"Tenemos tendencia a caer en los extremos", dice Hugo Vezzetti
El psicólogo analiza la memoria social
¿De qué manera se conjugan y rivalizan las distintas narrativas del pasado y cómo se construye la memoria social de un país? ¿De qué modo las huellas del pasado tiñen el presente y proyectan sus luces y sus sombras en el porvenir? Estos son los temas sobre los que el psicólogo Hugo Vezzetti ha venido trabajando desde la reinstauración democrática. Primero en la revista Punto de Vista, fundada por Beatriz Sarlo –él integra el comité de dirección desde su constitución–, y luego en su libro “Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina”.
Psicólogo y psicoanalista, investigador del Conicet y docente de la Universidad de Buenos Aires, a mediados de los años 70 Vezzetti fue vicepresidente de la Asociación de Psicólogos. Impedido por el proceso militar de ocupar cargos públicos, su actividad intelectual se concentró en la Revista Argentina de Psicología y en Punto de Vista.
“Allí nos reunimos quienes veníamos de una experiencia de izquierda revolucionaria y, enfrentados a la necesidad de revisar esa trayectoria, comenzamos a plantear temas como la democracia y los derechos, que no habían formado parte de la agenda de aquella izquierda. Ese fue un descubrimiento tardío, a tal punto que hay sectores de la izquierda que todavía no lo han descubierto." Durante la transición democrática, Vezzetti fue decano normalizador de la Facultad de Psicología (UBA) y publicó diversos trabajos sobre historia de las ideas en el psicoanálisis. Participa regularmente en actividades de docencia e investigación sobre memoria y derechos humanos en distintas universidades locales y extranjeras.
-El año próximo se cumplen treinta años del golpe militar de 1976. ¿Cuáles son sus resonancias?
-Está claro que en ninguna sociedad hay consensos unánimes, pero me parece que la versión y la narración del "Nunca más", de algún modo reafirmada por la escena pública del juicio a las juntas, construyó un consenso básico, porque en la actualidad hay una mayoría amplísima que repudia la dictadura y que considera que eso no debió haber sucedido. En esta mayoría, incluyo a sectores amplios de las Fuerzas Armadas y a sectores conservadores. Si de algo estamos seguros es de que eso no lo queremos más. Ahora el tema es más complicado. Se trata de ver cómo se construye positivamente un orden de valores, de instituciones y de hábitos políticos que no sólo hagan que eso nunca más se produzca, sino que se pueda asegurar algo que también estuvo entre las promesas de la democracia de 1983: la construcción de una sociedad de ciudadanos en la que crezca la posibilidad de acceso a los derechos y las oportunidades.
-¿Cuál es hoy el papel de los organismos defensores de derechos humanos? ¿Cree que su causa se ha burocratizado?
-Ha habido, por distintas razones, una suerte de delegación del tema a los organismos de derechos humanos. Entre otras cosas, los organismos de derechos humanos -y, particularmente, las Madres y los Familiares- ocuparon un lugar que habían dejado vacío la clase política y el sistema político, cosa que no sucedió en otros países. Incluso en otras experiencias latinoamericanas hubo partidos políticos que tuvieron un cierto protagonismo en términos de resistencia contra dictaduras. Esto no sucedió aquí ni con el radicalismo ni con el justicialismo. Tampoco podía suceder con una izquierda que estaba desmantelada y que, por otra parte, nunca había incluido el tema de los derechos humanos en su agenda. Entonces, en gran medida, lo que uno puede ver en la acción de los organismos de derechos humanos es el papel fundamental que han cumplido en esa gesta de resistencia y en haber instalado la memoria y la justicia como temas centrales para la democracia. Pero, al mismo tiempo, se advierte que tuvieron que hacerse cargo de algo que los excedía, en la medida en que definir políticas de Estado no les corresponde, porque, al fin, son organismos sectoriales, que no representan a toda la sociedad.
-Ese carácter de sector pudo advertirse también en el acto de la ESMA del año pasado...
-Exactamente. El ejemplo del acto del Museo de la ESMA me parece muy ilustrativo. Si esto es planteado desde el Estado, debe ser planteado en términos de una verdadera fundación institucional, que garantice que ése va a ser un espacio que contenga esos otros consensos básicos sobre los que debe ser rememorado el pasado. No se trata de un museo que contente a todos -no hay museo en el mundo que contente a todos-, pero sí que incluya una expresión y una representación de las distintas narrativas y cuestiones de ese pasado. Que permita, en principio, pensarlo. Entonces, ¿qué es lo que uno hubiera esperado? Que esa ceremonia se hubiera convertido en una ceremonia de Estado. En cambio, lo que tendió a predominar fue un compromiso del Presidente. Es genuino, pero no fue presentado como la expresión de un jefe de Estado, sino con un compromiso personal. Nuevamente, se produce una suerte de delegación a los organismos de derechos humanos. Estos organismos tienen su tarea propia y creo que la sociedad debe reconocerles mucho de lo que han hecho, pero no tienen por qué definir políticas de Estado. No les corresponde. Hay una Secretaría de Derechos Humanos. ¿Cuáles son las políticas de Estado de los derechos humanos? ¿Usted las conoce? Yo no las conozco.
-¿Cuáles han sido los límites de la memoria y del olvido en estos años de restauración democrática?
-Creo que lo que la sociedad ha elegido recordar tiene que ver, sobre todo, con la dimensión jurídica. El juicio a las juntas constituyó una suerte de mito fundador de la democracia argentina. Pudo haber quedado relegado transitoriamente, pero cada tanto ese mito se reactiva. Esta es una sociedad muy paradójica, porque uno lee en las encuestas que la sociedad no cree en la Justicia pero, al mismo tiempo, le está reclamando cosas a la Justicia permanentemente: los ahorristas reclaman a la Justicia, los desempleados, las víctimas de la violencia, etcétera.
-¿Y qué es lo que la sociedad ha elegido olvidar?
-En principio, los olvidos nunca pueden ser dados por seguros. Se puede ver en el caso chileno, donde parecía que la sociedad nada iba a revisar y ahora, más de veinte años después, se dan las condiciones para que las cosas afloren. Pero, de cualquier manera, me parece que lo que está menos dispuesta a recordar hasta hoy son las responsabilidades de la propia sociedad, que son responsabilidades políticas y morales, y las diferencio de las responsabilidades criminales. En este país, todos han sido víctimas de la dictadura, y entonces uno no entiende por qué cuando la dictadura se impuso había una amplia mayoría que consentía en que era necesaria. Entonces, revisar las responsabilidades de la sociedad y, sobre todo, revisar las responsabilidades de las instituciones y de la facilidad con la que el Estado pudo ser plegado a una empresa criminal, significaría, efectivamente, haber aprendido una lección, que nos permitiría una sociedad e instituciones diferentes. No hay razones para ser muy optimistas en este terreno, porque lo que uno ve no va en esa dirección.
-¿Las acciones de este gobierno no van en esa dirección?
-Quiero ser justo: me parece que este gobierno tiene el mérito de haber dado un paso fundamental, particularmente, con la renovación de la Corte Suprema. Me parece que esa acción reactiva un nuevo ciclo jurídico, pero sigue habiendo un déficit del sistema político. Basta ver lo que sucede en el partido de gobierno. El Partido Justicialista no puede abrir un debate a fondo sobre la dictadura y sobre las condiciones que la hicieron posible porque eso lo comprometería muy fácilmente, en la medida en que el terrorismo desde el Estado comenzó durante un gobierno justicialista. No cabe ninguna duda de que la Triple A era una organización terrorista. Estas cuestiones deberían formar parte de cualquier memoria que dé cuenta de esos años. Creo que hay una falta de debate acerca de cómo incluir las responsabilidades políticas, incluso cómo incluir las responsabilidades de la izquierda y, todavía más, cómo incluir las responsabilidades de las propias víctimas, que no dejan, por ello de ser merecedoras de toda nuestra solidaridad. Pero hay que admitir que la izquierda también puso lo suyo para generar la situación de deterioro institucional y de desprecio por las formas democráticas. Buena parte de la izquierda celebró el golpe.
-La Argentina padeció la dictadura, la hiperinflación, y los acontecimientos del 2001 y 2002. ¿Cree que el país tiene la capacidad de recuperarse rápidamente de las experiencias traumáticas o piensa que, en realidad, hay poca elaboración de esa clase de acontecimientos?
-Si tuviera que arriesgar una impresión global sobre los procesos y los humores colectivos -lo haría con precaución-, diría que lo que más sorprende es cierta tendencia a caer en los extremos. De un lado al otro. Si uno tuviera que utilizar un símil de la psicopatología, hablaría de bipolaridad, unida, además, a cierta dificultad para incorporar la experiencia de los períodos extremos pasados. Esta es una sociedad que pasó de convertir a Domingo Cavallo y la convertibilidad en la llave que resolvía los problemas de todos a considerarlos responsables de todos los males que nos afligen. Y eso es muy preocupante, porque también afecta la posibilidad de mantener ciertos tipos de liderazgos. Uno ve que en otros países hay ciertos liderazgos políticos que, más o menos, se mantienen. Aquí, en general, los líderes terminan mal. Y peor terminan cuanto más han ascendido esos dirigentes en la estima de sus conciudadanos. Entonces, hay que volver a las instituciones.
-¿Todavía advierte un raquitismo institucional?
-Sí. Las instituciones son frágiles, y en la medida en que son frágiles, puede suceder que se produzcan estos bandazos, desde pensar que la clase política debe ser aniquilada hasta pensar que una expresión de la clase política más vieja, o menos vieja, puede ser la salvadora de la patria. Y, lamentablemente, ni en el panorama del Gobierno ni en el de la oposición se ve que esto vaya a cambiar. Yo no soy de los que ponen el acento en lo que serían las bases de la sociedad. Me parece que las bases de la sociedad son, en todo caso, responsables limitadamente, porque actúan en el marco de lo que las instituciones posibilitan y encauzan. Si las instituciones ni posibilitan ni encauzan, lo que surge es esa especie de fondo caótico y anárquico que se expresa con síntomas variados. Y eso asusta, porque uno no quiere ser agorero ni profeta de la calamidad pero, ¿quién nos asegura que no va a haber una nueva crisis?
-Cumplió dos años el gobierno de Kirchner. ¿Qué balance hace?
-Creo que hay cosas positivas, si tomamos en cuenta de dónde veníamos y la situación de derrumbe y catástrofe en la que estábamos. Yo no marco tanto la diferencia entre el período de Duhalde y el de Kirchner. Me parece que hay elementos de continuidad que tienen que ser reconocidos: las áreas de gobierno en las que uno podría decir que se han elaborado mejores políticas, con perspectivas de largo plazo, que son Economía y Salud, tienen como titulares a dos ministros que vienen del gobierno anterior. En el caso de Salud, por ejemplo, no se rescata suficientemente lo que han significado las leyes de genéricos y de derechos reproductivos. Esas son zonas en las que el Gobierno puede mostrar logros importantes. Y también hay que rescatar lo que tiene que ver con la renovación de la Corte Suprema.
-¿Y cuáles han sido los desaciertos?
-Lo que me gusta menos es la coloración peronista, en el sentido más tradicional, que ha ido adquiriendo este gobierno y que se advierte, en principio, en una gestión en la que el valor político más importante alrededor del Presidente es la lealtad, que es un valor político premoderno, dado que el valor político moderno es la deliberación y el consentimiento. Este es un presidente que no hace reuniones de Gabinete; es un presidente que está dispuesto a que sus ministros -no importa el éxito que tengan en sus funciones- vayan a la candidatura que él decida para ganar una elección. Ahí hay una idea de desprecio de construcción institucional. Un presidente que asume un país en las condiciones de profunda crisis en que estaba, y sigue estando, algún tipo de diálogo y entendimiento debería tener con la oposición...
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