de listas y conformación de fórmulas presidenciales muestra un nuevo escenario después de 20 años de un orden establecido por el clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo.
Sergio Massa, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, los tres precandidatos presidenciales con más intención de votos, llegaron a la vida política o tuvieron un paso destacado por el menemismo noventista. Y no son pecados de juventud que quedaron en el olvido, sino raíces constitutivas de su cosmovisión.
El vertiginoso y grotesco cambio de fórmula del oficialismo en las 24 horas previas al cierre de listas, así como la conformación de los dos binomios de Juntos por el Cambio, cristalizó el cambio de época y el reacomodamiento de todo el sistema político.
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