Sergio y Carolina, estudio sobre dos perfiles políticos
Eran las tres de este lunes por la tarde. El ministro Sergio Massa se retiraba del restaurante central de la Rural en Palermo colmado a pleno. No había recogido un solo aplauso al entrar. Al irse entre el compacto séquito de autoridades de la entidad, funcionarios del ministerio y secretarios, muchos secretarios y guardaespaldas, una mujer, desde una mesa de cuatro mujeres, y ella pegada al pasillo por donde debía avanzar el ministro, ladró: “¿Qué hacés vos por aquí?”.
Al verlo venir, la misma mujer había dicho en voz audible para los más cercanos las tres palabras de Néstor Kirchner que consagraron a Massa para la posteridad, como que se hallan en boca de todos. Massa sólo oyó, afortunadamente para él y los anfitriones, la agria requisitoria de por qué estaba dónde estaba. Contestó sin estupor que estaba allí porque lo habían invitado, y esa vez no hubo dudas de que era cierto.
No había razones para que Massa fuera más cortés de lo que demostró ser y, salvo ese leve incidente que hubiera sido en otros tiempos de la República de repercusión notoria, la hora y media del almuerzo de Massa en la Rural se fue en un soplo. Sería ocioso conjeturar ahora si ese mismo almuerzo, en ese mismo lugar, hubiera sido para el presidente Fernández o no un áspero siglo y, guardando las proporciones, algo así como dos siglos interminables para la vicepresidenta Fernández de Kirchner.
No sabemos si es verdad que a Massa “no le entran las balas” que se disparan por las críticas a su estilo y su trabajo. Más que labores de ministro de un área tan sensible en estas horas del país, hace labores de gomero. Anda de parche en parche. Hasta las computadoras tienen programa. Pero sería irreal sorprenderse por esa carencia del ministro de Economía, El Gomero desde agosto de 2022 de un gobierno que se desentendió de elaborar programa alguno desde el 10 de diciembre de 2019, por incompetencia o superstición orgánica. Desde el primer día.
La gente puede entender poco de política y menos de economía y, sin embargo, siente y sufre los avatares de ambas categorías en la afiebrada vida cotidiana. Hasta sabe categorizar sin error el punto de cocción en que se encuentran las presas que se ofrecen a su consideración en el espacio público. Más cuando todo crepita en el fuego ardiente de procesos electorales como el que está en curso.
Massa se ha hecho un nombre con ardides bastante usuales en la política de moda en Europa y los Estados Unidos. El periodismo más agudo define a esos prototipos de un nuevo fenómeno con pocas palabras, que trazan lo esencial de una semblanza: “Confía en mí, te estoy mintiendo”. Si en un sentido hubiera que colocar a Massa en un extremo de la política argentina, en el otro habría que sentar a la senadora Carolina Losada.
Si Massa suscita la impresión del político inextinguible, inacabable, incombustible, la senadora Losada, después de su infortunada porfía en las PASO para consagrarse candidata a gobernadora de Unidos para Cambiar Santa Fe, ha abierto a su alrededor la incógnita sobre cuánto temple atesora aún para nuevas aventuras políticas. Copió un estilo durísimo a fin de abatir (sin éxito) al adversario. Copió mal. Nada de su personalidad tan agraciada, cálida, simpática por naturaleza se conciliaba con el grado de destemplanzas provocadoras en que se empeñó a fin de destruir al principal competidor. Era Maximiliano Pullaro, ex diputado provincial, ex ministro de Seguridad de Santa Fe y seguramente próximo gobernador de la provincia.
Con lucidez impecable en sus 93 años, René Balestra, rosarino, académico y maestro del Derecho Político, de larga carrera en el socialismo democrático y diputado nacional dos veces –”por bondades del radicalismo conmigo”–, exalta la personalidad política de Pullaro. Balestra se indaga por las razones de una campaña que puede tener costos fatales en la rauda y breve carrera política de Losada, antes modelo y periodista de televisión. La mimetización con un lenguaje en exceso agraviante entre aliados, ejercicio en principio disonante con la lógica, exige veteranía, piel curtida en lides que suelen desencadenarse con más frecuencia en ámbitos orilleros de la política, y rara vez con actores cuyos nombres se entreveran en las marquesinas del teatro de la política.
Ese lenguaje se ha endurecido, en rigor, en todos los órdenes en relación con los hábitos del pasado, pero todavía la opinión pública hace valer ciertos límites últimos, sobre todo cuando se han trenzado políticos de una misma facción o coalición política, y se quiebran preceptos básicos de la vida en común, no ya de la política. Si la senadora Losada echa un vistazo alrededor, observará que el estilo que ha imitado puede tener una cierta pervivencia, pero al final cae en el descrédito de propios y extraños.
Losada se ha excluido de una convocatoria de Pullaro a las principales figuras actuantes en Juntos por el Cambio en Santa Fe. Así no mejorará su situación, sino por el contrario, por más que por ahora poco tenga para decir a raíz de las imputaciones furibundas que hizo durante la campaña contra su contrincante en las PASO y prefiera lamer en silencio las heridas que ha sufrido.
En otros ámbitos, y en otros tiempos, se salía del paso con alguna frescura después de cometerse furcios de gravedad en el plano público. Aunque la expresión original se atribuye nada menos que a Goethe, los guionistas de Marilyn Monroe le hicieron decir en los cincuenta, con certeza sobre el extraordinario glamour de la dicente y el eco asegurado que dispensaba la prensa mundial a su voz: “El talento se desarrolla siempre en privado”.
Como la autocompasión es una droga nefasta, y con una mentalidad literal es difícil disfrutar las delicias de la ironía, los artistas más inteligentes y sensibles han procurado en todo tiempo calmar en quienquiera sea la angustia humana. Lo han hecho con toques de perspicacia. La mujer espléndida que fue Marilyn Monroe tenía, oh sí, ella también, un complejo personal: le disgustaba el formato de su nariz, vaya problema.
Lo que provocaba una neurosis en la muchacha de la célebre foto de 1954 de Sam Shaw, que dio la vuelta al mundo mostrando cómo el viento que emanaba de una rejilla del metro de Nueva York aliviaba entre sus piernas el bochorno de la jornada, hubiera sido en cambio para la sabiduría de Degas el detalle que consolida una belleza. Algo feo hay que tener, reflexionaba el maestro impresionista, el estudioso de la naturaleza humana, el pintor francés afamado por sus cuadros de bañistas y bailarinas: “Un defecto termina por definir un carácter”.
Veamos ahora cómo evolucionan los defectos identificados en dos figuras notorias de la política vernácula y de qué modo se consolidan en ellos los rasgos del carácter.
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