"Tenemos que dejar de lamentarnos", dice Horacio Reggini
La visión de un pionero de la informática
“Esta es una época en la que, para salir a flote, tenemos la urgencia de obrar sin demorarnos en pronósticos e ilusiones. Y esto no alude ni a las improvisaciones de moda ni al vacío afán de la crítica por la crítica misma, que está en la base del nihilismo contemporáneo y es causa de sus estragos.”
Esto leía Horacio Reggini hace dos meses, frente al público, en la presentación de su libro “El futuro no es más lo que era”, editado por la Universidad Católica Argentina, en la que es decano de su Facultad de Ingeniería. Entonces también recordó que este año celebra su medio siglo como ingeniero y que se cumplen 25 años de la publicación de su primer libro, “Alas para la mente”.
Allí ya impulsaba, con el entusiasmo que es su marca personal, la convicción de que las computadoras –cuyo uso había contribuido a iniciar en la Argentina en los años 60– suponían una posibilidad extraordinaria para la educación.
Hoy, cuando todo aquello que él conoció desde su gestación –compartiendo experiencias con investigadores de la talla de Seymourt Papert y Marvin Minsky en el Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT)– ya es un medio y un instrumento de uso tan difundido como incuestionable, la preocupación de Reggini se vuelca a destacar con igual insistencia la parte humanística que debe preceder a toda tecnología y la cuota de creatividad y pasión que necesita toda sociedad para subsistir, incluyendo, claro, a la nuestra.
"La incertidumbre presente -dice- es, en realidad, la materia de mi esperanza. Creo que hay que aceptar el desafío de la incertidumbre con una educación integral, en la que la ciencia y la tecnología ocupen el lugar que pide el presente, pero donde la formación humanística aporte el criterio y la reflexión imprescindibles."
-¿Qué medida de incertidumbre y de esperanza tiene respecto del momento actual del país?
-Creo que la Argentina tiene calidad de sobra para salir adelante, pero no hay tiempo para hacer concesiones a "nuestro pobre individualismo", como lo llamaba Borges. Aquí las discusiones sobre cualquier proyecto tienden siempre a ser bizantinas y a diluirse en dimes y diretes. Todos lo sabemos. Sin embargo, la Historia enseña que ya no alcanzan las palabras. Tenemos que hacer. Yo creo que vivir es solucionar problemas. Creo que los inconvenientes son un acicate para vivir.
-Resistir es lo que da energía...
-Es así. Uno tiene que acostumbrarse a la resistencia y, en la oscuridad, no colaborar con la sombra, sino encender una vela. Hay que hacer. Las grandes cosas no se resolvieron con grandes prolegómenos paralizantes, sino haciendo. Sarmiento decía: "El secreto de hacer obras es ponerse a hacerlas desde que se concibe la idea de su necesidad y su ventaja; haciéndolas es como se palpan las dificultades y se encuentran los medios para realizarlas". El prefería la posibilidad del error y del fracaso a las abstracciones principistas.
-¿Qué es lo más demoledor?
-La ignorancia. Reina la ignorancia. Cuando se dice que ésta es la era de la sociedad del conocimiento, creo que no es así. Ojalá existiera una sociedad del conocimiento, donde el saber se respetara, se promoviera y a la gente con saber realmente se le hiciera caso, pero el panorama general es el de la ignorancia, salvo casos aislados. Es cierto que hay mucha gente que trabaja desde el conocimiento, pero no es la que está en los diarios, la que habla por la radio.
-¿Se refiere al país o a la época?
-Al país y a la época, porque la Argentina no es un caso aislado. El mundo es así en este momento, aunque mi idea no es difundir quejas o tragedia. De eso, en el país, tenemos demasiado, todo el tiempo. Hay que abandonar de una vez la lamentación crónica. Las palabras de queja van contra la alegría de la gente y no conducen a la acción. Soy consciente de que hay mucha irracionalidad en muchas cosas, pero pienso que no lo arreglaremos exponiendo "el desastre que es la Argentina", como dicen muchos.
-¿Cómo ve la educación universitaria?
-Pienso que si la educación actual tiene alguna falla no es porque carezca de contenidos modernos, sino porque éstos prescinden, en esencia, del concepto moral, social e intelectual. Entonces, flotan en el vacío. La acumulación masiva de informaciones es forzosamente insustancial. No puedo admitir que la educación sea arrojada al vacío, que de bien social se convierta en otra mercadería para el consumo.
-Después de haber sido uno de los pioneros de la difusión de las computadoras en el país, ¿cómo las ve hoy?
-Las computadoras aportan un beneficio enorme. Sin embargo, es muy diferente concebir y usar las computadoras en su calidad de útiles humanos que adoptar frente a ellas esa especie de sumisión e hipnosis, como es común ver en nuestros días y en muchos hogares. Chicos, jóvenes y no tan jóvenes, todos pegados a una pantalla como frente a un altar grotesco. Las computadoras, la posibilidad de acceso a Internet, son recursos excelentes para la educación desde la misma escuela primaria, pero la generalización trivial de su uso termina conspirando contra las metas de la educación. La computadora jamás podrá reemplazar al maestro de carne y hueso; ni siquiera en el nivel terciario. La función social del maestro y del grupo estudiantil no puede ser reemplazada por ninguna pantalla.
-¿Qué necesita la educación en este momento en el país?
-Gente que tenga pasión por la educación, que esté haciendo su tarea con amor, con vehemencia, con fuerza. Esa es la gente a la que hay que darle más remuneración y más posibilidades.
-¿Cómo se incentiva a una comunidad para el hacer?
-Con el ejemplo. Siempre con el ejemplo. Todo depende de la pirámide. Cuando una institución anda bien es porque hay una cabeza que impulsa. Cuando hay compenetración de objetivos, hay democracia.
-Usted siente que mucho planificar posterga y hay quienes consideran que la falta de planes es temeridad. ¿Qué les respondería?
-Que no me refiero a la pura aventura. El aventurero sería un personaje compulsivo que actúa sólo por actuar, la mayoría de las veces a ciegas, y ni siquiera abriga esperanzas. Por mi parte, creo que inventar el futuro exige una buena dosis de esperanza. Y la esperanza no nace de la nada. Actuar en medio de la incertidumbre es una opción consciente que exige, simultáneamente, valor y templanza.
-Como ingeniero, ¿qué obras de infraestructura considera prioritarias?
-Los caminos y todo lo que sea transporte. La Argentina tuvo una red caminera diseñada y construida por ingenieros y constructores argentinos que fue magnífica, y se detuvo. Hoy se sale a cien kilómetros de la Capital y se encuentra barro. Considero que el Estado tiene ciertas obligaciones para con la comunidad que era bueno que las tuviera el Estado. No obstante, no quiero decir con esto que me opongo a todo lo que sea privado. Sólo creo que esa función tiene que continuarse, con el acuerdo de privados y funcionarios estatales. Creo, sí, que el Estado tiene que velar por la gente y que la ingeniería está al servicio de la gente.
-Como lo están otras profesiones...
-Seguro. En cada caso en que se ve una necesidad, el que tiene algo para aportar debe hacerlo. Creo que ésa es la receta. No me gusta enunciar planes generales, porque eso trae una uniformidad que conspira contra los hechos. Lo bueno es que florezcan ideas de nuevo cuño, partiendo de la diversidad. Pero siempre que digo esto, hay quien me reclama una receta. Me preguntan, por ejemplo, qué hay que hacer con las computadoras en las escuelas. Y yo les contesto: "¿Qué piensa usted, primero, del destino del hombre, del amor al prójimo, de cómo usted participa en la comunidad? ¿Qué hace usted por la escuela? ¿Qué hace por su niño?". Esas son las preguntas esenciales. Las recetas no lo son.
-Seguramente, cuando contesta eso no se atreven a preguntar nada más.
-(Se ríe.) No...
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