Tentación para la política doméstica
En la guerra de 1982, los dos gobiernos atravesaban crisis internas terminales de las que esperaban zafar con una victoria militar. Margaret Thatcher lo consiguió.
La sordidez de semejante estrategia aconsejaría que, con 649 muertos argentinos, los políticos de ambos países se abstuvieran de volver a utilizar el tema para luchas partidarias y la política doméstica.
La fortaleza argentina son sus derechos y las debilidades pasan por su asimetría de poder respecto de Gran Bretaña y la mundialmente conocida impotencia para generar acuerdos básicos que duren treinta, cuarenta años, aunque cambien los gobiernos. Los ingleses siguen en las islas Malvinas porque nosotros no sabemos ponernos de acuerdo.
A las Naciones Unidas todos los gobiernos fueron y todos seguirán yendo, pero hay que desengañar a la gente de que por esa vía las recuperaremos. Ese camino se ha demostrado importante, hay que insistir en él, pero a esta altura resulta evidente que se trata de una alternativa claramente insuficiente: algo más hay que hacer.
Si tuviéramos el desarrollo, las alianzas y el peso de Brasil en el mundo, los ingleses no podrían seguir ignorándonos. Si los brasileños lo consiguieron, ¿por qué nosotros no? Dentro mismo del siglo XXI podríamos estar recuperando las Malvinas.
También en este siglo lo más probable es que el Tratado Antártico caduque o se deslice a parámetros más indulgentes con la absoluta prohibición actual de ejercer soberanías. Y allí los británicos aspiran al mismo territorio que la Argentina.
Si seguimos así, nuestras posibilidades de defender los derechos antárticos pueden correr una suerte no mejor que en Malvinas. La solidaridad de nuestros vecinos atlánticos, más Chile, y la vocación brasileña de incidir cada vez más en el Atlántico Sur podrían sustentar una alianza capaz de enfrentar el expansionismo británico desde una posición mucho más fuerte que nuestra actual soledad.
Pero nada de eso podrá hacerse si, primero, los argentinos no construimos una política de Estado de verdad, no una mera política del gobierno de turno, convenientemente respaldada por los aplaudidores de siempre, una mera puesta en escena. El relato en lugar de la historia.
La ocasión pinta calva: la boutade de Cameron acusándonos a nosotros de colonialistas no obedece a una torpeza intelectual o una debilidad de carácter. Se trata del agotamiento estructural de los argumentos británicos. Cuando un adversario comienza a decirnos disparates, no debemos enojarnos, sino celebrar. Es una señal de que no le queda mucho más para alegar. Y los ingleses suelen resistirlo todo, menos el ridículo.
Hay algo que podemos vigilar desde ahora hasta el 2 de abril: si en este tema nuestros gobernantes ponen el énfasis -como en tantas otras cosas- en clamar por las injusticias y vejámenes reales, verdaderos, que hace treinta años nos propinó una verdadera potencia colonial, la peor de todas, o nos convoca a mirar hacia adelante para construir juntos, no sólo como claque, una política de Estado para recuperar las Malvinas.
El autor fue vicecanciller de Guido Di Tella
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