Tan cerca de Europa, tan lejos de la realidad
La gestión de Alberto Fernández en su gira contrastó con los cuestionamientos locales a la política económica; el Frente de Todos, igual que Juntos por el Cambio, sufre una crisis de identidad
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Alberto Fernández estaba a punto de embarcar el vuelo de regreso de Roma después de una última jornada cargada de actividades y carente de precisiones sobre la renegociación de la deuda. “Con Macron hablé de la postergación del pago al Club de París a la espera de que exista un acuerdo con el FMI. No pidieron ningún aval y no hablé del tema con Georgieva”. La explicación que le dio el Presidente a su entorno contrastó con el mensaje que había hecho trascender el gobierno francés tras la reunión en París.
Allí se reflejó la voluntad de prorrogar el vencimiento de US$2400 millones si media un aval del FMI. Siempre el laberinto conduce a la misma puerta. Solo se sabe que Macron se comprometió a transmitir el planteo de Fernández a los acreedores del Club de París, principalmente Japón y Alemania (Angela Merkel desanimó una escala de la gira en Berlín y también una videoconferencia que iba a hacerse el miércoles desde París, aunque aceptó conversar con el Presidente la próxima semana). Pero quedó flotando la duda sobre los condicionamientos exigidos a cambio. La vía más clásica sería que la Argentina acepte que el Fondo active el famoso Artículo IV, que le permite al organismo monitorear los datos fiscales y monetarios del país. El kirchnerismo rechaza semejante striptease en tiempos electorales. Se mencionó una alternativa más táctica conocida como comfort letter, que en general se utiliza como una actualización del aval del FMI cuando pasaron menos de seis meses desde la última revisión de cuentas. La Argentina mostró sus números por última vez en 2017, con lo cual no aplicaría.
Georgieva claramente encarna una visión más comprensiva en la conducción del principal organismo financiero del mundo, por su origen en una Bulgaria periférica, por la visión desarrollista que cultivó en el Banco Mundial y por su cristianismo humanista. Solo así se entiende que haya aceptado otra vez la señal del papa Francisco para ir al Vaticano a encontrarse con Martín Guzmán y sus colegas. Cuenta además la pesada herencia del acuerdo convenido con la gestión de Mauricio Macri. Pero Georgieva no se aparta del libreto que tienen escrito en Washington. En su comunicado solo hizo mención a un tema concreto: la voluntad de revisar los sobrecargos que pagan los países que exceden el 187,5% de su cuota con el organismo, que en el caso argentino representan unos US$900 millones anuales. En el contexto de la pandemia sería una señal de razonabilidad. La economía global da síntomas favorables, como la suba de los precios de los commodities y la recuperación económica de las potencias, y otras preocupantes, como la tendencia inflacionaria.
En cambio Georgieva no dejó indicios sobre la idea de Guzmán, auspiciada por México, de ampliar los Derechos Especiales de Giro (DEG) por sobre los US$4300 millones que le corresponden a la Argentina. Mucho menos de instrumentar cambios en sus planes de ayuda, como le reclama el kirchnerismo cuando pide un período de pago de 20 años. Entre las oraciones en el Vaticano y el Excel del FMI todavía hay una distancia. No está claro aún qué opina Estados Unidos de estas tratativas. Por las dudas Janet Yellen, la secretaria del Tesoro norteamericano, participó en forma remota del seminario en la Academia Pontificia de Ciencias.
Aunque Fernández habló de “un acuerdo en el corto plazo” con el FMI, hasta ahora la estrategia parece apuntar a ganar tiempo consensuadamente para alejar la idea de un default y liberar la urgencia del vencimiento con el Club de París. Alberto se esfuerza en exportar su “vamos viendo” a los organismos internacionales. El viaje renovó el ánimo cooperativo de las potencias, pero sus logros no resistirían un buen tuit de Cristina. Los mayores problemas del Presidente no están en Europa.
La resistencia interna
Mientras Guzmán exhibía su pedagogía y tomaba café con Julie Kozack del FMI, en Buenos Aires se encargaban de endulzarle el trago. Cristina hizo aprobar en el Senado una declaración para condicionarlo (como había hecho el año pasado durante una visita de la misión del Fondo), el héroe de la resistencia Federico Basualdo fue reivindicado por Carlos Zannini (Alberto hizo saber su malestar con él), Máximo Kirchner impulsó un proyecto para bajar el costo de las facturas de gas en localidades del interior y ayer Axel Kicillof profundizó la discusión por la hidrovía. La ausencia del ministro no impidió la continuación de la disputa por la política económica.
A Guzmán se lo notó incómodo en Europa cada vez que se rozó el tema y solo dejó trascender que para él la salida de Basualdo es cuestión de tiempo. En La Cámpora dicen lo contrario: “Es un tema cerrado: se queda”. En la “orga” no solo hablan del “ministro de la derecha” sino que aún no digieren una frase venenosa que transformaron en una declaración de guerra: “subsidios pro ricos”. El kirchnerismo popular corrido por izquierda por un académico de Columbia. Intolerable. Ahora le atribuyen haber elaborado un presupuesto 2021 (con el voto de ellos también) sin contemplar que la pandemia continuaría y remarcan que en los dos últimos meses, cuando se conocieron los índices de inflación por encima del 4 %, Guzmán estaba fuera del país. “Volvió a ser el ministro de la deuda”, describió lapidario un funcionario kirchnerista. En el mundo de los negocios se preguntan insistentemente por qué no terminó dando un portazo el fin de semana del escándalo si todos asumen que de ahora en más le espera un camino de espinas. Quienes lo frecuentan dicen que solo para cerrar el acuerdo con el FMI y volver a Columbia con su tesis doctoral transformada en hechos.
Identidad líquida
La discusión de fondo no es solo sobre la política económica y el futuro de Guzmán. También gira en torno de la identidad de la coalición gobernante, un dilema que se reeditará cuando se acerque el momento de definir la oferta electoral. El Frente de Todos tuvo una coloratura en 2019 que le permitió exhibirse como una versión renovada del kirchnerismo. Ese matiz se fue perdiendo a lo largo del tiempo a medida que Cristina Kirchner fue pasando sucesivamente de la etapa de la “prescindencia” (con ella en Cuba y Alberto trepando en aprobación por el manejo de la pandemia) a la etapa de “incidencia” (período que se puede situar en la decisión de expropiar Vicentín); para posteriormente ingresar en una etapa de “injerencia” (desde el discurso de La Plata en diciembre a la intervención directa en tarifas, FMI y ayuda social). Un semestre por período.
Hoy se evidencia un astillamiento conceptual en el oficialismo que ha derivado en una peligrosa merma en su capacidad de gestión efectiva, con mucha acción pero poca resolución. Pero para el kirchnerismo puro no hay dudas sobre el rumbo definitivo: “Cristina es la dueña del 80% de los votos del espacio, el resto lo aportan Alberto, Massa y los gobernadores. Y esa es la proporción de la incidencia en las definiciones. El Presidente es siempre el que decide, pero no puede obviar esta distribución”. La frase pertenece a una de las figuras del Frente de Todos más cercana a la vicepresidenta.
Quizás la prueba más reciente de la confusión imperante haya sido la interna entre los movimientos sociales. El Presidente tomó una recomendación para ampliar la tarjeta Alimentar que le habría acercado Victoria Tolosa Paz, ministra de Desarrollo Social en las sombras. El ministro de Desarrollo Social en funciones, Daniel Arroyo, estuvo al margen, pero acompañó. Pero después los dirigentes Juan Grabois y Emilio Pérsico criticaron la medida por exceso de asistencialismo, quizás pensando en que ese flujo de fondos les quedaría lejos y les restaría gravitación a los comedores que ellos administran. A partir de entonces, la interna de los movimientos oficialistas estalló con furia. La semana terminó con Arroyo haciendo una pirueta en un esfuerzo por componer: “El objetivo de este año es transformar planes sociales en trabajo”. Así es muy complejo definir prioridades.
Todo esto ocurre mientras se acumulan indicadores alarmantes. El Observatorio de la Deuda Social de la UCA elaboró un informe sobre el impacto del Covid que entre otros datos marca que la tasa de pobreza en el conurbano bonaerense es de 56,6% y que entre los menores de 17 años es del 64,6%, un cruce estadístico que permite asomarse a un futuro oscuro. Cuando avanza sobre factores cualitativos señala que el 69,1% de los relevados sufre al menos una carencia básica (alimentación, salud, servicios básicos, vivienda, empleo, educación) y el 30,3% padece tres o más carencias básicas. La radiografía social de la Argentina cambió estructuralmente pero todavía no se percibe en toda su magnitud. Un trabajo de la consultora Fixer se asomó a una posible consecuencia política: el Frente de Todos cae en imagen entre los jóvenes y los sectores de menores recursos, sus bastiones históricos. Parece más un dato de reacción social que de pronóstico electoral. Las señales que emanan del conurbano son confusas.
Es tan profunda la transformación que genera la pandemia, que incluso desde el otro extremo de la pirámide, aparecen indicadores de cambio de hábitos. El último trabajo de la consultora Abeceb remarca: “La productividad media de la economía ha estado cayendo y afectó la oferta. Se está transformando el perfil de la sociedad porque el ingreso promedio por habitante, desde asalariados y cuentapropistas hasta empresarios, ha disminuido. Esto quiere decir que al cambiar el poder de compra de la población cambió la demanda y su composición”. Mientras en la superficie el Gobierno espadea con las urgencias, por debajo la fisonomía del país se reconfigura.
Juntos, por ahora
El reencuentro de hace algunas semanas entre María Eugenia Vidal y Mauricio Macri fue muy tenso. Hacía tiempo que no se veían cara a cara. Él la recibió en Los Abrojos con el libro Mi Camino entre sus manos y una serie de frases subrayadas que no le habían caído bien. Una cálida bienvenida. La conversación sirvió para dejar en evidencia que la relación política tiene más pasado que futuro. El dato sería anecdótico si no fuera porque expresa el peor momento de Juntos por el Cambio desde que dejó el poder. Reina un desorden interno con síntomas de anarquía que tiene alarmado a sus integrantes. Por eso a principios de esta semana hubo una cumbre secreta entre Macri y Horacio Rodríguez Larreta para articular una estrategia. El resultado fue magro. El jefe porteño transmitió después a su entorno la sensación de que el expresidente resignó definitivamente su papel de mentor del espacio para transformarse en el impulsor de una facción. Macri está convencido de que sus hijos se pelean por escribir su epitafio político. La doble foto del jueves fue la plasmación del fracaso: Larreta con Vidal, Diego Santilli y Elisa Carrió en Exaltación de la Cruz, mientras Macri posaba con Patricia Bullrich. Casi, casi, como algunas puestas en escena de Alberto y Cristina.
El tema más acuciante es el cierre de listas, y ahí la que debe definir es Vidal. Si no va a Provincia (como le pidió Macri) se abre la puja entre Santilli y Jorge Macri. Si va a la Ciudad, se enfrentará con Bullrich. Hoy hay poca disposición a ceder y nadie descarta una fuerte interna en las PASO. De fondo lo que está en juego es el liderazgo del espacio. Así lo interpretó Larreta, que pasó de considerar prescindible este turno electoral a entender que debía jugar porque podía extraviar su proyecto presidencial. También Macri, que en pocos meses saltó de estar con Infantino en la FIFA a una foto con dirigentes de Pro de Salta.
Al igual que al Frente de Todos, a la oposición le pesa la indefinición de su identidad y su proyecto a futuro. Macri busca reivindicar su gestión; los moderados, dar una vuelta de página. Le va a resultar muy difícil al espacio plantarse electoralmente con chances, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, si no regenera algún tipo de expectativas. El contraste con el kirchnerismo sigue siendo la principal fuente de identificación. Pero ya no alcanza.
El ensayista Alejandro Katz plantea el problema en términos de liderazgos: “Los que dominan la agenda y el tono de la conversación, Cristina y Macri, son también las figuras con más rechazo. Son líderes de oposición, su identidad consiste en darle batalla al otro y han impuesto su lógica de que lo más importante es que no gane el oponente. Hoy no hay gente esperando con ilusión. Hay un hartazgo que no es movilizador, sino desalentador”. Varias encuestadoras detectaron durante abril, mes de confrontación extrema por las restricciones y las clases, que todos los principales dirigentes del oficialismo y la oposición bajaron su imagen positiva. En la próxima elección se pone en juego mucho más que las bancas del Congreso.
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