Tiros y heridos en el traslado de Perón
Hubo 50 internados tras las peleas entre militantes gremiales; el Presidente no fue y ya hay fuertes acusaciones políticas
La caravana caótica con el cuerpo de Perón se detuvo por primera vez en plena autopista. Eran las 15.30 y las noticias que llegaban desde San Vicente, donde decenas de miles de personas esperaban el féretro, confirmaban que el último peregrinaje del fundador del justicialismo iba a quedar teñido por la violencia.
Una gresca a balazos y piedrazos entre dos grupos sindicales dejó al menos 35 heridos antes de la llegada del cadáver, y dio paso a una tarde dramática, en la que las peleas siguieron hasta el instante mismo en que el cuerpo fue depositado en el mausoleo levantado para ese fin en la quinta de San Vicente donde el general pasaba los veranos en los años 40. Otras 15 personas quedarían internadas en el hospital local antes del anochecer.
Alarmado, el presidente Néstor Kirchner suspendió, cerca de las 16, su participación en la ceremonia fúnebre que la CGT y las 62 Organizaciones habían organizado con la venia de la Casa Rosada, a 32 años de la muerte de Perón. La caravana estaba entonces a 20 kilómetros de la quinta y volvió a detenerse, en plena incertidumbre. ¿Debía seguir o no?
Los líderes de los principales gremios peronistas al final decidieron llegar hasta el mausoleo y cumplir con el ritual. Hugo Moyano habló igual en el palco, mientras llovían piedras hacia él y a pocos metros del ataúd otra gresca dejaba heridos por el suelo y provocaba la enésima desbandada por las calles de tierra de San Vicente.
El gobierno nacional y el de Buenos Aires se desentendieron de los incidentes. En la Casa Rosada atinaban anoche a distribuir la sospecha de que el grupo que provocó los disturbios tiene relación con Eduardo Duhalde, que saludó el cortejo al partir desde Buenos Aires y evitó trasladarse a San Vicente. "Fue gente de orientación duhaldista, para perjudicar al Presidente", denunció el diputado kirchnerista Carlos Kunkel.
Tanto en el gobierno de Kirchner como en la provincia se excusaron por el fracaso del operativo de custodia: indicaron que habían concedido la seguridad dentro de la quinta 17 de Octubre a un grupo de afiliados de las 62 Organizaciones, marcados con pecheras celestes y blancas, sin armas.
La policía bonaerense se apostó fuera del predio. Intervino con balas de goma y gases lacrimógenos al explotar la primera batalla. Un agente resultó herido de consideración al recibir un trozo de vidrio en la cabeza.
El traslado de Perón había comenzado al mediodía con un acto solemne en la CGT, en la que los líderes sindicales mostraron su poder, entre forcejeos y algunos golpes por tocar el ataúd que acababa de llegar desde la Chacarita. A esas horas, ya empezaban a llegar a San Vicente decenas de ómnibus rentados por los gremios y familias de a pie con viandas para pasar la tarde.
Cuando la caravana partió de Buenos Aires a paso de hombre, en los alrededores del mausoleo era notoria la escasa custodia policial. No más de 600 agentes de la policía bonaerense (la mitad de los que se disponen para un partido entre Boca y River) recorrían la zona por la que se esperaba a más de 100.000 personas.
El primer episodio de violencia estalló de repente dentro de la quinta, cerca de la zona del palco, cuando un sector de militantes de la Uocra y otro de Camioneros empezaron a pelear por copar el frente. Primero con palos, después con piedras y botellas de cerveza y al final con armas de fuego, los dos bandos se corrieron por el bosque que rodea el mausoleo.
La imagen de TV de un hombre que disparó cinco tiros sintetizó lo más crudo del enfrentamiento. Fuentes policiales y del Gobierno lo identificaron como Emilio Quiroz, allegado a Pablo Moyano, hijo del jefe de la CGT. La policía bonaerense y la Federal buscaban a ese hombre, que se esfumó por los fondos de la quinta. Hasta la medianoche no había detenidos.
Después del primer enfrentamiento, la Infantería de la bonaerense se apropió de la puerta 2, por donde debía entrar Kirchner. En las calles aledañas circulaba gente con la cara ensangrentada y las sirenas de las ambulancias que se llevaban a los heridos. Adentro, columnas enteras de simpatizantes peronistas -muchas mujeres con niños pequeños- escapaban del lugar. El museo de Perón quedó destrozado, incluidas algunas piezas históricas como el Mercedes-Benz amarillo que usaba el general. Por los parlantes sonaba la marcha peronista. Un vano intento de llevar calma. El Himno Nacional fue otro bálsamo de poco efecto.
Dudas y desesperación
A las 16, la incertidumbre nublaba San Vicente. En la ruta, los líderes sindicales frenaron el cortejo otra vez. A esa hora, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, avisó a la gente de ceremonial y a la custodia presidencial que Kirchner se quedaría en Olivos.
Pero la caravana arrancó y enterró las dudas. Poco antes de las 18, el féretro, adornado con la gorra del general, entró por el portón principal de la quinta. "¡Perón, Perón/qué grande sos!" La marcha tapaba otros gritos.
El obispo de Lomas de Zamora, Agustín Radrizzani, dio la bendición al cuerpo mientras volvía a acercarse al palco un grupo disidente de la Uocra, con coros de guerra. Y la violencia no paró los siguientes 20 minutos. Los bandos sindicales volvieron a revolear piedras, palos y botellas; los jefes apenas atinaron a dar unos discursos entrecortados por el desconcierto.
Hablaron la intendenta Brígida de Arcuri y la siguió Moyano, expuesto a las piedras y los abucheos. Luego pasó al frente el líder de las 62, Gerónimo Venegas. Y cerró Antonio Cafiero, el último ministro vivo de las primeras presidencias de Perón. No hubo condena a la violencia. "No me aflijo tanto por estas cosas porque es inevitable cuando se juntan 500.000 personas", dijo Cafiero, antes de gritar: "¡Descanse en paz, mi general!". Otros 15 heridos iban camino del hospital de San Vicente a esas horas.
El acto fue corto, incómodo. Con los jefes de la CGT pechándose por una manija del ataúd, el cuerpo mutilado de Perón entró en su morada última 32 años después de su muerte y en medio de una escena grotesca.