Tensiones, desconfianzas y pragmatismo en la nueva dinámica del poder
El rol de Alberto Fernández se transformó en un problema para la coalición, mientras la gestión se define entre Cristina y Massa; la brisa de estabilidad y los riesgos económicos inminentes
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La semana en la que cambió el eje del poder de la Argentina quedó impresa en dos gestos. El primero fue el lunes 1 de agosto a la tarde, cuando Cristina Kirchner cumplió una parte de su acuerdo con Sergio Massa y difundió una foto conjunta en su despacho. Una réplica exacta de la que se había sacado semanas antes con el embajador de Estados Unidos, Marc Stanley. Sin embargo, el ministro de Economía se quedó esperando otra señal que nunca recibió. A sus íntimos les había comentado que también habría un comunicado de respaldo de la vicepresidenta. Al final hubo un apoyo mudo, símbolo de la ambigüedad de la nueva etapa. Cristina sí le había anticipado que no iría a la jura -otra mueca que el funcionario hubiese agradecido-, porque no quería compartir escenario con Alberto Fernández.
El segundo gesto se dio precisamente el día de la asunción de Massa, dos días después. Al finalizar el acto, se vio en público cómo todos los medios se abalanzaban sobre el flamante ministro, mientras el Presidente salía caminando cabizbajo. Pero en privado ocurrió algo más gráfico. De todos los funcionarios, legisladores, empresarios y gremialistas que llenaron el Museo del Bicentenario, apenas uno pasó después a saludar a Alberto Fernández por su despacho: Julián Domínguez. Una escena de claudicación solitaria.
Esos dos momentos hilvanan la nueva configuración disfuncional de la coalición gobernante. Un presidente diluido, pero que conserva la famosa lapicera; una vicepresidenta que retiene el poder, pero que está atemorizada por el riesgo cierto de un descalabro institucional, y un ministro salvador que quedó a cargo de la gestión, pero con visibles condicionantes. Lapicera, poder y gestión distribuidos en los tres vértices del Frente de Todos. ¿Qué puede salir mal?
El rol de Alberto Fernández se transformó en un problema a resolver para todo el ecosistema oficialista, donde juzgan inconveniente que quede relegado al papel de animador de recorridas provinciales. Las alarmas saltaron este miércoles, cuando el Presidente se mostró en Chilecito felicitando al subcampeón del torneo de asados (y también al gobierno porteño por ser organizador), mientras al mismo tiempo Pablo Moyano lo desafiaba a “poner lo que tenga que poner”. “Ni la Televisión Pública emitió el acto del Presidente. Estaban todos con los gremios. Es una desvalorización muy fuerte de su tarea que tenemos que revertir”, explicaron en su entorno. El llamado de atención hizo que anteayer Fernández desayunara con el asesor Antoni Gutiérrez-Rubí para revisar la estrategia comunicacional. Hay cierto consenso en que no contribuyen los videos presidenciales de coplas riojanas. El especialista catalán quiere revisar la función de Gabriela Cerruti, quien podría quedar relegada a la difusión de actividades oficiales. Alberto pidió contenerla.
Quienes vieron en los últimos días al Presidente lo notaron irritable, irascible en el trato diario. Para algunos, incómodo en el nuevo esquema. Pasó del desconcierto al fastidio. Sin embargo, no está resignado a dejarse arrastrar porque interpreta que la nueva etapa es una revalidación de lo que él venía sosteniendo: que no había más camino que cumplir con el acuerdo con el FMI, y que se terminó imponiendo su lógica racional. El silencio del kirchnerismo refleja, según su mirada, la resignación de tener que aceptar lo que tantas veces le reprocharon a Martín Guzmán. También mostró reflejos de supervivencia al dilatarle la firma de algunos nombramientos a Massa, una revalorización tardía de la lapicera. En la intimidad, tiende a minimizar a su nuevo ministro porque entiende que solo está desplegando lo que originalmente era su plan, solo que ahora Cristina no se opone. A su vez Massa le hace el truco del ilusionista René Lavand: cuando ya acordó una decisión con el kirchnerismo le lleva tres carpetas para que adivine cuál es la correcta. Así lo hace parte del juego. Aunque también le esconde algunas cartas. Cerca del Presidente admiten que se enteró por Twitter de algunos nombramientos en Economía.
El nuevo eje del poder
Sin embargo, el eje del Gobierno hoy circula entre Massa y Cristina. De hecho casi no importa que la vicepresidenta otra vez haya dejado de hablar con Alberto. Antes era una novela; ahora está el superministro para hacer el carry trade de la gestión. La lógica de la nueva pareja del poder está basada en el pragmatismo. Todas las vertientes del kirchnerismo coinciden en señalar que el viraje de la vicepresidenta se produjo cuando sus presagios apocalípticos casi se convierten en realidad el fin de semana que renunció Guzmán. Temió un descalabro terminal con un portazo de Alberto cuando recibió los reportes de lo que estaba ocurriendo ese domingo en la quinta de Olivos. No indultó a Massa, pero archivó sus rencores por entender que no había otra alternativa. Los servicios de Máximo Kirchner fueron fundamentales para ese fin.
Pero hay una pregunta fundamental que hasta ahora no tiene una respuesta unívoca: ¿el respaldo silencioso de Cristina a Massa es irrestricto o está sujeto a resultados? En todo caso, ¿cuánto tiempo perdura el temor al abismo? En el Instituto Patria aseguran que “el acuerdo fue total y hasta el final. No hay voluntad ni espacio para otra cosa”. La falta de alternativas parece abonar esta mirada pragmática. Sin embargo, en La Cámpora son más cautelosos y apuntan a que “no es un acuerdo absoluto. Se construyó una confianza con Massa, sabiendo quién es, solo con el objetivo de estabilizar la economía. Era la única posibilidad y por eso se le dieron todos los instrumentos. Pero se esperan resultados”.
La notable contorsión política para digerir medidas de ajuste que siempre resistieron con Guzmán está fundado, según la agrupación de Máximo, en que “Massa llegó validado por la cúpula de la coalición”, es decir Cristina. El alineamiento interno que impuso la vicepresidenta hasta ahora se cumple sin excepción, pero hacia adentro del kirchnerismo hay un debate agitado, casi en secreto. Empieza a escribirse un evangelio apócrifo que desacomoda. Genera desconcierto el acompañamiento de la suba de tarifas (más elevadas que las vetadas a Guzmán) o de la tasa de interés. Consciente de ese murmullo, La Cámpora difundió esta semana un video cargado con la épica y la estética de sus mejores producciones, pero que cierra con un mensaje explícito: “El pragmatismo es para sobrevivir”. En la carrera de Letras ya se debería cursar una materia sobre arte y retórica del discurso kirchnerista.
Cristina estableció un mecanismo de relación con el ministro que por ahora funciona, aunque no está exento de turbulencias. Habla con él con frecuencia (lo hizo antes de anunciar la segmentación), y muchas veces lo deriva a quien es su verdadero guardián ideológico: Axel Kicillof. Massa se reunió con él a principios de la semana para repasar medidas. Allí parecieron licuarse algunas propuestas que el titular del Palacio de Hacienda impulsaba. La más notoria fue la posibilidad de ofrecerle al sector agropecuario un dólar de $200 para acelerar la liquidación de divisas. Si bien Massa solo balbuceó la idea en la reunión que tuvo con la Mesa de Enlace, pareció decidido a avanzar hasta que se cruzó con el freno de Cristina. Este lunes, cuando el campo se reúna con el secretario Juan José Bahillo, las entidades tendrán un indicio más claro para saber si la propuesta quedó archivada.
También hubo ruido por la posibilidad de otorgarles un bono de suma fija a los gremios y así lograr un paréntesis en las paritarias. Cristina Kirchner les transmitió su idea a Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez y José Luis Lingeri en la reunión que tuvieron en el Senado semanas atrás, pero la recepción fue negativa. Cuando después los sindicalistas se vieron con Massa en sus oficinas de Libertador, el ministro fue menos preciso, pero sí blanqueó que no le disgustaba la idea de un plus salarial de monto único en dos pagos para levantar los salarios más bajos. “En el Instituto Patria quieren terminar con las paritarias y ser ellos los que den los aumentos, y nosotros no lo vamos a permitir”, refutó uno de los gremialistas.
En esos encuentros hubo dos ausentes notorios. Uno fue Pablo Moyano. Omar Plaini, uno de sus laderos, dijo que ellos no fueron informados por el Gobierno. “Si hubo una comida con otros, no nos dijeron nada”, se despegó. Así se entiende el duro mensaje que dio el miércoles el camionero. Tampoco el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, fue parte de las conversaciones. Todas estas tensiones quedaron expuestas en la marcha de la CGT al Congreso, convocada originalmente para marcarle la cancha al Gobierno y demostrar que la calle no solo es de los movimientos sociales. Pero Carlos Acuña, aliado de Massa, no movilizó a los suyos; Héctor Daer, cercano a Alberto, buscó varias veces suspender la movida, y Moyano se armó su propio escenario. Como en los viejos libros infantiles, cada uno eligió su propio cuento.
Ni los gremios ni la UIA recibieron hasta ahora señales de una convocatoria para hablar de precios y salarios. Es más, todos reconocen que el llamado que hizo Alberto hace diez días fue contraproducente porque Massa lo quería gestionar por lo bajo y dejó expuesto el vacío. “¿Sobre qué vamos a hablar? ¿Sin macroeconomía vamos a negociar precios y salarios?”, advierten en la central industrial. Allí observan con mucha preocupación algunas señales recientes que consideran negativas, como el anticipo de Ganancias (aseguran que afectará a más de 2000 firmas e impactará no solo en las más grandes, como dice el Gobierno), el nuevo consenso fiscal que les permite a las provincias apelar a Ingresos Brutos o al impuesto a la herencia, y la designación como ministro de Trabajo bonaerense de Walter Correa, un moyanista con discurso fuertemente antiempresario.
Los gobernadores también hicieron trascender sus temores en la reunión de anteayer en La Plata. Hubo menos presencias después de la cumbre que terminó emplazando al Presidente a designar a Massa, en parte porque el liderazgo kirchnerista que intentan ejercer Kicillof y Jorge Capitanich incomoda a algunos. Presumen que parte del ajuste impactará en las partidas a las provincias y buscan ganar fuerza en la negociación. En los últimos meses fueron logrando una dinámica conjunta, a pesar de las divergencias que hay entre ellos. También los intendentes tuvieron su propio cónclave, aunque reservado. Fue el lunes en Pilar, donde cenaron el anfitrión Federico Achaval y lo más representativo del peronismo conurbano, incluidos los ministros Juan Zabaleta, Gabriel Katopodis, Jorge Ferraresi y Martín Insaurralde, y pesos pesados como Fernando Espinoza y Mariano Cascallares. Buscaron “poner en valor” su peso territorial y mandarle una señal a La Cámpora, que estuvo ausente. Entre algunos comentaron el repliegue de Máximo Kirchner, quien dejó de recorrer los distritos y últimamente se mostró más distante.
Una brisa de expectativa
Mientras cada sector busca cómo pararse en una coyuntura frágil, Massa ha logrado sus primeros éxitos, que le sirven para ganar tiempo y mantener la expectativa que generó en el “círculo rojo” (en la opinión pública hay más escepticismo, ya que según la consultora Grupo de Opinión Pública y TresPuntoZero el 51,7% dice que la situación económica seguirá igual de mal o empeorará con Massa). Lo más nítido esta semana fue el anuncio de la segmentación tarifaria (“la primera con perspectiva de género”, ironizaban en el oficialismo por el protagonismo de Malena Galmarini y la secretaria Flavia Royón). Todos reconocen que hay una nueva dinámica en Economía y mayor diálogo con los diversos sectores, lo que contribuyó a estabilizar un poco el mercado cambiario. Pero también hay consenso en que la situación sigue siendo precaria.
Hay algunas cuestiones simbólicas, como toda la discusión en torno del equipo del ministro. El caso de Gabriel Rubinstein (estuvo reclutando técnicos y está listo para asumir, pero no se termina de confirmar su designación) simboliza las limitaciones que encontró Massa para sumar figuras de relieve. Sus principales alfiles hoy son Lisandro Cleri (ya maneja de hecho la mesa de dinero del Central, con lo cual la salida de Miguel Pesce que reclama el kirchnerismo quedó en suspenso), Guillermo Michel, Leonardo Madcur, Eduardo Setti y Marco Lavagna, quien se distribuye entre el Indec y Economía (papá Roberto asesora en las sombras). No es el dream team que soñó Massa cuando cenó hace más de un mes con Martín Redrado, Miguel Peirano, Diego Bossio y Martín Rapetti, entre otros.
Pero en realidad lo más urgente ahora no es lo simbólico, sino lo fáctico. La dificultad para conseguir dólares ha llevado a economistas cercanos al oficialismo a proyectar un escenario de fuerte estancamiento en la actividad económica por falta de importaciones, con caída de ingresos y sostenimiento de una inflación en el orden del 5%. En ese contexto, vuelven a corporizarse los temores de una devaluación forzada. Este escenario económico es el que temen muchos en la coalición, no solo por su impacto social, sino porque volvería a alterar la frágil tregua interna que han logrado establecer por temor al desbarranco.
El otro factor que podría generar un efecto similar es el pedido de pena para Cristina Kirchner que hará mañana el fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad. En la Casa Rosada y en todas las tribus de la coalición anida una profunda preocupación sobre la reacción del kirchnerismo. “Nos va a complicar el gobierno y la unidad”, admite un ministro, que prevé una fractura entre los intereses de la vicepresidenta y los del resto del oficialismo. Como si fueran capítulos de una serie, cada semana cierra con un anticipo del conflicto que vendrá.
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