Sobre mamushkas y muñecos malditos
Las mamushkas son esas muñecas de madera con pañuelos en la cabeza y polleras generosas en cuyo interior se oculta otra de menor tamaño y dentro de esa otra más, y así, sucesivamente, hasta llegar a la última, la más pequeñita e indivisible.
Durante los años oscuros de la dictadura imaginaba que las Madres de Plaza de Mayo eran como esas mamushkas que guardaban en su interior la memoria de la sociedad y la semilla de la democracia.
Pero durante todos estos años el kirchnerismo estuvo jugando al juego de las mamushkas de manera perversa. Las abrió por la mitad, como esos chicos a los que le gusta romper los juguetes ajenos, las dividió, y se metió adentro como lo hacen las colonias de parásitos. Se ocultaron debajo de las polleras, los pañuelos y el prestigio de las Madres de Plaza de Mayo.
En la película “Néstor”, de Paula de Luque, Máximo evoca un recuerdo infantil: con voz vacilante cuenta que su padre disfrutaba de patearle los soldaditos después de haber pasado horas ordenándolos. Lo mismo hizo Néstor con las mamuskhas de Plaza de Mayo. Una vez que consiguió partirlas a fuerza de halagos primero, prebendas después y finalmente negocios turbios, el kirchnerismo metió muñecos propios en el interior de la organización que alguna vez defendió los derechos humanos, no como una secta, sino entendiendo que los derechos humanos son universales. O al menos eso pensábamos quienes más de una vez marchamos junto a ellas y nos comimos algún palo de la montada o una corrida en medio de los gases.
En ese proceso de degradación de los organismos de derechos humanos, fuimos testigos de la forma en que el anterior gobierno metió todo tipo de muñecos dentro de las matrushcas del pañuelo: muñecos monstruosos como los hermanos Shocklender, parricidas y estafadores; pequeños Chukies de ojos claros y saltones como Kiciloff; muñecos de trapo algo desgreñados y blanditos como los muñecos anacrónicos de Carta Abierta; muñecos que parecían estar siempre duros, como el muñeco Ken rocker de Boudou; muñecos uniformados como el GI Joe de Milani; Fariña, el muñeco que habla cuando lo apretás; D’elía, el muñeco que habla… y habla y habla; la marioneta Parrilli que se maneja muy fácilmente con una sola mano.
Y, por supuesto, todos los muñecos a cuerda que aplauden; el muñeco Zaffaroni con las casitas de muñecas que alquilaba para que trabajaran sus Barbies. Y la propia muñeca Cristina que, hay que recordarlo, no estuvo en una sola ronda ni marcha cuando marchar era un riesgo. O el muñeco Néstor, que venía con una cajita fuerte, el que decía “¡éxtasis”! cuando le metías una moneda. Ese mismo muñeco que se negó a recibir a la madres cuando gobernaba Santa Cruz.
Hasta ahora muchos pensábamos, no sin ingenuidad, que las Madres habían sido utilizadas, engañadas por los políticos sin escrúpulos.
Pero descubrimos que este juego de las mamushkas tiene una lógica perversa diferente: el muñeco Milani se metió dentro la mamushka Hebe para evitar ser condenado por delitos de lesa humanidad; el muñeco Boudou se ocultó dentro de la mamushka Cristina para esconder su procedencia de la UCeD y su simpatías por Videla y compañía y, por supuesto, para usarla de escudo en las innumerables causas en las que está siendo investigado.
Entre los muñecos también hay simpáticos animalitos; la Morsa Fernández que va cambiando de refugio: salió del cobijo de la mamushka Chiche Duhalde para meterse en el baúl de un auto; de ahí saltó a la mamushka Cristina que lo disfrazó de muñeco con bonete y, finalmente, todos se metieron debajo de la falda de Mamushka Hebe para saquear al amparo de los DDHH.
Mientras estuvo en el poder, Cristina era una sola y enorme matrushka que parecía eterna y su grupo vertical, jerárquico y obediente se veía inquebrantable y dispuesto a ir por todo: a romper y fagocitar el poder judicial con el Packman de justicia legítima y de ese modo derrumbar los demás pilares de la República siguiendo el manual venezolano.
Pero este último episodio de la fuga de Bonafini, que huyó como los Dukes de Hazard del sheriff torpe interpretado por el juez Martínez de Giorgi, marca un giro nuevo e inesperado.
El juez lo dijo claramente: no llamó a declarar a una madre de plaza de Mayo sino a una patrona de la construcción, cuya empresa cometió la más vil de las estafas: en Sueños Compartidos los pobres se quedaron con lo sueños y la empresa con el partido. Alguien se llevó la plata que le falta al Estado, a los trabajadores que construyeron las casas y ni siquiera les hicieron aportes y a los que iban a vivir en ellas. Esa es la investigación. En este juego de las mamushkas, nos sólo se metieron delincuentes menores disfrazados dentro de las madres, sino que la empresaria de la construcción, la CEO Bonafini, se metió dentro de la Madre de Plaza de Mayo Hebe y hoy utiliza su avatar, su propia figura de mamuschka, el pañuelo y la investidura de defensora de los DDHH para defenderse ella de una acusación por estafa.
Hebe de Bonafini dejó de ser aquella tierna mamushka para convertirse en Olimpia, la muñeca terrorífica que imaginó Hoffman en su cuento más sombrío y famoso que Freud tomó para explicar la naturaleza de lo siniestro.
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