Tal vez, con suerte, podamos dejar de ser tan inútiles
Muchos estamos contentos, muy contentos. Es como una película que termina bien: los malos, patoteros, corruptos, prepotentes, inútiles, se encontraron con un límite. Ellos, que hacían gala de impunidad, fueron derrotados. Perdieron. Se creían mucho y son poco. El susto queda, porque la capacidad de daño persiste, pero cierta organicidad propia del movimiento del poder debe hacer lo suyo y privarlos de la aún vigente capacidad de hacer desastres: su misma tropa debe estar pensando qué hacer ahora que los líderes tienen menos músculos que hace unos días.
Pero más allá de eso, hay que leer la línea evolutiva, esa que generalmente no sabemos ver porque se dibuja lentamente. Hay que captar que las elecciones de ayer suponen un avance importante en el camino de la construcción de una sociedad más capaz. No, con la pobreza no sabemos tratar aún (lo que sabemos es producirla, eso es el pobrismo, la recreación interminable de la pobreza amparada en visiones "ideológicas", que son en realidad formas religiosas recauchutadas ligadas a un racionalismo hipermoral), pero cada vez aprendemos más a tratar con la violencia política. Ya hace un par de décadas dejamos de matarnos. Podemos ser muchísimos los que detestamos a un funcionario, pero no ejercemos violencia alguna, somos mansos, y votamos. Esa tranquilización es un gran paso adelante. Dentro del juego que plantea, sin embargo, ha habido opciones que representaban la opción de la violencia en un modo más suave que el de las bombas y los tiros, un modo simbólico aunque también real, que ayer ha sido limitado, de forma general y con énfasis.
El fenómeno del kirchnerismo en su conjunto, retomó de modo imaginario la vieja lucha desastrosa de los 70 y le volvió a dar vigencia en medio de la democracia. ¿Por qué pasó? Por la incapacidad de trabajar mejor frente a los problemas reales de nuestros primeros gobiernos democráticos (pobreza, básicamente) y por el espíritu infantil, fanático y pasivo de gran parte de la ciudadanía. ¿Son ambos factores el mismo? Sí, incapacidades nuestras, tendencias a gestar despelotes inútiles en vez de abocarnos a lo importante, testimonios de una insana pasión por el quilombo. ¿Qué es lo importante? Gestionar bien, trabajar bien, ocuparse seriamente de la educación, el trabajo, la seguridad. Suplantar las imaginaciones por las realidades. Volcarse más a la creatividad y las ganas de vivir que a la crítica y al verso histórico social, más a lo concreto que a la representación cargada de pretextos.
Y lo digo con tanta sencillez a propósito: no creo en deformaciones complejizantes, estas sirven siempre para justificar una incapacidad real. No olvidemos que todos los países están sometidos a idénticas tensiones en la lucha por el poder y por los temas financieros, pero algunos países logran crecer bien y otros logran crecer mal. Nosotros crecemos mal: al mejor modo chavista, disponer de mucho capital no nos hace repartir mejor ni ser más productivos sino lo contrario.
Evolución. Sí, tiene sentido hablar de evolución, aunque ella no suponga el error racionalista de creer que el mal puede desaparecer de la tierra. No es necesario creer que la evolución terminará con todo padecimiento. Eso que llamamos el mal es parte de la naturaleza, parte fundamental e incluso necesaria, y no puede simplemente dejar de existir. Hay un ingrediente de violencia e injusticia que forma parte de la vida misma, y no responde, como gustan de creer los espíritus sencillos a "intereses de las corporaciones" sino a la misma respiración animal del mundo. Un león no se come al venado porque sea menemista o liberal o noventista, sino porque es fiero y puede. No vamos a poder eliminar a las fieras del mundo humano, pero podemos aprender a limitar un poco más su daño. No podemos eliminar la fiereza del mundo, podemos trabajar con ella como un elemento a favor. Además, esa fiereza está en todos, en todos nosotros, todo el tiempo.
Desde el inicio de la democracia hemos logrado limitar la violencia política. Ayer avanzamos un poco más. No creo que haya que celebrar ahora el nacimiento de mil nuevos debates, como se dice, sino la posibilidad de superar los interminables debates y lograr algunos acuerdos. De eso se trata: de identificar puntos que puedan desearse en común para dar pasos de acción. De otra forma pareciera que lo que nos gusta es hablar, hablar y después hablar un poco más, y la realidad seguirá escapándosenos. Estos nuevos protagonistas de la política, sean de Unión Pro, de la Coalición Cívica o del pinosolanismo o de la fuerza que sean, tienen que entender que lo que les pedimos es que dejen de lado los bordes en los que no acuerdan y se afirmen en las cosas que sí pueden querer en conjunto. Y que las hagan. Y pronto. Que limiten el narcisismo de la diferencia y acepten la renuncia implícita en el acuerdo.
Cambios. Esa renuncia es poderosa en términos de capacidad colectiva. Tal vez los dirigentes que acuerdan brillan menos, pero hacen mejor país. Nuestros votos avanzan hacia esa modalidad más valiosa. Lo que hay que tener en cuenta es que este cambio no va "a pasar", no es "algo que sucede" sino que "hay que hacerlo". Para acompañar este paso de desarrollo y crecimiento que dimos ayer habría que dejar de lado el lugar común antipolítico y dar pie a una nueva camada de involucración general. No hace falta creer que hacer política es pasarse el día rosqueando. Hacer política es acompañar, creer, trabajar, inventar, apoyar, limitar el omnipresente arte de la objeción para dar lugar al arte del apoyo. La personalidad argentina es la que está reformulándose en estos pasos políticos. Todos tenemos algo que aprender y, sobre todo, unas cuantas cosas que hacer. Tal vez, con suerte, podamos dejar de ser, en conjunto, tan inútiles. Al alcance de nuestras manos hay grandes logros.
* El columnista es el autor de www.100volando.net
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