Sombras sobre la luna de miel
El presidente Milei necesita algo más que pan y cebolla para no padecer eclipses prematuros
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Hace ya un buen tiempo que uno de los mitos ordenadores de la política moderna entró en crisis. Lo que nadie se anima a fijar es la nueva fecha de caducidad de la luna de miel de los gobiernos inaugurales con la sociedad (la que los votó y la que no los votó). Se trata de un tiempo idílico, en que la pasión es ciega a los defectos y el arrobamiento invisibiliza urgencias y necesidades.
Esta parece ser la cuestión central de estos días con la que se debate buena parte de la dirigencia política no libertaria, después de haber pasado apenas los dos primeros meses de gestión de Javier Milei. Mucho menos que cien días.
¿La luna de miel se volvió una luna de Milei en cuarto menguante? ¿Solo hay sombras pasajeras que proyectan rivales ansiosos? ¿Es apenas un eclipse fugaz? Los últimos acontecimientos pueden leerse en esa clave.
El tropiezo indisimulable del Gobierno en el Congreso, la posible reconfiguración del espacio político oficialista, el envalentonamiento de gobernadores afectados por las medidas y por las embestidas del Presidente, la reinstalación de Mauricio Macri como líder de Pro y la reaparición intempestiva de Cristina Kirchner son solo algunos elementos que alimentan esos interrogantes.
La política no puede escapar a la era del just in time y de la satisfacción inmediata. Lo acaba de demostrar Cristina Kirchner con su extensa (en todo sentido) carta, con la que el miércoles sorprendió hasta a los propios y llevó a muchos a preguntarse sobre la premura para sacarla. ¿La apuró la percepción de que el Gobierno entraba en un proceso de turbulencias y declive o temía lo contrario y solo proyectó sus propias sombras y temores fundados?
Inmune a las contradicciones, el pronunciamiento expone el dilema sin resolución que anida en la exvicepresidenta. Tanto augura el fracaso del experimento libertario como expresa alarma ante el posible éxito de Milei. También en ella “El Dorado” de la dolarización despierta tanta atracción como temor y rechazo. Por eso, la “plataforma electoral” lanzada por la vía epistolar que tanto le gusta cultivar busca mostrar un aggiornamiento de su ideario. Hay propuestas y vocablos que avanzan sobre santuarios del kirchnerismo y que hasta hace nada nadie escuchaba salir de su boca. Un reconocimiento de hecho de que el triunfo de Milei le corrió las fronteras.
A través de su documento, Cristina Kirchner exhibe, asimismo, la dificultad que tiene para entender o para admitir las razones de la victoria del libertario. Sin autocrítica alguna y con la excusa de la gastada aguja hipodérmica de los medios (más las redes sociales) que les lavan el cerebro y el corazón a los votantes elude explicar cómo y por qué Milei penetró en el universo tradicional del voto peronista para llegar a la presidencia. Como si hubiera una estructura social que no lograra aprehender tanto como niega y mitifica.
La nueva derecha irreverente, joven y con arraigo popular, que encontró en Milei su continente, no es el macrismo fácilmente demonizable para el kirchnerismo en el colectivo del antipueblo, la elite, los ricos y los gorilas. Las nuevas realidades exigen nuevas categorías de análisis y ponen a tiro de archivo viejos paradigmas. Ahora todo dependerá de los resultados. Antes de que lleguen, a la expresidenta le podría venir bien leer Está entre nosotros, el esclarecedor libro ensayístico coordinado por el sociólogo y antropólogo Pablo Semán que aborda y explica el surgimiento y la consolidación de “la extrema derecha que no vimos venir”. Advertirá que ella, su gestión, su narrativa y sus políticas (muchas de ellas fallidas) no son ajenas a este fenómeno.
Para el peronismo
Mientras tanto, “el documento hay que leerlo, antes que nada, como una manifestación hacia dentro del peronismo y del propio kirchnerismo. La clave está en la primera persona del plural que ella utiliza todo el tiempo. Manifiesta una idea de unidad y representación, a sabiendas de que hoy la representación y la unión están en cuestión. Cuando se pregunta dentro del peronismo y de lo que fue el kirchnerismo quién es ese “nosotros”, ahí empiezan los problemas. Ya hay demasiados haciendo la propia. Ella lo sabe y por eso salió, consciente de que todavía logra una centralidad con la que nadie en el peronismo puede competir, pero “el piso está agrietado”, explica uno de los hombres que la conocen profundamente y la suelen interpretar cabalmente.
Los dos primeros meses posteriores a la derrota electoral fueron acumulando señales inquietantes para “la jefa”. Entre otras, desde el propio peronismo señalan: el mal paso de Máximo Kirchner dentro y fuera del Congreso cuando se trató la ley ómnibus; la avanzada del intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, y otros dirigentes bonaerenses sobre la conducción justicialista provincial que formalmente aún ejerce el hijo bipresidencial; algunos gestos autonómicos de Axel Kicillof, gobernador del último bastión kirchnerista, y la unión por espantos concurrentes de los gobernadores peronistas.
En ese último círculo, donde el peronismo preserva cierto control territorial, pero adonde Milei penetró más allá de lo esperado, confluyen la estrategia de asfixia mileísta a las provincias que no se cuadran y un mayoritario rechazo a seguir bajo el yugo cristinista. Aunque esos jefes provinciales siempre hayan postergado el grito de independencia.
Más contundente es uno de los mejores traductores del cordobesismo peronista: “Cristina ve que está quedando fuera del juego y, por eso, sale con la carta. Además, la situación del kirchnerismo, encerrado en la provincia de Buenos Aires, es un problema para la proyección de Axel [Kicillof]. En lo fiscal y en lo político; le quita potencial de proyección”. Para esta perspectiva, la que está en su cuarto menguante es la luna kirchnerista.
Centralidades
La apresurada centralidad adquirida por el gobernador cordobés, Martín Llaryora, al que Milei subió al ring central, también aporta un elemento que impacta en el sistema y suma distorsiones al calidoscopio peronista del que Cristina Kirchner se resiste a ser un cristal roto más. Por ahora, retomó la centralidad y, como dice un cristinista crítico, “consiguió mantener la centralidad y condiciona a los demás; los que tenían la intención de instalarse en los medios saben que si lo hacen van a tener que hablar de ella y de su carta”.
Ante esa reposición de lo viejo, como es la reaparición de la expresidenta y la reinstalación de Mauricio Macri como articulador de una ampliación del espacio oficialista, celebran Milei y los suyos. Sin éxitos para ofrecer y con varios tropiezos por disimular o maquillar, en el oficialismo sienten que Cristina Kirchner, en lugar de proyectar una sombra sobre el Presidente, le devolvió brillo. La luna de Milei no se eclipsa. Eso creen.
La disputa concentrada en el plano económico es vista como un triunfo por el oficialismo. “Cristina quiere demostrar que tiene algo para decir con autoridad sobre economía; por eso, la golpea la descalificación que le hace Milei en ese campo”. Una vez más ese es el terreno de disputa entre ambos, la corrupción o los abusos de poder de la era kirchnerista siguen sin ser parte de la batalla. Por estrategia o conveniencia mutua. Muchas veces han estado más cerca de lo que la ideología los distancia.
Tal vez una barrera traspasó el extenso recordatorio que hizo la jefa del kirchnerismo de presidencias inconclusas por haber intentado soluciones aparentemente parangonables a las de la actual gestión. Para el oficialismo, y aun para vastos sectores opositores, esas referencias tienen un carácter tan destituyente como una falta de sentido de oportunidad muy profunda. Demasiado pronto para pronósticos tan agoreros. Puede ser riesgoso.
Una encuesta concluida en los primeros días de febrero por la consultora Equipo Mide, que dirige el politólogo radical Manuel Terradez, hecha para la UCR bonaerense, muestra que según el 52% de los consultados “el país va en la dirección correcta desde que asumió Milei”.
Aunque también concluye que para el 45% la gestión del Gobierno es entre mala y muy mala y que para el 41% es buena o muy buena. Al mismo tiempo, la culpa por la alta inflación, que es el primer problema para los encuestados, es adjudicada por el 49% a Alberto Fernández y Sergio Massa. Por eso, así como el 50% dice estar de acuerdo con las medidas del Gobierno, el 54% se expresa en desacuerdo con la liberación de precios. La moneda está en el aire.
La leve desaceleración de la inflación en enero, tan celebrada por el Gobierno como las sonrisas (y el silencio sobre la gestión) que le prodigó el Papa a Milei, sigue profundizando, no obstante, el acelerado deterioro que sufre desde hace dos meses el poder adquisitivo de los salarios y de los haberes jubilatorios, que es, además, el gran soporte del también festejado superávit fiscal.
El aumento de tarifas de los precios regulados y el inminente gasto de insumos escolares aparecen como las nuevas cuestas a enfrentar por la sociedad. También por el Gobierno. Allí se posa la mirada de políticos, economistas, referentes sociales y analistas. Mucho más que en lo que se proponga precipitar o pretenda contener una dirigencia política descompuesta.
En tal contexto, los achicados salarios de docentes y miembros de fuerzas de seguridad, y las dificultades que ha tenido la nueva administración para aceitar la asistencia alimentaria a los sectores más vulnerables asoman como probables disparadores de situaciones de tensión, según dirigentes con anclaje territorial.
La gestión llama. La luna de miel necesita algo más que pan y cebolla para no padecer sombras ni eclipses prematuros.
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