Si no queda otra alternativa, In God We Trust
La negociación con el FMI hoy está trabada porque Cristina quiere postergar el ajuste para después de las elecciones; la desconfianza por el viaje de Cafiero a Washington
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En el momento más crítico de la negociación con el FMI, entre gestiones diplomáticas y planillas con proyecciones económicas, un obstáculo doméstico se interpuso para congelar cualquier posibilidad de acuerdo: las elecciones de 2023. Aunque parezca exótico, la principal traba hoy en las conversaciones con Washington reside en determinar cuánto déficit se reduce entre este año y el próximo, y qué parte de la cuenta se le endosa al próximo gobierno. Lo que Martín Guzmán describe como el sendero fiscal encubre en el fondo esta realidad. Busca conservar oxígeno en las cuentas para mantener con chances al Frente de Todos. Entre las planillas del ministro y las del Fondo habría 1 punto de diferencia en el déficit previsto para este año y 0,8 en el próximo. Por eso el Gobierno plantea lograr el equilibrio en 2027 y el FMI en 2025.
Esta evaluación prevaleció en la larga conversación que mantuvo el lunes con Cristina Kirchner en su departamento de Recoleta, donde también hubo otros interlocutores, posiblemente Oscar Parrilli entre ellos. Fue el primer informe del ministro inmediatamente después de que la vicepresidenta regresó de sus vacaciones en el sur. Allí se analizó con crudeza un escenario en donde prevaleció la idea de que hoy están más cerca de no acordar con el Fondo. Por eso se evaluó con bastante detalle qué implicancias tendría no llegar a un entendimiento y, sobre todo, hasta cuándo podría no haber un entendimiento. Cristina luce escéptica y piensa tensar la cuerda hasta el límite. Quienes hablan con ella reportan que no está dispuesta a hipotecar el futuro del proyecto político que lidera en el altar del equilibrio fiscal, y tampoco a pactar si no hay un gesto político concreto del FMI de reconocimiento de los errores del pasado que le permita mostrarle un logro a su electorado. Sin una concesión del board, no piensa avalar nada. Sin dudas es Cristina la que más objeciones plantea.
Y Guzmán está atrapado por esas coordenadas. “Si el FMI no cambia alguna de sus posiciones, ella no tiene espacio dentro del Frente de Todos para aceptar. Y Martín está atado a eso”, reporta un poblador del Instituto Patria. Ella lo marca de cerca, pero también escucha los susurros cargados de advertencias de Axel Kicillof. “Eso es porque el genio de la lámpara les vendió que podía conseguir quita de capital, reducción de sobretasas, cambios en el estatuto del Fondo y ahora se dan cuenta de que nada de eso prosperó porque, según dice, Kristalina Georgieva quedó debilitada internamente. Por eso estamos en un escenario más complejo que antes”. El comentario es compartido en sectores cercanos al camporismo que son impiadosos con Guzmán.
Del otro lado, el albertismo silvestre está desesperado por acordar porque ve el impacto que está teniendo la incertidumbre sobre la economía diaria. Los ministros de este sector reclaman una conclusión rápida. Esta semana volvieron a encenderse las sirenas de alerta por el recalentamiento del dólar y de la inflación, un tema que es seguido con extrema preocupación. El Presidente disimula un poco más para no deslegitimar a su principal negociador y no confrontar con Cristina, pero también dio señales a favor de un acuerdo próximo (mientras se le siguen escurriendo funcionarios al exterior. Hay quienes aseguran haber visto al flamante presidente del Ente Nacional de Control y Gestión de la Vía Navegable, Ariel Sujarchuk, en el exclusivo Club Med de Río das Pedras. Así se entendería por qué fue el único que defendió a viva voz el paso de Luana Volnovich por Cancún hasta el punto de pedirle que traiga tequila. ¿Traerá caipirinha el intendente de Escobar en uso de licencia?).
Un viaje in extremis
Las diferentes miradas sobre la conclusión de un pacto con el FMI tuvo expresiones muy nítidas esta semana en torno del viaje de Santiago Cafiero a Washington. El canciller, apoyado en las gestiones del embajador Jorge Argüello, tuvo un recorrido con lo más granado de la línea política de la administración de Joe Biden. Logró que el secretario de Estado, Antony Blinken, se hiciera un rato en medio de la crisis ruso-ucraniana para recibirlo. También se entrevistó con la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, la figura demócrata más relevante después del presidente, con el senador Bob Menendez, muy influyente en política exterior, y con su viejo conocido Juan González, asesor de Biden para la región. También hubo una larga cena en la sede de la Embajada argentina, de la que participaron funcionarios de la Casa Blanca, del Departamento de Estado y de la Secretaría de Defensa.
El mayor logro de la visita fue el nivel de los encuentros y el tono amable de las conversaciones. Hubo gestualidad y comprensión. Pero solo eso. Cafiero reportó después a Alberto Fernández que Blinken le dijo: “Apoyamos firmemente las negociaciones de la Argentina con el FMI”. Sin embargo, el Departamento de Estado no fue tan generoso en la versión pública. No solo no reprodujo la frase mágica, sino que volvió a insistir con la necesidad de un plan sustentable. “Emitieron ese comunicado para bajarle el tono al que habíamos difundido nosotros, que era demasiado exitista”, admitieron en otra tribu del Frente de Todos. Al terminar su recorrido, Cafiero explicó ante los suyos que la gestión política había sido allanada, y que ahora era el turno del avance técnico. Timbre para Guzmán, que fue el primero con el que habló. Lo mismo dijo alguien muy relevante que estuvo con él en Washington: “Economía pone toda la responsabilidad del acuerdo en el FMI, cuando ahora somos nosotros los que debemos hacer un esfuerzo por acercarnos con los números”. Hay sectores del Gobierno que piensan que Guzmán, condicionado desde la calle Juncal, no destraba el freno de mano y eso pone en riesgo todo el proceso.
El viaje de Cafiero a Estados Unidos tuvo en vilo a Cristina Kirchner. La vicepresidenta estaba muy preocupada por que se percibiera su visita como un gesto de debilidad. “Lo vio con mucha desconfianza. Era el enviado de Alberto, jugando solo, sin control. Temía que hubiera imágenes que comprometieran su postura”, graficó alguien de su espacio. De esa manera se entiende el tuit que emitió el mismo día de su reunión con Blinken. “El único objetivo de Cristina fue desarticular el efecto de ese encuentro y diluir cualquier eventual compromiso que allí se adoptara. Fue un texto preventivo”, explicó la misma fuente.
El Fondo, indiferente ante los vaivenes internos de la coalición gobernante, hizo llegar por distintas vías un mensaje contundente: “Así como está la negociación, no habrá acuerdo”. En el oficialismo varios recibieron la misma señal, incluso después del viaje de Cafiero. Lo categórico del recado contribuyó a instalar en los mercados la sensación de que podría no haber un arreglo. En el Gobierno explican que la conversación con Blinken, del ala política del gobierno norteamericano, entrañaba un compromiso de interceder ante la titular del Tesoro, Janet Yellen, representante del ala económica y la más inflexible hasta ahora, “pero nadie podía garantizar un resultado inmediato”. Se nota.
Quizás por esta razón, esta semana hubo un intento de reactivación de los contactos entre el Palacio de Hacienda y el staff técnico del FMI, que incluyó una videoconferencia el viernes. Se advirtió un intento de agilizar el intercambio de papeles, pero todo en un nivel extremadamente técnico que no pareció sacar la negociación del pantano en el que se encuentra. “No estamos ni tan lejos ni tan cerca”, repiten en la Casa Rosada. La incertidumbre es un terreno fértil para las frases hechas.
La indefinición en las tratativas con el FMI avivó temores internos. El más urgente gira en torno del vencimiento de 731 millones de dólares de la próxima semana. La portavoz Gabriela Cerruti evitó dar precisiones sobre si se cancelaría el pago, pero recordó que hasta ahora nunca se incumplieron los compromisos. Lo mismo dicen en Economía, donde admiten que hay un silencio deliberado, supuestamente porque es parte de la negociación posterior y porque habría alguna esperanza de que ese monto después sea reconsiderado si hay un acuerdo. Pero no todos están tan tranquilos. Un funcionario al tanto de las tratativas en EE.UU. sembró algunas dudas. “Se están verificando algunas acciones y no sé si están los recursos para pagar el 28 de enero”, explicó.
Enredados en Managua
Además del tema de la deuda, en el viaje de Cafiero se filtró la política exterior oscilante de la Argentina, un tema que en la Casa Blanca es seguido con algún desconcierto y mucha paciencia. El pas de deux de Managua se convirtió en una pirueta incomprensible. Todos en el oficialismo aseguran que el embajador Daniel Capitanich no sabía que en la reasunción de Daniel Ortega estaría el acusado por el atentado a la AMIA Mohsen Rezai. En Cancillería lo avalan y dicen que apenas se enteró de su presencia por los diarios envió un cable urgente a las 10.30 de la mañana siguiente, tras lo cual se activaron las alertas rojas de Interpol. Solo los más pérfidos vincularon el episodio con el misterioso viaje que hizo el hermano del embajador, Jorge Capitanich, el 23 de diciembre para visitar a Cristina en El Calafate. Pura especulación. Tan sonoro fue el traspié que Cafiero terminó acordando con Blinken impulsar un pronunciamiento conjunto en la OEA para activar las alertas rojas y cuestionar el accionar del gobierno nicaragüense. “Nos tuvimos que tragar el sapo de plantearlo en la OEA, a la que veníamos cuestionando insistentemente”, confió un diplomático experimentado. Arturo McFields, representante de Ortega ante ese organismo, se pasó la declaración conjunta por el manual de la indiferencia y retrucó que si Rezai volvía a su país sería recibido “con los brazos abiertos”.
Hay sectores del oficialismo que todavía no pueden digerir cómo la Argentina quedó atrapada en las redes de Nicaragua. Como muestra basta la declaración de Sergio Massa, quien dijo que “la presencia de Rezai es una burla a los muertos de la AMIA”. El Gobierno quedó comprometido con Ortega en un desesperado intento de levantar su veto a que Alberto Fernández se transformara en presidente de la Celac. En la fallida votación de septiembre pasado, Managua había apoyado a San Vicente y las Granadinas. Gestiones diplomáticas y el envío de vacunas a las islas díscolas del Caribe allanaron el camino para la asunción. “Ese fue Beliz, que después de los dos fracasos que tuvo con las postulaciones para la CAF y para el BID lo convenció a Alberto de ir por la presidencia de la Celac, que no sirve para nada. Por eso se compraron la extorsión de Nicaragua y fueron dubitativos mientras estuvo en juego esa votación”. Quien habla es un importante referente del Frente de Todos.
El capítulo ruso de Rezai tampoco contribuyó. Esta vez la Cancillería intentó actuar con rapidez, pero sin haber tenido la certeza de parte de la embajada en Moscú de que era la persona correcta y de la supuesta fecha de su presencia. Parece imperar la necesidad de que las delegaciones diplomáticas afinen sus sensores. Al final, todo volvió a terminar en frustración, aunque con un agravante: allí viajará Fernández en diez días. Pero el principal problema del presidente no será el camino de espinas que siembra a su paso el vicepresidente de Asuntos Económicos de Irán, sino la extrema tensión entre Estados Unidos y Rusia por el conflicto en Ucrania. Visitar a Vladimir Putin en medio de esa escalada, aunque haya sido involuntario, no contribuirá a mejorar su imagen en Washington. Sin embargo, en el Gobierno aseguran que en este caso no hay objeciones de parte de la administración Biden porque entre los objetivos del viaje de Alberto se encuentra la posibilidad de negociar DEG que recibió Rusia, que le permitirían lograr un colchón en el caso de que las negociaciones con el FMI se estiren más allá de marzo. En Economía relativizan la viabilidad de esta alternativa porque estaría atada a un compromiso de compra de maquinaria pesada. Pero en el kirchnerismo esta opción luce tentadora para seguir espadeando con el staff de Georgieva.
El futuro tiene interpretaciones diferentes para Alberto y para Cristina. El Presidente entiende que no tiene margen para no acordar porque su gestión depende de ello y no tiene demasiado capital simbólico que proteger. Es un minimalista del destino, lo construye con pasos cortos y se oculta detrás de su carácter transicional para ilusionarse con la reelección. Si después la cuenta de la deuda le cae otra vez a él, ya verá. Para la vicepresidenta está en juego algo más valioso, que es la continuidad del proyecto político que se inició con Néstor Kirchner. Para ella el mañana es inmensidad y ambición. Entiende que un ajuste económico inoportuno podría truncar el proceso definitivamente. Mientras tanto, el Gobierno sigue paralizado y se estremece con cada detalle de la negociación. Por las dudas, el mercado hace sus propias lecturas y reacciona. Y la sociedad mira cada vez con más desánimo el horizonte. In God We Trust.
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