Cargó sobre sus hombros el juicio más importante de la historia argentina, pero además enfrentó a Carlos Menem tras los indultos y acusó a los Kirchner de ladrones; “Argentina, 1985″, película ganadora de un Globo de Oro, está centrada en su figura
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Julio César Strassera emprendió su último viaje, el domingo 8 de febrero de 2015, sin saber que el lunes comenzaría a morir. Un amigo, Julio Elichiribehety, lo había pasado a buscar por Buenos Aires para llevarlo a Tandil, y al llegar a la estación del Automóvil Club Argentino (ACA) en Gorchs, sobre la ruta 3, pararon a cargar combustible y tomar un café. Entonces se les acercó un matrimonio; luego, otro. Le estrecharon la mano y le dieron las gracias. “Héroe”, lo llamó uno de ellos. El calló.
“Le resultaba extraño que lo saludaran”, rememora Elichiribehety para LA NACION. “Recuerdo que al subir al auto me dijo: ‘Yo hice lo que debía hacer’. Cerró la puerta y seguimos viaje a Tandil”. Restaban semanas para que se cumplieran 30 años del inicio de las audiencias públicas del Juicio a las Juntas, que el fiscal cerró con el alegato en el que afirmó que renunciaba “a toda pretensión de originalidad” y reclamó fijar un “Nunca más” a la barbarie; 30 años que fueron de más batallas que bronce para el fiscal que había cargado sobre sus hombros el juicio más importante de la historia argentina.
Intenso, discutidor, vehemente, melancólico, educado, porteñísimo, ético son solo algunos de los calificativos que invocaron sus amigos, compañeros de trabajo y familiares ante la consulta de LA NACION. “Y bravísimo”, dice su hijo Julián, entre risas. “Fue un cabrón tremendo”.
“He sido siempre un tipo de bastante mal genio”, admitió Strassera en una entrevista con Pepe Eliaschev para el libro Los hombres del juicio, en 2011. Contaba entonces que fue radical desde la adolescencia y que jamás había cambiado el voto. “Cuando cayó Perón en 1955 realmente me puse muy contento. No me molestaba que, por antiperonista, me llamaran gorila, de ninguna manera”. Strassera le dijo a Eliaschev que si en 1983 hubiera ganado el PJ, jamás se hubiera juzgado a las Juntas. En 2007, en una entrevista que integra los archivos de Memoria Abierta afirmó incluso: “Yo creo que Perón era un dictador. Es lo mismo que [Hugo] Chávez. Mi hermano, por estar en una manifestación radical, fue 30 días preso a Devoto”.
Con Luis Moreno Ocampo, su adjunto en el juicio, también debatió mucho. “No éramos amigos y discutimos varias veces, pero fue un héroe y la película [”Argentina, 1985″] muestra dos discusiones que quiero aclarar”, precisa Moreno Ocampo, desde California. “Una porque fue peor: su bronca porque accedí a darle una entrevista a [Bernardo] Neustadt le duró años. La otra, porque no existió: nunca le reproché a Julio lo que había hecho o dejado de hacer durante la dictadura”.
Strassera entró a la Justicia como “pinche”, fue ascendiendo y cuando fue el golpe militar de 1976 era secretario en un juzgado. Después lo nombraron fiscal federal de primera instancia; por eso, Néstor Kirchner lo acusó de ser un fiscal de la dictadura. “Hay agravios que hay que agradecer”, contestó irónico Strassera, que decía que los Kirchner eran “ladrones”, que “se quisieron apropiar de los derechos humanos”, que jamás firmaron un habeas corpus como abogados y que en los 70 solo se dedicaron a “hacer plata” en el Sur. Sostuvo incluso que no creía que Cristina Kirchner fuera realmente abogada y que cometía el delito de “usurpación de título”, acusación de la que fue sobreseída en 2016 por el juez Claudio Bonadio.
Strassera, el fiscal que exhibió las atrocidades de la dictadura y logró la condena de los comandantes, había jurado por los estatutos de la junta militar. Ese juramento -relató- lo vivió como una “rutina tonta” que hicieron todos en Tribunales y que no le provocó “el más mínimo conflicto personal”. Para Jorge Anzorreguy, que era juez de instrucción cuando fue el golpe y la dictadura lo dejó cesante, no era así. “No era una formalidad. Nadie te obligaba a permanecer en el cargo y si jurabas, te comprometías a aceptar las nuevas reglas”, dijo. Strassera disentía: “¿Qué tenía que hacer yo cuando fue el golpe? ¿Ir a la plaza y quemarme a lo bonzo? Yo seguí haciendo mi carrera. Lo que no fui es funcional a la dictadura”, afirmó en la entrevista que integra el archivo de Memoria Abierta. Contó que fue después de que se negó a demorar un habeas corpus que lo ascendieron de fiscal federal a juez del fuero ordinario. “Para sacarme del medio, me mandaron a condenar ladrones de gallinas.”
Jorge Aníbal Michelli, uno de sus secretarios cuando Strassera tuvo a su cargo el juzgado en lo Criminal de Sentencia Letra “Q”, cuenta que siempre mantuvo la misma línea. “Como juez, Julio recibió un hábeas corpus, creo que por un referente del sindicato de maestros, le hizo lugar y no solo eso: denunció a los funcionarios de la dictadura”.
Michelli recuerda además las maledicencias que su entonces jefe debió afrontar. “Salíamos a comer a Pippo y como era diabético, a veces se descompensaba y tenía mareos, por lo que tenía que buscar un kiosco cuando volvíamos a tribunales y tomarse una Coca Cola. Por eso, algunos decían que estaba borracho, lo que era absolutamente falso e injusto”.
Michelli trabajó poco a las órdenes de Strassera. Como secretario lo sustituyó Eduardo Casal, el actual procurador general de la Nación. Y cuando Strassera pasó del juzgado a la fiscalía ante la Cámara Federal, su reemplazante fue Carmen Argibay, quien con los años sería ministra de la Corte Suprema.
Fueron tiempos de billetera flaca. “Teníamos un Renault 12, verde metalizado, en el que no andaba nada”, recuerda su hijo Julián. “No tenía antena para escuchar la radio, no funcionaba la calefacción y el viejo iba para todos lados con la ventanilla abierta por el cigarrillo. ¡Un frío! Y si te quejabas, ¡agarrate!”.
Strassera fumaba dos paquetes diarios, ya fueran Winston o Camel, sin filtro, aunque a veces armaba sus propios cigarrillos. “Un día le tomó una audiencia a un violador serial y el preso lo empezó a bardear –recuerda Michelli-. Le decía que cómo podía ser que un juez no tuviera dinero para comprarse cigarrillos. Yo estaba en el otro despacho, entra Julio y me dice: ‘Michelli, venga conmigo, porque si me quedo solo, lo mato”.
Ese temperamento, creen quienes lo conocieron, resultó determinante en su momento culmine laboral. Nacido en 1932, tenía 52 años cuando comenzó el juicio. “Y se comió la cancha”, resume uno de los jueces, Ricardo Gil Lavedra. “Encaró las audiencias con un gran histrionismo, capaz de provocar a las defensas, de desafiarnos a los miembros del tribunal y comunicar con claridad. Fue impresionante”.
Como fiscal de Cámara ganaba el equivalente a 400 dólares por mes. “Tiempo después, cuando viajó a Italia a recibir un premio y el chofer que le pusieron en Roma cobraba 1000 dólares”, recuerda Julián. “El chofer no podía creerlo”.
Strassera dejó la fiscalía en 1986, cuando Raúl Alfonsín lo nombró embajador ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU), en Ginebra. El país afrontaba turbulencias que amenazaban con derrumbar la democracia, con los alzamientos carapintadas en primera fila. El judicial devenido diplomático impulsó una agenda para fortalecer al país, pero dejó el cargo cuando Carlos Menem firmó los primeros indultos. Fueron, para Strassera, “una verdadera inmoralidad”.
Renunció así a ganar US$10.000 por mes y a la posibilidad de ahorrar por primera vez en su vida. Pasó a comerse los ahorros. “Fue una época brava”, sintetiza su hijo. Tiempos en que ya no volvió a la fiscalía porque había renunciado, a diferencia de tantos otros que hoy piden licencia en sus cargos. Se las “rebuscó” con un “puestito de asesor en el Congreso” que le dio un diputado radical y volvió a fatigar los pasillos de los tribunales, pero como abogado de la matrícula. A los 60 años, se inscribió ante la AFIP y se asoció a uno de los jóvenes que había trabajado en la fiscalía durante el Juicio a las Juntas, Nicolás Corradini, y este convocó a Santiago Felgueras. Patrocinaron a detenidos durante la dictadura y a familiares de desaparecidos, y poco a poco comenzó a consolidarse, aunque el colapso argentino de fines de 2001 lo afectó como a millones más.
La crisis institucional lo llevó, sin embargo, a tomar una decisión que sorprendió a muchos, incluido su hijo. “Yo militaba en el radicalismo y lo pinchaba para que se afiliara, pero no me daba bola. Hasta que cayó [Fernando] de la Rúa y lo hizo”. Elichiribehety, su amigo de Tandil, cree que esa acción dice mucho sobre Strassera. “Cuando muchos se alejaron del partido, él se afilió. Nunca fue un militante de comité, pero fue su forma de decir: ‘Aquí estoy”.
Nunca se alejó, tampoco, de la ópera, otra de sus pasiones. Era concurrente asiduo al Teatro Colón, al que llegó por un amigo cuando todavía no trabajaba enfrente, en el Palacio de Tribunales. “Fue ‘culpa’ de un compañero de colegio, Roberto Oswald, que fue escenógrafo y director de escena del Colón”, detalla Julián.
Strassera nació en Comodoro Rivadavia porque a su padre lo había enviado allí YPF. Volvieron cuando tenía cuatro años y en sexto grado entró pupilo al colegio San José, de curas bayoseses franceses que él describía como muy liberales y a quienes siempre les guardó gran cariño pese a declararse agnóstico. El colegio lo terminó en el turno noche del Sarmiento de la calle Libertad y empezó a estudiar Derecho pasados los 25 años.
Strassera se casó y se divorció muy joven, antes de conocer a quien sería la madre de sus dos hijos. “Adoraba a su mujer, al punto de decirte: ‘la Tana me salvó la vida”, recuerda Michelli. “La Tana” era María Luisa Tobar, “Marisa”, quien falleció en junio, a los 86 años. “La figura de mi vieja es clave en la historia de mi viejo”, confirma Julián. “Él y ella caminaron codo a codo, con firmes principios éticos”. Otro amor le destrozó el corazón. Su hija, Carolina, murió en Lausana, Suiza, donde había formado una familia y había tenido dos hijos, y significó un golpe brutal del que jamás terminó de recuperarse.
Después del Juicio a las Juntas, una de las defensas que asumió Strassera fue la del entonces jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, tras la tragedia de Cromañón, que el 30 de diciembre de 2004 sesgó la vida de 194 personas. La tormenta era doble, con un juicio político, por el que Ibarra fue destituido en 2006, y una causa penal, en la que terminó sobreseído. Strassera asumió con una condición: jamás le cobró un centavo a Ibarra, y lo hizo a pesar de los planteos de su propia familia, que le imploró que no lo defendiera. “Lo voy a hacer. Lo que le están haciendo no es justo”, replicó él.
Y así lo hizo, a pesar de su rechazo total por el kirchnerismo, al que Ibarra, venido del Frepaso, se había acercado por esos años.
“Me estoy peleando mucho”
“La última vez que nos vimos, me dijo una frase que me quedó. Volvíamos de comer en Edelweiss y lo llevé en mi auto hasta su casa”, cuenta Moreno Ocampo de Strassera.
-Me estoy peleando mucho-, le confió, cuando el restaurante de la calle Libertad al 400 ya había quedado atrás.
-Pero si vos siempre te peleaste mucho.
-Pero ahora me peleó conmigo mismo.
Con la perspectiva que dan los años, Moreno Ocampo se formó una idea sobre su viejo jefe: “Era un tipo normal que se convirtió en héroe y que después mantuvo su condición de héroe hasta el final de sus días, aunque eso a él lo incomodara”.
Durante los últimos siete años de su vida, Strassera viajó de manera recurrente a Tandil. Llevaba ya muchos años jubilado y había dejado atrás el Renault 12. Se había comprado un Toyota Corolla, modelo 2007, pero prefería que otro condujera cuando encaraba distancias largas. Elichiribehety lo pasaba a buscar por su departamento de Gellly Obes al 2200, se acomodaba junto a Marisa y partían por unos días hacia las sierras bonaerenses. Picadas, asado, “café y discusiones”, precisa Elichiribehety, era su plan.
También café, mucho café. “Le encantaba el café molido. Podías discutir a los gritos con él y después, cuando consideraba que la discusión había terminado, te decía -rememora Julián, mientras carraspea y lleva su voz a otro tono, casual y ligero-: Un cafecito, ¿te tomás?”
El principio del fin llegó el lunes de 9 de febrero de 2015, mientras cenaban en el restaurante Tierra de Azafranes, de Tandil. La esposa de Elichiribehety, Virginia Ramírez, percibió que algo andaba mal. Él no quiso ir a la clínica. Un día después, el médico Fernando Funaro ordenó su internación inmediata. Strassera murió el 27.
Su final sacudió, un poco, la modorra de muchos. El gobierno de Cristina Kirchner decretó dos días de duelo y funcionarios de distintas jurisdicciones ofrecieron a la familia edificios públicos para velarlo. La “Tana” zanjó el debate. “Nosotros nacimos como gente sencilla, vivimos como gente sencilla y morimos como gente sencilla”, dijo. Y así fue. Lo velaron como vivió.
Marisa comenzó entonces a regalar objetos de su marido. Funaro, por ejemplo, recibió la lapicera con que Strassera firmó el alegato y el comité radical de Tandil, la máquina de escribir que utilizó para redactarlo. Pese a eso, en su escritorio del quinto piso de la calle Gelly Obes perduran muchas de sus cosas: libros, muebles, algunas imágenes sacras y una foto con Alfonsín. “Era el único tipo que lo ‘podía”, remarca Julián. “Sentía una admiración inmensa”.
En la imagen se los ve juntos, sonrientes. Se estrechan las manos, mirándose a los ojos, mientras Alfonsín lo agarra con la izquierda a Strassera del antebrazo derecho. La reunión es tres años posterior a la que aparece en “Argentina, 1985″, que requiere una aclaración adicional: esa reunión no la buscó el Presidente, sino el fiscal porque le habían hecho llegar mensajes inquietantes del gobierno. Alfonsín le dijo que no era cierto que pretendiera darle instrucciones y que solo le haría un pedido.
-No se vuelva loco, doctor Strassera.
-Tarde, Presidente.
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