Sergio Massa, Javier Milei y la superioridad política que sigue vacante
El último debate presidencial intensificó la encrucijada que enfrentan los votantes: detrás de la disputa entre los candidatos, hay un vacío político.
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Después del debate del domingo, se instalaron cuatro consensos. Primero, sobre quién ganó el debate: el profesionalismo de político avezado y de ambición super enfocada le permitió a Sergio Massa derrotar a Javier Milei. Segundo, sobre lo raquítico que resultó el debate económico, que Massa logró sortear sin que Milei lograra dejar expuesta su parte de responsabilidad en esta crisis terminal. Tercero, sobre el mejor desempeño de Milei en el tramo educativo. Y cuarto, sobre el mejor conocimiento de Massa de los resortes del Estado, por ejemplo, la lógica del comercio exterior. Los dos últimos consensos parecieron desplegar una mirada más optimista sobre el desempeño de los dos candidatos, pero, en realidad, esa impresión es falsa.
Detrás de los indicadores educativos críticos que enumeró Milei y del desvío de Massa hacía la colectora de las virtudes inclusivas de la universidad pública argentina, se oculta una visión simplista y políticamente correcta de los dilemas educativos que afronta la Argentina. Y en el caso de la matriz conceptual con foco en las posibilidades exportadoras de la Argentina, expertos en ese campo empezaron a dejar en claro que uno y otro quedaron a la intemperie de su ignorancia, no solo Milei sino también Massa. Ambos encaran el perfil exportador desde el lugar equivocado.
Lo que el debate mostró no fue el triunfo rotundo de un estadista consolidado, dueño de un diagnóstico agudo acerca del Estado y su rol y de una visión clara sobre una Argentina futura, sobre un político que, aunque amateur, llega con una perspectiva innovadora y una propuesta de cambio superadora. Más que una puerta de salida, el debate intensificó la encrucijada que enfrentan los votantes: detrás de la disputa por la superioridad moral autopercibida por cada uno de los candidatos y su militancia, lo que hay es un vacío político.
En el tema educativo, Milei planteó un indicador cierto y dramático, que apenas el 16% de los alumnos que terminan el secundario, lo hacen en el tiempo establecido y los aprendizajes esperados. Pero esa cifra se ha vuelto un fetiche repetido sin consecuencias concretas en la transformación educativa: en lugar de abrir caminos de análisis, cierra el debate y lo congela. Desde hace meses, Milei distrajo con los vouchers como la solución instantánea a esos problemas, una pérdida de energía social.
El compromiso con la alfabetización que mencionó en el debate también funcionó más como una enunciación políticamente correcta, sin ninguna elaboración. Ayer, uno de sus asesores económicos, Darío Epstein, en X, se animó con algunas precisiones: “El chico que no apruebe las materias de primer grado no puede pasar a segundo grado y así sucesivamente”. Si esas son ideas que está discutiendo La Libertad Avanza, es una visión punitiva del aprendizaje, desconoce la ineficacia de la repitencia en bloque y pone la responsabilidad en el alumno antes que en las fallas del sistema educativo.
Massa se escapó por la tangente del valor de la universidad pública y la gratuidad como la vía regia de la movilidad social que caracteriza a la Argentina. Hay datos que problematizan esa realidad: mientras que en el modelo educativo neoliberal de Chile ingresa a la universidad el 40% de los más pobres, en la Argentina solo lo hace el 24 por ciento.
En comercio exterior, el economista Juan Carlos Hallak, profesor titular de Economía Internacional en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, y uno de los investigadores clave en este campo, fue duro con los dos candidatos. Sobre Milei, dijo en X: “Con estupor me sorprendí de que insista con la posición infantil de no negociar -a nivel Estado- con Brasil ni con China”. “Es una postura ridícula. Sin negociar no se accede a muchos mercados, en China particularmente”, subrayó. Sobre la visión de Massa, Hallak cuestionó: “En un contexto con niveles de protección comercial inauditos, manejados con extrema discrecionalidad, imprevisibilidad y corrupción, sólo ensalzar a la protección sin cuestionar su perjuicio a nuestro desarrollo competitivo y exportador es preocupante y desesperanzador”.
En la estrategia que Massa llevó al debate, su norte fue desnudar a Milei antes que conectar con el drama de los argentinos. El ministro candidato pudo pasar de largo del tema porque no le habló a la gente para hacer propia sus angustias, ni para intentar alcanzar un pacto de confianza renovado. Al contrario, en el debate, Massa hizo lo que mejor hace: “Massa genera desconfianza, pero construye autoridad”, como dice la consultora Shila Vilker.
El candidato kirchnerista se preparó puntillosamente para eso y no para lo otro: lo acorraló con la voluntad férrea de fiscal de juicio oral de serie de Netflix, buscó contrastar uno a uno los dichos de Milei para deschavar sus “mentiras” e, incluso, le envió mensajes cargados de advertencias inquietantes ante millones de personas. Antes que apuntar a construir un diálogo nuevo con la ciudadanía, Massa apuntó a destruir a su oponente. Pudo haber hecho las dos cosas al mismo tiempo. Se enfocó en una sola: limar a Milei.
Massa no funcionó como un político en busca de convertirse en la representación de los dolores de sus votantes. Lo de Massa el domingo fue la puesta en escena de un poder capaz de disponer de todos los recursos para acorralar, implacable, al adversario y obtener su objetivo.
A uno de los objetivos de política económica clave de Milei, el fin de la emisión vía la disolución del Banco Central, Massa lo transformó en revancha de una herida narcisista de un Milei joven y desequilibrado: para eso, Massa no dudó en sembrar sospechas sobre el equilibrio emocional de un joven Milei sin aportar ningún dato preciso, apenas alusiones. Sin piedad y, otra vez, sin datos, Massa sembró sospechas sobre la integridad de Milei y construyó suspicacia en torno a bienes de la familia Milei en el exterior.
Sin sonrojarse, Massa confirmó en público el vínculo de vieja data de Milei con el Frente Renovador, uno de los puntos centrales que se vienen señalando para explicar la consolidación electoral de Milei: Massa le imputó a Milei haber estado cerca de Massa. Y en el clímax del manejo sesgado, apeló al vínculo de Milei con el empresario Eurnekián para acusarlo por esa cercanía, el mismo empresario con el que Massa tiene trato y en cuya casa, en diciembre del año pasado, en medio de un asado, Massa anunció que no sería candidato a presidente.
Milei fue lo contrario a Massa y algo muy distinto a lo que venía siendo a una escala difícil de comprender. ¿Fue solo falta de preparación o caben otras posibilidades? Una hipótesis que se teje en estas horas: la performance tan desconcertante de Milei como el fruto de una suerte de dominación psicológica de Massa sobre Milei que, a su vez, estaría apoyada en esos flancos débiles que Massa conoce y que explotó con eficacia.
Milei no ostentó de su autoatribuida calidad de académico. No apareció su rugir de león anti casta con autoestima alta. No apareció tampoco la osadía que lo llevó tan lejos, hasta un balotaje. Ni su florearse, seguro, con sus famosas “falacias”: el domingo tenían la pólvora mojada. Ni la rebeldía que hacía sonar las cuerdas de la violencia y metía miedo a su interlocutor. El “gatito mimoso” de Myriam Bregman se queda corto para describir al Milei del debate. Rarísimo.
Y, sin embargo, nada está asegurado. No está claro que la solvencia táctica de Massa le vaya a sumar más votantes. En el debate, Massa dejó fuera de combate a Mile,i pero subió al combate al votante que lo miraba desde su hogar, y que vive la economía en crisis. Massa, quizás, desenfundó un arma de doble filo.
No está claro, tampoco, el efecto sobre Milei, el gran perdedor de la noche. La soberbia y la iracundia de sus certezas, muchas disparatadas, habían clavado su techo de votantes en un 30 por ciento. Con Macri y Bullrich, buscó moderación y votos. Quizás Massa le acaba de hacer un favor cuando lo convirtió en algo parecido a una víctima. Los momentos más humanos de Milei se vieron en el debate: el político outsider desconcertado ante el maestro de la esgrima del poder, el león herbívoro que reconoce un fracaso de juventud, eso de haber quedado fuera del Banco Central, y el esperado pedido de disculpas al Papa. En lugar de redoblar la apuesta, por primera vez Milei ensayó algo más parecido a la humildad. Quizás desde la debilidad haya construido un puente con los votantes en estas horas críticas.
La Argentina está ante un dilema más que ante un problema: mientras que los problemas tienen solución, los dilemas solo tienen costos. Ni votar a Massa, ni votar a Milei, ni votar en blanco o no votar están libres de costos. Se trata apenas de elegir con qué costo se está dispuesto a convivir.
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