Sonrisas arriba del escenario y disputas abajo
Desde el escenario platense bajó un mensaje elocuente. Contra lo que dijeron el Presidente y otros oradores, no se ofició una misa de unidad, sino un ejercicio de disciplinamiento del oficialismo detrás de un polo de poder indiscutido (al menos, en público). Fue mucho más que otro ejercicio de la autoridad (inclaudicable) de Cristina Kirchner. Se consagró la influencia de su extensión política y generacional: La Cámpora. Por sobre todo y sobre todos.
Las sonrisas y los aplausos resultaron, así, menos voluntarios que obligatorios, arriba y debajo de las tablas. Más de uno se habría sumado a Juan Pablo Biondi, para quedarse de brazos cruzados, sino hubieran sido alertados por su afilado instinto de supervivencia peronista, que les evitó el posterior escrache sufrido por el secretario de Prensa y Comunicación.
Las imágenes repusieron, mucho más que por coincidencia geográfica, la figura del exgobernador Daniel Scioli, con su forzada sonrisa, en aquellos actos en los que Cristina Kirchner lo vapuleaba. El ahora embajador hacía de la resiliencia y de su imagen positiva un capital político que sus colaboradores justificaban tanto como padecían. Cualquier parecido con la actualidad no es mera casualidad.
La escenificada concordancia que se pretendió mostrar el viernes y que Alberto Fernández consideró necesario sobreactuar en La Plata y en las horas subsiguientes no logra ocultar una realidad mucho más tensa que transcurre bajo la superficie y lejos de los flashes.
Una sorda disputa se libra bajo la superficie entre los principales soportes originarios del Presidente (compositores frustrados del nonato albertismo) y los sucesores de Cristina Kirchner reunidos en La Cámpora y en torno del gobernador bonaerense, Axel Kicillof.
El año electoral en ciernes y el año en el poder muestran a los intendentes del peronismo bonaerense (en menor medida también a los gobernadores) magullados, pero en pie de guerra con Kicillof, por los recursos, y con Máximo Kirchner y su organización, por el dominio político territorial.
El acto solo exacerbó el malestar y ahondó la asimetría de la disputa. La celebración (que no tuvo Fernández) del primer aniversario de gobierno de Kicillof, rodeado de la plana mayor del FdT, fue pergeñada por el camporismo y sirvió de marco para que Cristina pusiera de ejemplo al gobernador por presente y por pasado. Autoelogios.
Las escaramuzas por los recursos destinados a los municipios, por el control del PJ provincial y por la presidencia de la Federación de Municipios habían sido los prolegómenos del acto platense, que obligaron a una multiplicidad de reuniones al más alto nivel para evitar conflictos mayores y sostener la unidad (o el alineamiento).
La relevancia y la gravedad de la situación las da el nivel de participantes involucrados: Máximo Kirchner; Wado de Pedro; el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis (canciller -por modos y representación- de los intendentes), y los jefes comunales del conurbano Martín Insaurralde, Fernando Espinoza y Jorge Ferraresi. La precaria pax armada que alcanzaron se sostiene por permanencia de la pandemia, la crisis económica y la necesidad de terminar el año sin desbordes. La confección de las listas de candidatos, con intendentes que siguen impedidos de ir por su reelección, amenaza con abrir nuevos capítulos.
Allí aparece de manera disruptiva el eje del discurso de la vicepresidenta, que ya no se limitó a reclamar por su situación judicial (aunque nunca deja de hacerlo), sino que avanzó sobre otros tópicos que exponen, complican y debilitan a Fernández, principal paraguas de los jefes comunales. La capacidad y la voluntad de daño pueden dimensionarse por la instalación desde el atril mayor de la falta de solución a la crisis económica y, aún más, de la inflación, que en el gobierno de la ahora vicepresidenta y del actual gobernador no se nombraba ni se medía. Palabras secuestradas y ahora liberadas, ante la aceptación de Fernández.
El mantra "cuando nos dividimos perdimos" opera hasta ahora como un eficaz aglutinante. Tanto como un aditivo para la resignación (o el sometimiento). La convicción de que una derrota electoral pondría todo y a todos en riesgo y que la victoria se asegura en el conurbano, donde Cristina Kirchner no tiene competencia, es la zanahoria y el palo que evita que las disputas se profundicen.
Sin embargo, la recreada centralidad de un cristinismo más radical suma nuevas inquietudes y perplejidades en albertistas críticos, que ocupan las sillas ahora electrificadas del gabinete, gobiernan provincias y administran comunas.
Corridos por izquierda
El temor a ser corridos por izquierda desde flancos múltiples comienza a permear en sectores no cristinistas del FdT. Les preocupan dos derivas posibles.
Por un lado, inquieta que la unidad no sea suficiente para contener a todos los electores que la reunificación de 2019 aportó. "Hay un 20% de votantes blandos que no se habían ido del kirchnerismo porque se fueron Sergio Massa o Florencio Randazzo, sino porque ya no lo querían votar. Son los mismos que no vinieron solo porque el candidato fue Alberto y no Cristina, y porque Massa se sumó. También nos apoyaron porque no querían votar a Macri. A esos hay que hablarles y a esos es a los que más nos cuesta llegar", decía un colaborador presidencial apenas un par de horas antes del acto platense.
Veinticuatro horas después del estelar revival cristinista, la preocupación del funcionario escalaba a niveles estratosféricos: "Es cierto que la inflación preocupa a todos y que golpea fuerte en esa clase media que compone el voto blando y cambiante, pero cómo lo aborda Cristina los aleja más". Expertos en opinión pública que sondean las percepciones de la clase media confirman la presunción de que la economía, en general, y el aumento de precios, en particular, fogonean las críticas al Gobierno. Explicaría eso la inclusión de la inflación en la incendiaria alocución de Cristina, tanto como ratificaría la dificultad para construir un discurso eficaz para ese público.
A esa esfera se suma una consecuencia no deseada de la probable legalización del aborto: que la Iglesia encuentre en la situación socioeconómica un elemento para incomodar al Presidente, como sutil represalia. Los sectores más antiempresas del oficialismo encontrarían allí una bendición. Ciertos vínculos entre el cristinismo y Roma preocupan en el Gobierno. La ayuda para contener la conflictividad que aportaron los movimientos sociales y la Iglesia, en conjunto y con la asistencia monetaria del Estado, está puesta ahora bajo escrutinio. Empoderados, estos actores pueden tener en el año electoral una relevancia adicional.
El programa de urbanización de barrios populares, que tiene un fondo blindado de $45.000 millones, está controlado por la organización del amigo papal Juan Grabois, junto con otros movimientos sociales. Recursos suficientes para tener impacto en los territorios que disputan con la política tradicional. Milagros de Fernández. Por eso, en las cercanías del Presidente rezan para que la vacuna anti-Covid-19 y la recuperación económica lleguen pronto y permitan atenuar esas amenazas. No esperan rebeldías de Fernández. La política del "siga, siga" es una marca de gestión sin perspectivas de cambio. Muchos colaboradores presidenciales piensan (o quieren creer) que la creciente estridencia de Cristina es muestra de su fortaleza tanto como de su debilidad. Coinciden con un lúcido analista político: "La prepotencia es la expresión de la impotencia".
Son los que aseguran que el embate cristinista les alargó la vida útil (un poco, nada más) a algunos ministros. El tiempo dirá. Por ahora todos sonríen para la foto y muchos penan, temen y pelean debajo del escenario.
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