Tropiezos de Kicillof, alegría de peronistas y opositores
Antes de cumplir un mes como gobernador Axel Kicillof comprobó los duros límites de la intransigencia. O del sectarismo.
El mandatario bonaerense no pudo imponer sin negociar, como pretendía, el proyecto de presupuesto que había enviado a la Legislatura bonaerense, a pesar de sus muchos intentos y encendidas diatribas contra quienes le retacearon sus votos.
Que la provincia empezara el año sin esa ley fundamental para la administración de una provincia superavitaria en necesidades no fue por culpa solo de los legisladores opositores de Juntos por el Cambio, como pretendió instalar el gobernador en cada una de sus apariciones.
Kicillof debió recurrir demasiado temprano a la protección de su mentora, Cristina Kirchner, y buscar el apoyo de Alberto Fernández para tratar de ordenar lo que su intransigencia desordenó y generó rebeldías, aún dentro del Frente de Todos.
Más allá de la probable aprobación que termine logrando su cálculo de gastos e ingresos provinciales en las próximas sesiones, lo que tropezó en la Legislatura no fue esa iniciativa, sino su proyecto político diferenciador, agonales y nada consensual. Por eso, sus ecos y efectos exceden las paredes del Parlamento bonaerense y traspasan las fronteras de la provincia.
Lo que quedó expuesto fue el contraste entre el modo de gobernar y construir que tiene Alberto Fernández y el de Kicillof.
El Presidente no deja pasar oportunidad de acumular capital político y ampliar su base de sustentación desde que asumió. La reunión con un jefe comunal macrista del conurbano, como Néstor Grindetti, rozaría la provocación si no fuera por la utilidad que podría tener para Kicillof.
Por el contrario, en apenas un par de semanas al gobernador se le achicó el bastón de mando que en su asunción blandió como un trofeo (o un arma).
Como un espejo invertido vuelven aquellas contrastadas imágenes que dejaron grabadas las gestiones macristas en la Nación y en la provincia de Buenos Aires. Una manifiesta simetría, más allá de modales y apariencias, puede apreciarse entre Kicillof y el macripeñismo duro, por un lado, y entre Alberto Fernández y el vidalismo, por el otro. Intransigentes y puristas los primeros, negociadores y aperturistas los otros.
Es un hecho que al gobernador cristinista no le pararon el presupuesto solo los legisladores y referentes opositores a quienes él culpó. También le fallaron apoyos desde el propio peronismo.
Intendentes y referentes peronistas bonaerenses y hasta funcionarios nacionales y algunos camporistas celebran por lo bajo, camuflados con los festejos de fin de año. No se trata de una mera cuestión de números y de pesos: Está en juego el poder. Actual y futuro.
El proyecto de presupuesto de Kicillof no solo afectaba los intereses de los sectores más ricos de la provincia, con las subas de los impuestos inmobiliarios urbano y rural, como decía el relato con el que pretendió dividir a los cambiemitas y sumar tras de sí a todo el peronismo.
También limitaba los recursos y el poder de los intendentes de su mismo espacio, a los que ya había dejado afuera de su armado un día después de imponerse en las primarias.
La venganza comunal
El objetivo, establecido en el proyecto de ley de presupuesto, de que todos los recursos y obras de la Nación para los municipios debían pasar por el gobierno provincial y no ir en forma directa a las intendencias, aun en casos de urgencia, fue demasiado para los jefes comunales.
Suficiente como para movilizar los anticuerpos de esos sobrevivientes de mil batallas y ponerlos a trabajar para frenar la iniciativa. Los contactos que en los últimos años desarrollaron con sus colegas municipales y legisladores provinciales de Cambiemos (macristas o radicales por igual) se reactivaron al instante.
Los jefes comunales peronistas están convencidos de que detrás de ese recorte de sus facultades y recursos se encuentra Cristina.
La ahora vicepresidenta tiene demasiadas cuentas pendientes con ellos. Para ella siguen representando aquella liga de intendentes que oportunamente ideó Néstor Kirchner para controlar la provincia y, sobre todo, a Daniel Scioli, que, al final se le volvió en su contra. Ellos, liderados por Sergio Massa, fueron los que terminaron en 2013 con el sueño de la re-reelección cristinista. Suficiente para que la dueña de una memoria privilegiada sueñe con un pronto recambio.
Ese poder amenazante de los intendentes, basado en una historia que lo convalida, es un argumento atractivo para que Axel se proponga devaluarlos y tratar de someterlos, antes que compartir nada. Al menos es algo de lo que ellos se muestran convencidos y no están dispuestos a facilitarle la tarea. El instinto de supervivencia es más fuerte.
Buscan evitar que el recambio generacional (e ideológico) que encarnan y se proponen kicillofistas y camporistas empiece por sus municipios. Por las dudas, toman precauciones y van por más: ya tienen en la mira el calendario electoral de 2021 y 2023. Ya sueñan con imponer un candidato propio para suceder a Kicillof.
Los más tremendistas auguran un conflicto inexorable, más temprano que tarde, entre el tándem Kicillof-Cristina y el resto del peronismo, incluido el albertismo. Aunque admiten que es prematuro.
Un hecho curioso y singular es que no son solo los neobarones de conurbano los que desconfían y temen la alianza entre el gobernador y la vicepresidenta.
Aquel 12 de agosto post-PASO, Kicillof empezó a poner lejos de la toma de decisiones y del armado de su futuro gobierno también a La Cámpora. Casi nadie duda de que en ese trance contó con la venia (sino con la inspiración), más que con la distracción, de Cristina, a pesar de que la perjudicada fuera la agrupación que lidera Máximo Kirchner. Las relaciones filiales son complejas cuando están mediadas por el poder. Shakespeare ya lo escribió.
Demasiados heridos
Para completar el cuadro que pinta los tropiezos del gobernador resta incluir a quien primero lo cobijó a él y sus cruzados en el desembarco provincial.
El intendente Mario Ishi, que le había concedido generosamente contratos y cargos al núcleo duro del kicillofismo en la Universidad de José C Paz, no entiende por qué se quedó sin cobrar los dividendos de su inversión, que, dicen, le habían prometido. La influencia que aspiraba a tener en la Cámara de Diputados provincial es otra de las frustraciones que le ha deparado el kirchnerismo en estos muchos años de ripiosa relación.
Eso explicaría que cuando el gobernador intentó insistir con el proyecto de presupuesto en la Cámara baja, tras fracasar en el Senado, no haya llegado a tiempo un camporista de José C Paz. Bingo, cantaron los intendentes bonaerenses no cristinistas.
Alberto Fernández sigue sumando. Kicillof debió dirigirse a la Casa Rosada en busca de apoyo. Los voceros del Poder Ejecutivo, con fingida inocencia y aparente solidaridad, no se demoraron en publicitar la reunión y el respaldo dado.
La necesidad de reclamar ese soporte presidencia es una manifestación cabal de que el auto de Axel salió rayado de la primera disputa política como gobernador. Y las dificultades para lograr la sanción del presupuesto aún no cesaron.
Ahora el gobierno provincial insistirá con algunos puntos de su proyecto, pero ya tuvo que pagar costos. No hay que ser economista para saber el impacto que eso tiene en el patrimonio simbólico de cualquier gobernante. Ni hablar del capital político de los puristas e intransigentes.
Kicillof ya empezó a constatar la enorme diferencia que hay entre ganar elecciones y gobernar, sobre todo cuando se carece de mayorías y, especialmente, de plasticidad. Podría pedirles consejos a algunos macristas con los que disfrutó de enfrentarse en los últimos años sobre los límites del sectarismo. O del dogmatismo.
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