La sociedad valora la decencia y se mostró dispuesta a defenderla
El Jurado de Enjuiciamiento dispuso el jueves pasado levantar la suspensión que pesaba sobre el fiscal José María Campagnoli. Si bien el juicio de destitución puede reanudarse luego de la feria judicial, todo hace suponer que el proceso de remoción está, a los efectos políticos y prácticos, concluido, sea porque nadie espera nuevos elementos en la reiteración de las audiencias de prueba, sea porque el 29 de octubre expirará el plazo máximo de 180 días que fija la ley.
Ha sido un desenlace notable si consideramos que hasta hace poco el propio Campagnoli y sus allegados consideraban que iba a ser expulsado de la Justicia en medio del Mundial y se preparaban para recurrir tal decisión ante la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal.
Este desenlace se debe, por un lado, a la defensa técnica de Ricardo Gil Lavedra e Ignacio Irigaray, pero también a la alta visibilidad que ganó el tema. Es mucho más difícil y costoso cometer un atropello cuando la sociedad sigue con atención los acontecimientos que cuando la arbitrariedad pasa inadvertida.
La pregunta es entonces: ¿por qué el caso Campagnoli terminó convocando un interés tan generalizado y convirtiendo a su protagonista en una figura hiperconocida, con miles de ciudadanos firmando, escribiendo o movilizándose en su defensa y la gente parándolo en la calle para sacarse una foto con él? A mi juicio, se conjugaron varios factores. En primer lugar, la acusación de exceso de competencia en la investigación contra Lázaro Báez puede ser comprendida entre abogados, pero choca el sentido común de la calle, que está pidiendo a gritos que la policía, los jueces y los fiscales desplieguen más celo en la lucha contra el delito. No hay que tener ni primaria completa para entender que echar a alguien por investigar demasiado es una gran noticia para los delincuentes. En segundo término, el grado de conciencia cívica de nuestra sociedad resultó superior al que el Gobierno suponía. La Justicia independiente puede ser un concepto abstracto, pero fue una de las banderas en las movilizaciones populares de 2012, fue centro del debate público el año pasado con la malhadada "democratización de la Justicia" que promovió el gobierno de Cristina Kirchner y parece ser hoy un valor trascendente para nuestra clase media.
De carne y hueso
El tercer factor, que encuentro decisivo, fue la actitud del fiscal Campagnoli de dar la cara y explicar su situación y su trayectoria a los medios de prensa, a las asociaciones vinculadas a la Justicia y en los ambientes académicos. Apareció entonces un hombre de carne y hueso, en vez de un funcionario lejano del cual nos hubiéramos formado inevitablemente una opinión intermediada por comentaristas.
Conocimos entonces al viudo, padre de cinco hijos, que anda en un auto viejo y que tiene un estilo de vida coherente con sus ingresos. Aprendimos que su tesón en investigar era una constante en 35 años de desempeño en la Justicia, por lo que mal podía pensarse que su investigación en la extorsión a Elaskar y el lavado de Lázaro Báez obedeciera a oportunismo mediático. Pudimos recordar que ya había tenido fuertes cruces con el Poder Ejecutivo en la década del noventa; además de que tuvo un breve paso como subsecretario de Néstor Kirchner cuando Gustavo Béliz fue ministro de Justicia. Surgió también un fortísimo respaldo de sus subalternos, quienes arriesgaron sus carreras y sufrieron traslados y degradaciones en su ambiente laboral.
Con la exposición pública emergió un funcionario público que daba testimonio de vida. La sociedad encontró un ejemplo inspirador, un héroe cívico y surgió el clamor "Campagnoli somos todos".
En la última década nos acostumbramos a aceptar como normal que alguien no tenga el valor de cumplir con su deber. Se tratase de un gobernador, un legislador, un empresario, un sindicalista, un juez o un funcionario, de inmediato aparecía la justificación: "no tiene margen", "no puede", "no lo dejan", "te imaginarás…". Por ello es tan trascendente encontrar el paradigma contrario: la sociedad valora la decencia y está dispuesta a defender a funcionarios que cumplen su deber.
Confío en que las lecciones del proceso a Campagnoli calen hondo entre quienes hoy llevan otras causas judiciales de trascendencia. Pero además de los magistrados, sentaríamos las bases de una Argentina mejor si el reclamo de compromiso y honestidad marca a los jóvenes que hoy se inician en los distintos estamentos del Estado. Trabajar bien toda una vida es, además de un imperativo moral, una virtud que demanda costos, pero que, llegado el caso, brinda enormes satisfacciones y reconocimiento.
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