Tres actos de un show sin dirección ni voces afinadas
Las imágenes y las expresiones de las manifestaciones oficialistas de las últimas 72 horas solo tienden a agravar la fragilidad de una administración que pregona la unidad del oficialismo
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La sucesión de manifestaciones oficialistas de las últimas 72 horas compuso un espectáculo único, en tres actos, de alto impacto, tanto como de dudosa ayuda para un gobierno que no logra dejar de trastabillar.
Para definirlo nada parece más apropiado que recurrir a una de esas metáforas político-musicales a las que suele ser tan adepto Alberto Fernández. Aunque, sin dudas, no se trató de esa polifonía como la que le gusta reivindicar al Presidente para explicar la supuesta unidad en la diversidad, en la que voces y notas se articulan en un todo armónico.
Demasiado lejos de la armonía estuvo el acto dominical de la Plaza de Mayo, enmarcado por la presentación el día anterior de Cristina Kirchner ante la juventud camporista y el de la CGT en día laborable. Para agregar disonancias se sumó la presentación del jefe de Gabinete y el ministro de Economía del viernes pasado en Nueva York ante financistas.
Lo visto y oído en los shows de este fin de semana extra large, que se prodigó en público el oficialismo, se pareció demasiado a un (des) concierto de solistas desafinados, que solo lograron resaltar la ausencia de un director (o directora) en escena con autoridad y capacidad para ordenar tanto ruido. Un auténtico golpe a los sentidos. No solo del buen gusto.
Si la indignación mayoritaria que causó la profanación del memorial de los 115.000 muertos por el Covid-19 pudiera atenuarse en algo por tratarse de un acto aislado de “dos militantes”, como intentó relativizar el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, tanto o más difícil resulta disimular la sucesión de desafortunadas acciones y expresiones que protagonizaron o avalaron tácitamente con su presencia los más altos funcionarios de los gobiernos nacional y bonaerense que concurrieron a la Plaza de Mayo.
No podrán alegar esos representantes que fueron tomados por sorpresa por las ya habituales provocaciones y desmesuras de Hebe de Bonafini o Luis D’Elía ni por la desafiante presencia y la oratoria del condenado Amado Boudou. De nada se priva en su privilegiada libertad el exvicepresidente que pasó del neoliberalismo a la revolución después de graduarse de favorito cristinista, y de caer en semidesgracia por intentar quedarse con la máquina de hacer billetes (o “platita”). Un verdadero atentado contra los votantes en fuga.
Que las diatribas personales y las virtuales amenazas contra Alberto Fernández y las críticas a sus políticas expresadas desde el palco y ante los micrófonos no fueran contestadas por los funcionarios presentes, que en algunos casos hasta las aplaudieron, asoma como una singularidad que solo esta gestión parece admitir.
Pero mucho más curioso resulta que el Presidente haya celebrado y estuviera contento con lo ocurrido, según afirmó (sin sonrojarse) la flamante “portavoz de la gestión del Gobierno”, Gabriela Cerruti, encargada de ponerle coto a las fake news. Habrá que creerle. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio (Serrat dixit).
La desmesura del contexto hace que hasta sorprenda menos la inaceptable actitud de un jefe de gabinete provincial, como el ya curtido Martín Insaurralde, sumándose con entusiasmo adolescente al insultante y sexista coro dedicado a la madre de un expresidente opositor elegido democráticamente. La deconstrucción es tarea para otros. Si el consultor Antoni Gutiérrez-Rubí, contratado para ordenar el desorden oficialista, no fuera tan profesional ayer habría sido internado con hipertensión. Lo admiten en su entorno.
El barrabravismo del flamante funcionario provincial, que llegó con la misión de recuperar votos perdidos, adquiere aún más relevancia cuando se lo contrasta con los recientes y recurrentes anuncios de que el oficialismo busca alcanzar un acuerdo político-económico con la oposición, una idea que hasta la propia Cristina Kirchner instaló en el acto camporista del día anterior, en curiosa sintonía con la prédica que viene desarrollando Sergio Massa. La vieja liturgia de los actos populares no todo lo justifica. Ni, mucho menos, lo absuelve.
Sin embargo, no se trata solo de cuestiones del plano de lo moral, la ética o la estética. Lo ocurrido en estos días, incluido el acto de la CGT oficial, es también estrictamente del orden de lo político. Y en ese terreno nadie parece más perjudicado que el Gobierno, para no hablar de los rayones causados a la convivencia democrática.
Las imágenes y las expresiones solo tienden a agravar la fragilidad de una administración que pregona la unidad del oficialismo para poder afrontar un complejo desafío electoral dentro de solo cuatro semanas, después de la debacle en las PASO.
El desafinado recital de solistas del oficialismo hizo también rechinar los oídos de todos los interlocutores del mundo económico-financiero a los que el Presidente y sus principales funcionarios pretendieron halagar en la semana que pasó y ante los que reafirmaron la decisión de llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, para lo cual dijeron contar con el apoyo de toda la coalición oficialista. La Plaza de Mayo se empeñó en contradecirlos ruidosamente en el ¿Día de la Lealtad?
Vistos los últimos acontecimientos, aparece como un acierto que Juan Manzur y Martín Guzmán destacaran ante los inversores reunidos en Manhattan su certeza de que contarían con el apoyo de la oposición mayoritaria y de la CGT pronta a reunificarse para un eventual acuerdo con el FMI antes que jactarse de respaldos y coincidencias en el seno de la coalición oficialista. Gente prudente.
El muy organizado y prolijo acto cegetista realzó las diferencias con lo ocurrido el día anterior, empezando por el desagravio a los familiares de las víctimas del Covid-19 por el ataque que el día anterior había sufrido el memorial en la Plaza de Mayo. El peronismo unificado no es lo mismo que el peronismo unido.
Curiosamente, los dirigentes que menos quiere Cristina Kirchner coincidieron con la vicepresidenta al reivindicar el principio rector del movimiento que propicia una alianza entre el capital y el trabajo. En la Casa Rosada se recibió como un tubo de oxígeno. “Al final, los gremialistas somos los últimos capitalistas”, dicen que dice (o admite) Hugo Moyano. Volvió a resultar verosímil.
Los sindicalistas cristinistas tienen otra idea del peronismo y de lo que debe hacer el Gobierno. Solistas que siguen desafinando o, en el mejor de los casos, ejecutando otras partituras con relativo éxito. Aunque pongan en riesgo la estabilidad del elenco oficial y lleven más desasosiego a la sociedad que el que Cristina Kirchner pretende endilgarles a los medios.
Para coronarlo todo, Luis D’Elía volvió a excederse en Plaza de Mayo con otra de sus desmesuras que suelen rozar el umbral de lo destituyente o lo antidemocrático: “Alberto va a tener que elegir entre ser De la Rúa o Néstor Kirchner”. Fuego ¿amigo?
El exceso no impide advertir que para el gobierno de Fernández los desafíos nunca dejan de aumentar, como los precios. Y que no necesariamente las complicaciones están afuera de su propio universo. De la unidad en la diversidad a la diversidad sin unidad. Polifonías desafinadas.
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