Tres candidatos imperfectos en el Gran Hermano kirchnerista
Wado tiene dos semanas para revertir su nivel de desconocimiento; a Kicillof le prometieron quedarse en la provincia, tras una crisis con Máximo Kirchner; el dilema de Massa para Cristina
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Ya lloviznaba cuando Cristina Kirchner ingresó a la carpa montada como un espacio vip, al lado del gigantesco escenario que daba la espalda a la Casa Rosada. Allí estaban Eduardo Wado de Pedro y Sergio Massa. Los dos estuvieron conversando con la vicepresidenta varios minutos. Al terminar el discurso, se volvieron a juntar, también con la presencia de Axel Kicillof y Máximo Kirchner. En esos dos encuentros parecieron cristalizarse algunas definiciones políticas, al menos señales más claras que las que provocó el mensaje vacío de Cristina. Apenas indicios para interpretar la telaraña en la que está atrapado el kirchnerismo desde que su líder dijo que no competiría en las elecciones, y desde que ese vacío solo fue reemplazado por una disputa entre candidatos imperfectos, que no logran terminar de imponerse por sus carencias.
El primer indicio es que Wado es quien hoy tiene el callejón liberado para proyectarse como candidato a presidente. Su equipo debió apurar la salida del spot de lanzamiento y los afiches para la misma noche del jueves, pese a que lo tenían previsto para el fin de semana. Desde la misma carpa vip Cristina ordenó adelantar el operativo; quería que se interpretara como una consecuencia natural del acto. Hay una sintonía entre el mensaje que la vicepresidenta viene articulando y lo que el ministro del Interior representa. No solo por su referencia a los “hijos de la generación diezmada” sino también por su búsqueda de mayor pureza ideológica, reflejado en sus referencias al FMI, a la Justicia y a los medios. “Cristina está verbalizando que prefiere un candidato propio y no un aliado como fueron (Daniel) Scioli o Alberto Fernández”, asegura un asesor cercano.
El principal problema de Wado es que aparece muy atrasado en las encuestas y que tiene un alto nivel de desconocimiento (algo que el propio De Pedro cree que es un activo porque le permite despegarse de un gobierno con mala imagen). Por eso en su equipo planean dos semanas de furiosa instalación pública para ver hasta dónde puede crecer. Esto demuestra que no es una postulación que ya esté totalmente decidida. El ministro va a tratar de posicionarse como una figura joven que representa el cambio generacional, e intentará encarnar un extraño proceso de “descamporización”, para demostrar que no es un candidato de la organización sino de un peronismo más amplio, que incluye a gobernadores, intendentes y dirigentes territoriales. “Este es un armado mío, son apoyos que conseguí yo”, enfatizó en charlas privadas para ensayar una vocación de autonomía. La única imagen que la acompañará será la de Cristina. Sería un intento de ampliación kirchnerista, pero con un referente propio. Un experimento incierto y complejo para una agrupación que siempre se caracterizó por ser dogmática y endogámica.
El segundo indicio que trascendió de esos conciliábulos patrios es que por ahora se frenará la presión sobre Axel Kicillof para que abandone la provincia y salte a la pelea presidencial. Es que en las últimas semanas la tensión con Máximo Kirchner llegó a límites muy peligrosos. En una reunión con dirigentes bonaerenses el diputado criticó por primera vez ante una decena de dirigentes el “personalismo” del gobernador, lo tildó de “caprichoso” y lo comparó con Javier Milei porque habla casi a los gritos, se dedica a la economía y tiene ojos celestes. No tolera que Kicillof se le rebele y le enrostre su vínculo privilegiado con Cristina. Con espíritu provocador llegó a armarle una reunión a Wado con intendentes bonaerenses, a la que no lo invitó. Kicillof sacó a su paladín mediático, Carlos Bianco, a plantear que estaría dispuesto a ir por la presidencia, solo si se lo pide Cristina. En el mismo espíritu levantisco también agitó un posible desdoblamiento electoral.
La tensión escaló a tal punto que la vicepresidenta ordenó parar la pelea entre su hijo biológico y su hijo político. Hace unos días ella le admitió al piquetero Emilio Pérsico: “Axel sería el mejor candidato, pero no quiere ser”. En la charla de la carpa hubo comentarios jocosos hacia el gobernador para descomprimir. “Relajate, ya pasó, te quedás en la provincia”, le dijeron con ironía mal disimulada. Pero el tema no está cerrado definitivamente. Un ministro nacional que hoy volvió a estar cerca del calor kirchnerista reconoce que “si lo de Wado no evoluciona, volverá la presión sobre Kicillof, sencillamente porque es el que retiene el mayor caudal de votos”.
Lo que sí es definitivo, es la fractura entre los referentes de la vieja juventud. Kicillof y Andrés Larroque quedaron de un lado, reivindicando una mirada más militante y de construcción política más llana; y Máximo y Wado se alinearon en otro cuadrante, con un modelo que prioriza la estructura del poder y el armado desde la dirigencia. Máximo piensa que la historia del Clío de Kicillof en realidad esconde que ganó gracias a su madre, y Wado comparte ciertas críticas; Larroque recela de los guantes blancos con los que Wado saluda al establishment económico, mientras que Kicillof impugna la devoción de Máximo por los cargos públicos. Cristina se ha quejado varias veces en reuniones privadas de estas peleas entre sus niños preferidos.
Sergio, estás nominado
El tercer elemento que quedó cristalizado bajo el cielo plomizo del 25 de Mayo fue el retroceso de Massa en la carrera presidencial, aunque también quedó consolidado su pacto con Cristina. La falta de resultados concretos en materia económica hizo crecer el murmullo interno en contra de la conveniencia de que el ministro sea el candidato oficialista. “Tiene que generar hechos positivos para poder sostenerlo, si no es imposible”, explicó un camporista al tanto de esas conversaciones.
La impresión general es que, ante el previsible crecimiento de la inflación de mayo, Massa depende exclusivamente de un éxito externo para mantenerse en pie, lo que traducido significaría una ampliación del swap con China en US$4000 millones (además de destrabar un complejo esquema de financiación de Brasil a través del banco de los BRICS) y una renegociación con desembolsos anticipados del FMI (Massa pensó que a esta altura ya estaría definido, pero el acuerdo está demorado por el pedido de una devaluación que oscila entre el 30% y el 50%, que el Gobierno no acepta).
El kirchnerismo no le obtura la gestión pero también lo lima políticamente como a Kicillof. Todos interpretaron como una provocación la presencia de Julio Zamora, intendente de Tigre enfrentado con los Massa-Galamarini, tanto en la reunión de Máximo y Wado con los intendentes, como en el escenario del acto por los 20 años del kirchnerismo. De fondo siempre está la desconfianza abrigada por traiciones y viejas operaciones. Sin embargo, Cristina buscó refrendar su alianza estratégica con Massa al ubicarlo en la primera fila de sus herederos. Previamente sellaron un acuerdo para que la reconstrucción del Frente de Todos los encuentre unidos. Esto incluye una garantía de paz con Wado y el coqueteo con la idea de una dupla, tal como quedó reflejado en el acto que los dos ministros compartieron ayer en Mercedes (con el agravante de que hoy parece difícil imaginar a Massa de vice de Wado).
Habrá que ver en todo caso cómo procesan ese compromiso si el ministro no llega a candidato, cuál podría ser una compensación equivalente. “Sergio no necesita estar en la rosca con el resto, porque él habla mano a mano con Cristina. No es un heredero”, tratan de jerarquizarlo en su entorno. De fondo hay un dato sustancial: cualquier resolución del caso Massa puede comprometer la economía. Si es candidato y debe dejar el Palacio de Hacienda, ¿lograría transmitir estabilidad con un sucesor? Y si no se postula, ¿no se debilitaría como figura sin proyección? Massa sabe que su principal activo político hoy es ser garante de una gestión económica que, aunque fallida, hasta ahora evitó la caída en el precipicio. Ante ese dilema el kirchnerismo optó por arroparlo. Así se entiende que Máximo haya decidido acompañarlo en su periplo por China, según recuerdan algunos allegados, la primera vez que saldrá del país desde que iba con sus padres de vacaciones a Disney.
¿Quo vadis peronismo?
Detrás de la danza del trío de candidatos imperfectos se empezaron a agitar dos debates clave en el peronismo. El primero es estratégico-electoral y busca resolver el interrogante sobre cuál será el objetivo principal del Frente de Todos. Solo existe un consenso generalizado: el escenario más probable es una derrota. Es poco habitual identificar a un oficialismo tan franco en sus limitaciones. Al plantear un escenario de tercios y hablar de que lo importante es garantizar el piso tradicional del peronismo, Cristina dejó señales de que busca galvanizar primero los votantes propios, para después polarizar en un eventual ballotage con un candidato de derecha. Aunque las encuestas hoy muestran que dos tercios de la población está dispuesta a ir con opciones opositoras, y eso garantizaría una derrota en segunda vuelta, se trataría de una derrota digna y digerible.
Si este es el planteo, podrían ir con un candidato propio como Wado o Kicillof, ya que le permitiría a Cristina mantener el control del peronismo en la oposición. El escenario del jueves mostró una primera imagen de esa configuración, con un Frente de Todos arrinconado en el conurbano bonaerense y adelgazado en representación. Casi sin referentes del interior, con ausencia de varios intendentes, sin la CGT ni algunos movimientos sociales (también sin Alberto Fernández y su guitarra solitaria). Como dijo un dirigente porteño, “hoy el kirchnerismo es una fuerza nacional, sin un esquema federal”. Un armado más compacto, pero también más acotado. Más preparado para resistir que para construir una alternativa de poder.
La otra opción, que es la que impulsa Massa, implica volver al modelo de un candidato que amplíe hacia el centro, como cuando fue elegido Alberto Fernández. Esa hipótesis parte de una eventual derrota de Horacio Rodríguez Larreta en las PASO, que deje a Patricia Bullrich y a Milei amontonados a la derecha, y un electorado disponible en el medio. Como extensión de esa discusión, también la definición de la provincia de Buenos Aires genera debate. Máximo Kirchner piensa que si no se gana la presidencial es imposible salvar el territorio bonaerense. Ese es su argumento para presionar a Kicillof hacia la disputa nacional. Otros, como los intendentes, abonan la teoría del refugio: desdoblar para evitar el contrapeso del Gobierno y la influencia de Milei, y así cobijar la resistencia en el conurbano. “El problema que tenemos es que no sabemos cuál es el sentido de la elección para nosotros, qué quiere decir ganar o perder. Entre lo deseable y lo posible no podemos definir una estrategia”, admite un dirigente camporista.
El segundo debate es mucho más profundo y tiene un carácter ideológico-conceptual: ¿cuál es la promesa que tiene el peronismo para ofrecer hacia el futuro? En una plaza repleta mayoritariamente de jóvenes, Cristina les ofreció una utopía revisionista, volver a un pasado imaginario del que pocos participaron. Hay una imposibilidad endémica para verbalizar una idea de modernidad y de progreso, de expectativa de desarrollo y evolución. Cristina les habla en términos gramscianos de la disputa entre los asalariados y el empresariado rentista a una generación que opera con criptomonedas y que se acostumbró a consumir con la billetera virtual (aunque no les alcance el dinero). Y cuando ofrenda un recambio generacional lo hace en términos retrospectivos al valorizar un vínculo con los años 70.
Hay otros relatos más actualizados dentro del peronismo, pero quedan muteados por la potencia de la voz de ella. Este planteo está reflejado en el libro Un peronismo para el siglo XXI, que recientemente publicó el exministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas, uno de los más agudos desafiantes del relato kirchnerista. “Tenemos una necesidad de aggiornar miradas dentro del peronismo, porque hay algunos sectores que tienen una visión muy cincuentista o setentista de cómo se estructura y organiza la producción industrial y de servicios, incluso la del campo, al que se sigue viendo como si fuera la vieja oligarquía. A eso se suman algunos prejuicios antiempresarial y anticapitalista del cristinismo. Y lo que hay que hacer es organizar y liderar esas fuerzas productivas, que es algo que el peronismo no está pudiendo hacer”, expresa Kulfas. Se entiende por qué Cristina lo tenía entre ceja y ceja.
Junto con este desacople del discurso productivo también hay otro desafío profundo que atraviesa el peronismo y que reside en su dificultad para mantener su nivel de representación de la clase trabajadora y de los sectores más marginados. Los primeros están afectados por la erosión del salarial real y por la necesidad de refugiarse en la informalidad cuentapropista. Los otros, porque el esquema de compensación de los planes sociales es insuficiente para cubrir una canasta familiar. El contrato social que se está rompiendo es el que la historia le demanda al peronismo con esos sectores. Alejandro Katz hace un planteo medular al respecto al sostener que “así como en la crisis de 2001 los sectores medios vieron muy modificada su relación con el mundo del trabajo en un estallido de incertidumbre y el fin de una era de estabilidad, ahora lo que estamos viendo es esa mismo proceso en los sectores populares. Y así como el radicalismo dejó de representar a los sectores medios en la crisis de principios de siglo, el peronismo está dejando de representar hoy a los sectores populares. Su dirigencia no entiende que para esos segmentos los horizontes de expectativas con que organizan su vida económica es diferente de lo que ellos piensan”. En menos de un mes el oficialismo no va a poder dirimir estos dilemas. Apenas podrá definir un ganador en la casa de la Gran Hermana kirchnerista.
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