Sublimes "veloristas"
Por Abel Posse Especial para lanacion.com
El velorio y sepelio de Alfonsín son una de esas experiencias de la Argentina secreta (oculta pero viviente o sobreviviente, según Massuh o Mallea) obligada a expresarse espasmódicamente como en el 17 de Octubre, o el cordobazo, o lo de Blumberg, porque no tenemos república actuante, ejecutiva.
Más allá del homenaje a un presidente de bien, que es más difícil que ser un hombre de bien, un apreciable caudal de porteños, radicales y no radicales, aplaudieron en Alfonsín valores de honestidad, coherencia y decencia que hoy faltan. Fue una reacción sociológica ante la política de desvaloración de K.
Es evidente que lo que nos sale mejor son los velorios. Diría que hasta somos mundialmente inigualables. Tenemos un estilo nacional, hay que reconocerlo, en que logramos unir la emoción mediterránea con la solemnidad. El título mundial de "veloristas" sublimes lo ganamos en 1952 con el sepelio de Evita. Nada igual ni con mayor conjunción de sentimiento, rito y ceremonia. (La filmación de la fax en tecnicolor, se vio por todo el mundo). El mismo Yrigoyen que fuera humillado en su caída y en el desprecio fácil de Buenos Aires, con su sepelio recuperó un espacio de tal magnitud como para que hoy se le cite automáticamente con Roca y Perón. Aquí un velorio logrado te lanza al estrellato histórico y artístico. La gente no sabe que este fue el caso de Gardel que cantó muchas veces en Buenos Aires a teatro vacío, pero cuando trajeron sus restos el velorio fue imponente, casi abrieron el ataúd. Un velorio puede llevar a la cumbre, como en el evocado caso de Yrigoyen.
Somos "veloristas" de raza. Nos movemos bien entre las ofrendas florales. Mantenemos el tono compungido, susurrando sin torcer mucho la cabeza. Un buen velorio exige control y confidencialidad. Tenemos estilo de moribundia.
La organización del sepelio de ex presidente Alfonsín fue admirable. La gente de oscuro, la sincronización, el protocolo de Estado y los debidos honores marciales, aquello parecía mas bien el entierro de un Olof Palme por la corrección escandinava. Cuando llegó Kirchner (era ineludible y ya no podía refugiarse en Santa Cruz) entró en el velorio como el tío lejano que viajó desde la provincia. Le tuvo que dar la mano a Cobos. Se detuvo ante el difunto con zapatos normales y el saco cruzado abrochado. Su perfil afilado nos hacía pensar en un hacha momentáneamente desactivada.
Seguramente el consorte ejecutivo aguantó minutos de tensión por la amenaza algún silbido estridente o un fatal abucheo. No conoce a los radicales. Se debe haber sorprendido de semejante expresión de civilidad. Débese recordar que en ese mismo edificio del Congreso se tomó los testículos visiblemente y tocó madera ante el juramamento de uno de sus predecesores (del mismo partido). Luego se deslizó de aquella pesadilla y se encontró con una explanada llena de granaderos y cadetes de los colegios militares. ¿Cuánto choripán y bus le hubiese costado a K una imitación de esta espontaneidad lograda en menos de medio día? La brisa por momentos nos acercaba la nostalgia de ese aroma noble de la bosta de los descendientes de los corceles de Maipú.
Como la amante que nos arruina la vida Argentina nos da algunas tardes inolvidables, como la del jueves 2 de abril. Pensé o descubrí que el vicepresidente Cobos tiene una gran carrera por adelante. Confieso que no lo había considerado debidamente. En un artículo escribí que más bien me pareció ese Hombre sin particularidades, del libro de Musíl, una de las cinco novelas mayores del siglo XX. Pero me di cuenta que maneja un humorismo profundo, no común en el puritanismo un poco municipal de los radicales. Dio muestra cabal de ello en un episodio que me pareció digno de ese espíritu perdido de Nalé Roxlo o de Cortázar. Fue cuando a Cobos (y a San Martín), con inédita patanería de Estado les habían negado los granaderos para el homenaje al Libertador en Yapeyú. Ya allí se produjo lo insólito: los chiquitos del colegio, vestidos de ganaderos desfilaron con la posible marcialidad ante el Vicepresidente y el Gobernador.
Y el jueves 2 en su calidad de presidente en ejercicio, les llenaban a los K la ciudad de granaderos en las dos alas del Congreso y hasta la Recoleta. La cantidad y el despliegue eran más bien como para dos velorios.
Hay velorios consagratorios y reparadores, caso Yrigoyen, Gardel o Alfonsín, en los que la figura queda afirmada definitivamente en la memoria Polular.
Alfonsín no fue un gran estadista pero su convicción republicana es ya un símbolo o motor que lo identificará para siempre. En política, como en realidad el símbolo es más importante que la verdad.
De la curiosa jornada del 2 de abril resurge –como un heroico servicio final de don Raúl- el sentimiento de republicanismo y la posible reunificación de su partido, y tal vez la posibilidad de Cobos como la más importante figura nacional de esa centenaria Unión Cívica.
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