Singularidades e ilusiones de un gobierno provisional
Más que un cambio de gabinete, la llegada de Juan Manzur implicó un cambio de gobierno, que reforzó la imagen de fragilidad de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y, en menor media, Sergio Massa
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El trípode sobre el que se asienta la coalición gobernante es hoy más débil que en la noche de las elecciones, que luego de las cartas-bomba arrojadas sobre la Rosada y que después de la renovación ministerial. Aunque esto resulte paradójico.
Más que un cambio de gabinete, la llegada de Juan Manzur a la oficina contigua del despacho presidencial implicó un cambio de gobierno, que reforzó la imagen de fragilidad de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y, en menor media, Sergio Massa, tras el colapso electoral y las disputas por las causas y la paternidad (o maternidad) de esa derrota.
La inicial hiperactividad del nuevo jefe de Gabinete no logra despejar, sino que refuerza, la percepción de que se está ante un equipo de gobierno provisional, que en seis semanas pondrá a prueba su consistencia y durabilidad. Tanto como será desafiada la geometría de la coalición oficialista. Por ahora, es el Gobierno del aguante y la supervivencia.
La resurrección de algunos dirigentes que las elecciones de 2015 habían jubilado y la entrega de la casilla de guardavidas al más que tradicional peronismo provincial exponen la fragilidad del artefacto que creó Cristina Kirchner. No es con la imagen de los nuevos que se busca recuperar a los votantes perdidos, sino con gestión y a pesar de su imagen. Una ecuación compleja, pero es lo que tenía el oficialismo para sostener la administración del Frente de (casi) Todos e intentar una recuperación. La renovación dirigencial, el trasvasamiento generacional y la paridad de género deberán esperar tiempos mejores. O peores.
La vicepresidenta acaba de comprobar que la fuga de poder no fue obturada en 2019. No bastó la fuerza de su palabra para imponer los cambios en el tiempo y menos en la forma que ella demandaba. Necesitó tirar una bomba de fragmentación sobre su criatura. Ninguno salió ileso. El gabinete es producto de resignaciones y negociaciones, cuya consistencia es motivo de serias dudas. Singularidades del gobierno provisional.
Para comprender la naturaleza y magnitud de esas peculiaridades hay que mirar la continuidad de Wado de Pedro. Explican su permanencia el pragmatismo y el alto umbral de tolerancia al castigo de Alberto Fernández, tanto como su debilidad,
En las cercanías de Fernández, aseguran que el Presidente no quería que “Wadito” siguiera en la cartera política, después de que se enterara por los medios de su carta de renuncia. Pero es lo que debió soportar para preservar a algunos propios, como Santiago Cafiero.
La permanencia de De Pedro cobra más significación cuando se tiene en cuenta que Fernández había intentado (Cristina dixit) ponerlo en la primera línea de fuego para afrontar las elecciones como jefe de Gabinete. La vicepresidenta lo preservó, como se preservó La Cámpora. La organización maximista impuso cambios en los gobiernos nacional y bonaerense pero no expuso a ninguno de sus dirigentes a más desgaste. Solo mantuvo los estratégicos lugares que ya tenía.
El Presidente ahora confía en que Manzur sea Súper Manzur, tanto para concentrar poderes y atribuciones que hasta hace una semana se ejercían desde el ministerio político como para suplir, con su profusa agenda internacional, déficits de Cafiero. Para De Pedro puede haber perdón, pero no olvido. Con Cafiero, Fernández mostró una consideración que no tuvo con otros ahora exfuncionarios, como Marcela Losardo o Felipe Solá, víctimas de inesperada crueldad.
La llegada de Manzur es así el fruto de concesiones. No solo de la vicepresidenta. También hay una parcial resignación de Fernández, que ante la hiperquinesia madrugadora del tucumano queda más expuesto en sus carencias. Las relaciones de este presidente con sus jefes de Gabinete están signadas por la asimetría.
Antes Cafiero corría con las desventajas de su nula experiencia, su falta de poder territorial y, por consiguiente, la dependencia de su mentor, al que no estaba en posición de contradecir. Ahora Manzur arriba con historial, volumen político, experiencia de gestión, ejercicio del poder y una red de contactos que relativizan el curriculum del Presidente. Fernández acumula fuerzas (o presión) debajo suyo. Cuando no peca por defecto, peca por exceso. Al equilibrista le cuesta mantener la vertical.
Las singularidades de este armado de emergencia abren incógnitas sobre el futuro, cualquiera sea el resultado electoral de noviembre.
En esa fragilidad resalta una característica peculiar de Cristina Kirchner: ofrece una versión invertida del teorema de Baglini. Cuando más lejos o más en riesgo está su poder más se modera, mientras que cuando recupera poder más se radicaliza. Así aceptó o propuso a Manzur, tras amnistiarlo, como antes indultó a Fernández. Lo mismo hizo cuando le sobrepagó a Repsol o al Club de París. Momentos de debilidad.
Por eso resulta una incógnita qué pasará si el Gobierno recupera en algo la vertical electoral, con Manzur empoderado. La agenda, los objetivos, las alianzas, las amistades, los intereses y las pretensiones del jefe de Gabinete poco tienen que ver con la cosmovisión, las preferencias, el capital simbólico y la base de sustentación de la vicepresidenta. Dos años pueden ser demasiado para equilibrios tan inestables y ambiciones tan antagónicas. Salvo que las amistades judiciales del tucumano puedan despejarle el horizonte que de verdad le inquieta a Cristina. Pero eso dependerá del resultado electoral. Los magistrados no se eligen por el voto popular, pero son muy sensibles a las preferencias del electorado.
Ilusiones en riesgo
Las fragilidades de la nueva administración no son, sin embargo, motivo de devaneos en el Gobierno. La puesta en movimiento (desenfrenada) de la gestión que impuso Manzur alienta algunas ilusiones.
El cambio de caras, el lanzamiento de medidas para estimular el consumo y remendar bolsillos destruidos, con vía libre para el gasto (sin reparar en consecuencias postelectorales) van en simultáneo con el reordenamiento de la campaña para movilizar a probables votantes del oficialismo que se quedaron en sus casas en las PASO y para tratar de captar a los que votaron por otras fuerzas que no estarán en la elección general. Aunque con apariciones con personajes como Mario Ishii no es fácil que se logre. El alcalde llamó a castigar a los medios, olvidándose que hace demasiado poco muchos castigaron al Gobierno.
En la teoría, las oportunidades superan a las amenazas. Allí sobresale el hecho de que en la última elección de medio término, en 2017, la participación fue casi 11 puntos superior a la que se registró el 12 de este mes. También, que el mayor ausentismo se dio en territorios azul oficialista.
Un estudio de la consultora Inteligencia Analítica, que dirige Marcelo Escolar, estimó que el Frente de Todos perdió en la provincia 896.000 votos respecto de las PASO de 2019, por ausentismo.
A los datos, en el oficialismo agregan una especulación: que la oposición cambiemita haya tocado su techo, por la competitiva interna, que impulsó a participar a más electores de ese espacio. En cambio, dicen que el oficialismo estuvo en su piso. El trabajo de Escolar aporta algún sustento a los deseos: Juntos por el Cambio solo perdió por ausentismo 172.000 votantes cambiemitas respecto de hace dos años.
Sin embargo, las ilusiones tienen límites. El mismo trabajo estima que 405.000 exvotantes del Frente de Todos eligieron esta vez boletas cambiemitas. Serían los votantes que Fernández y Massa le sumaron al cristinismo hace dos años y ahora están decepcionados.
Vale detenerse en un rubro de los estudios cualitativos hechos antes de las PASO por la consultora Trespuntozero, que dirige Shila Vilker. De allí surgen cinco hitos que marcan la ruptura del contrato electoral entre Fernández y esos votantes frustrados.
Ese quinteto está compuesto por:
- El intento de estatización de Vicentin, que mostró un indeseado avance sobre la propiedad privada.
- La quita de fondos al gobierno porteño, que descompuso la imagen dialoguista del Presidente.
- El vacunatorio vip, que instauró la idea de falta de honestidad y la existencia de privilegios.
- La falta de clases presenciales, interpretada como desapego por parte del Presidente por lo que padecían las familias.
- El Olivos Gate, que mostró falta de palabra (o mentira) y privilegios.
Son malestares estructurales difíciles de restañar en lo inmediato. A eso hay que sumarle las razones económicas del voto. Los conocedores de la maquinaria estatal dudan sobre su eficacia para llegar en tiempo y forma a cambiar percepciones. Algunos economistas y expertos en la cuestión social añaden que los aportes podrán paliar urgencias, pero no mejorarán la situación de fondo de hogares donde abundan carencias y deudas.
El Gobierno se ilusiona también con algún sondeo que le promete recuperaciones en el GBA y en dos provincias que eligen senadores. Sin embargo, la última encuesta de Trespuntozero (a la que el Gobierno suele contratar), no aporta motivos para brindar, con el atenuante de que fue hecha en el fin de semana posterior a la derrota y con los ecos de la disputa interna del oficialismo resonando.
Ese sondeo muestra una notable caída del gobierno nacional y un fuerte deterioro de la imagen de los principales dirigentes oficialistas, contra un fortalecimiento de las imagen de los opositores. Al mismo, tiempo la variable continuidad o cambio también muestra resultados desfavorables para el oficialismo. El 57,6% quiere que cambie el gobierno de Fernández.
Por último, los consultados rebaten las especulaciones sobre pisos y techos del oficialismo y la oposición. El techo de la oposición cambiemita se muestra elevándose y el piso del Frente de Todos bajó algunos escalones. Habrá que ver qué queda cuando se asiente la espuma del tsunami electoral y los ecos de la riña interna del oficialismo.
Por ahora, las singularidades, algunas ilusiones y muchas amenazas dibujan el perfil de un gobierno provisional.
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