Temido, votado y denostado
Hubo dos instancias en la vida de Antonio Domingo Bussi que lo destacaron ante la atención pública, altamente incongruentes entre sí; ambas constituyen, asimismo, momentos bien diferenciados, pese a que en un comienzo sus hitos cronológicos se entremezclaran y confundiesen. El, en persona, careció del talento –o acaso de la posibilidad–de escindirlas de manera clara, y ello habría de condicionar de modo decisivo el juicio que pudo merecer su desempeño a lo largo del tiempo, que ha de ser, para la gran mayoría, muy adverso en lo fundamental.
Nacido en Victoria, Entre Ríos, en enero de 1926, cursó la carrera de las armas sin mayores alternativas. Ya al finalizarla, su paso por la dirección de Gendarmería Nacional fue por demás satisfactorio y se lo recuerda, sobre todo, por haber impulsado la inserción en el contexto social argentino de comunidades aborígenes del Chaco, con estimable e infrecuente cuidado por preservar su índole cultural. Había ascendido a general de brigada a fines de 1975 y en rutinario cambio de guardia relevó al general Acdel Vilas al frente del Operativo Independencia, implementado contra la guerrilla del ERP en los montes tucumanos. La actividad bélica había ya prácticamente concluido y el propio Bussi casi lamentó su previsible inacción al dirigirse a Vilas en el acto del traspaso del mando: "General, usted no me ha dejado nada por hacer".
Pero pronto encontró qué hacer: el rastrillaje policial, y Bussi desplegó en él un rigor feroz, un ensañamiento que marca indeleblemente su historia. Jefe del área militar y gobernador de Tucumán después de marzo de 1976, no sólo, absurdamente, el número de víctimas identificadas fue durante su gestión muy superior a las producidas por los enfrentamientos, sino que los casos comprobados de sevicia y tortura, de vejaciones y desapariciones, de homicidios y de atentados intimidatorios, crecieron exponencialmente, hasta un punto quizá no registrado en ningún otro lugar del país. Aberraciones reiteradas y aun la probable intervención directa del militar en ellas originaron después de 1983 la apertura de más de 800 causas judiciales en que se lo incriminaba y que dieron origen a un trámite interrumpido por la ley de Punto Final y por el indulto de Menem, y que se cerró sólo en 2008, cuando fue sentenciado a prisión perpetua, con reclusión domiciliaria debido a la edad.
Pero también estuvo encargado de la administración civil de Tucumán, y si en esa función su talante cuartelero y ejecutivo resaltaba en medidas como la supresión de las protestas gremiales y la expulsión de los mendigos, arrojados manu militari –y aquí la expresión tiene alcance literal– en medio del campo, en jurisdicción catamarqueña, o el camuflaje de las villas miseria mediante la erección de muros en su contorno, sus dotes de organizador ordenancista tuvieron resultados concretos. La ruinosa Tucumán posterior al cierre de la mayor parte de los ingenios azucareros presentaba un abrumador panorama de miseria y exclusión social; Bussi acometió la labor de revertir ese estado de cosas y en buena medida alcanzó el éxito que se proponía. Su principal instrumento fue un amplísimo –"faraónico", se le achacó en aquel tiempo– plan de obras públicas que renovó las instalaciones estatales, extendió los servicios y la red vial, sembró escuelas y dispensarios de salud y efectuó obras de riego y de urbanización, en no pocos casos apelando a expropiaciones que muy próximas estaban de ser incautaciones lisas y llanas. Pero la reactivación económica surgió de entre semejante esfuerzo y la provincia tuvo una etapa floreciente, con abundante radicación de capitales; es cierto que iniciativas como la de producir "alconafta" se frustraron, pero otros emprendimientos, como la fábrica de camiones instalada por Scania en la localidad de Colombres, estaban destinados a constituirse en pilares del desarrollo regional.
El salto a la política
Bussi dejó el cargo de gobernador en 1980; gozaba para ese entonces de un indisputable prestigio en un segmento grande de la población tucumana, la que a la vez que lo veía como un gran administrador conservaba muy vivo el recuerdo del terror padecido ante la anterior embestida extremista. Empresarios, agentes partidarios y de organizaciones civiles y un alto número de profesores universitarios habían apoyado y colaborado con su gestión y ese clima aprobatorio indujo a Bussi a avecindarse en la provincia. El antecedente habilitó, en 1987, la iniciativa del dirigente Avila Gallo, cabeza de un viejo partido local de corte conservador (el Defensa Provincial-Bandera Blanca), a colocarlo al frente de la lista de candidatos a diputados a la Legislatura. Obtuvo el cargo y ese partido minúsculo consiguió el 18 por ciento de los votos, resultado verdaderamente notable.
Bussi se convirtió, inopinadamente, en referente político de nota y hasta en abanderado de la honestidad institucional, que estaría siendo despreciada por los "políticos profesionales". En esas elecciones se había impuesto el candidato radical, pero un enjuague entre facciones peronistas lo privó de la gobernación. En la siguiente renovación, Bussi se presentó como candidato a gobernador, pero fue superado por Palito Ortega –ocurrencia de Menem tendiente a evitar, justamente, el triunfo del ex represor–, en comicios que fueron tachados de fraudulentos. Cuatro años después, en 1995, ya no hubo lugar para manejos y añagazas y una avalancha de votos hizo inevitable la llegada de Bussi a la primera magistratura provincial.
Era un fenómeno muy de esa época, a la sazón vigente en diversos lugares del país. Los trastornos de la democracia recuperada, el desprestigio de las jefaturas políticas y los crecientes indicios de que una marea de corrupción se extendía por todo el cuerpo social tenían como efecto inmediato, aunque transitorio, un esbozo de reivindicación del viejo orden autoritario. Algo semejante ocurría en otros distritos: en Salta ganaba Roberto Ulloa y en Mar del Plata, Mario Roberto Roussak. En el Chaco estaba en alza el ascendiente de José Ruiz Palacios, y en Corrientes, Mendoza, San Juan, Neuquén, Rosario, grupos civiles que habían sido afines al Proceso ganaban espacio. Pero había una situación muy particular en el caso tucumano: sólo en esa provincia el beneficiario de ese vuelco en la opinión era alguien personalmente incriminado en crímenes y delitos de lesa humanidad; a todos los restantes se les podía imputar adhesión o connivencia ideológica con la dictadura, pero no otra cosa.
La segunda gobernación de Bussi fue un perfecto fiasco, posiblemente porque no es lo mismo desempeñarse revestido por la "suma del poder público" que hacerlo en medio de los límites que impone la democracia. Incapaz de detener el deterioro de la economía acorralado por el gremialismo, fue acusado él mismo de peculado y hasta suspendido por la sustanciación de un juicio político. Sumido en la maraña de los partidos políticos que había denostado, rompió con el grupo que lo había llevado al poder y creó la llamada Fuerza Republicana. Intentó aproximarse a sectores liberales y luego pasó a promover el proyecto re-reeleccionista de Menem. En 1999 propuso como candidato a gobernador a su hijo Ricardo, pero éste fue derrotado y Tucumán volvió a tener un gobierno peronista "neto", ya que el general nunca había logrado del todo ser aceptado en esa militancia.
En esas mismas elecciones, Bussi padre fue elegido diputado nacional pero no pudo incorporarse, pues se rechazó su diploma, decisión revisada por la Corte Suprema, cuando ya el mandato del legislador se había extinguido. Pero la cuestión de la violación de los derechos humanos y de los horrores cometidos en el pasado había vuelto a salir a la superficie y ya no le dejaría levantar cabeza. En 2003 fue elegido intendente municipal de San Miguel de Tucumán y nuevamente se le impidió asumir. El aislamiento se iba haciendo en torno de él y no tenía medios para romperlo; poco podía hacer y ni siquiera estaba en aptitud de ayudarse a sí mismo, porque pese a su larga actuación y no obstante los pocos éxitos cosechados seguía siendo un militarote "duro" y hosco, con escasa capacidad de negociación. Inexpresivo y carente de facilidad de palabra, reiteradamente se mostró como no dúctil y no convincente en los entretelones y conciliábulos de la política nueva; en sucesivas aproximaciones buscó el apoyo de Alsogaray, de Menem, de Duhalde y de Kirchner: invariablemente, fracasó.
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