Señor Rodríguez Larreta:
"Todos conocemos jóvenes mentalmente viejos y ancianos seductoramente jóvenes"
(Santiago Ramón y Cajal)
Convengamos que Rodríguez Larreta ha robado cámaras al Presidente con este asunto de que los mayores de 70 años no pueden desplazarse por las calles sin una dispensa válida por 24 horas. Si deben volver a salir tienen que renovar el salvoconducto y si reincidían en el quebrantamiento de las normas podrían haber sido sancionados con horas "de trabajo comunitario". En el caso de una señora de 95 años no, ¿no es cierto?
Movido por el estrépito y las quejas ciudadanas, el jefe de gobierno se apresuró a una corrección parcial: no habrá penalidades.
Fernández no recuperó estos dos días las cámaras ni metiéndose en la controversia abierta del lado del jefe de gobierno de la ciudad. La verdad es que si Rodríguez Larreta buscaba que hablaran de él lo ha conseguido.
Es un asunto con bemoles. El menos sonoro sería el de atajar a una mujer en la calle para preguntarle cuántos años tiene. "¿Setenta? ¡A casa!". Y ella regresaría al punto de partida desconsolada por la violación de eso que Simone de Beauvoir llamaba con enojo "una suerte de secreto vergonzoso".
Los tantos se dividen. Si fuera abogado del jefe político del distrito capital aceptaría la imputación de que del decreto de Rodríguez Larreta emana una voluntad sobreprotectora de los mayores. Sin duda, aunque de efectos incómodos, y hasta ofensivos para quienes anteponen el valor de las libertades personales y de la igualdad de la Constitución a otras cuestiones. Pero en el espíritu de la controvertida decisión, diría el hipotético defensor, la protesta aborda un punto secundario en relación con el objetivo principal que se propuso el gobierno de la ciudad.
El 85 por ciento de los casos registrados por la pandemia afecta a quienes están por encima de los 65 años. Eso quiere decir que si no se los confina integrarán la ola de pacientes llamados a ocupar más camas en los hospitales y sanatorios y, sobre todo, a requerir eventualmente más respiradores. Ahí está la madre del borrego, a la que habría que haber presentado sin disimulo: la medida preventiva ha sido dictada más en beneficio de los jóvenes que se infecten que por consideración a los viejos.
Desde luego que el asunto es más complejo de lo que procuraría develar un asistente jurídico del señor Rodríguez Larreta. Tan complejo que ha quemado los apuntes que escribió sobre los años altos de la vida Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel, justamente de Medicina, allá por 1906: "No nos proscriben -dijo- por las arrugas de la cara, sino por las del cerebro".
Eso era lo ordinario en la vida cotidiana de la humanidad hasta para determinar quién iba y quién no a la guerra. En esta gran emergencia las cosas suceden de otra manera. ¿Quién tiene más arrugas en el cerebro, acaso, a fin de que decidan excluirlo de la calle? ¿Un hombre o mujer de más de setenta años que llevan una vida plena de actividad, energía y proyectos, o alguna de esas celebridades del rock que antes de los treinta años bordean la muerte, descerebradas por el alcohol y las drogas?
Otro bemol de este decreto es que abre un paréntesis sobre si servirá o no a las fuerzas opuestas a elevar la edad de las jubilaciones en consonancia con el promedio general de vida. En la Argentina es de 76/77 años con los consiguientes costos que crecen en los sistemas de seguridad social. El hombre vivió hasta bien entrado el siglo XIX con una longevidad promedio de no más de 40 años; la ha extendido sin cesar en los últimos setenta años por los extraordinarios avances de la medicina y por una conciencia más clara sobre cómo cuidar la salud.
Piénselo, Rodríguez Larreta: para ser ecuánime debería realizar un relevamiento entre habitantes de la ciudad, y si puede otro más entre quienes atraviesan a diario la avenida General Paz, a fin de precisar cuántos "menores" se hallan en tanta o mayor situación de vulnerabilidad física que muchos de nuestros vecinos de la tercera generación. Además, habrá leído usted alguna de las referencias clásicas sobre lo que conviene asumir como rutina entre los mayores emperrados en patear hacia adelante la resignación anticipada por el proverbio chino de que "la vejez comienza cuando la nostalgia pesa más que la esperanza".
Tales referencias coinciden con el antiguo apotegma de que la senescencia es gratificante, pero que para eso necesita integrarse con el proceso de la vida. Usted lo entenderá: si se ordena que los jóvenes y las personas de mediana edad pueden salir, los mayores aspirarán a emularlos y a sorber lo que reste para ellos de aire y sol, aunque sea para ir a la farmacia o al almacén. Prohibírselo puede revelar el equívoco de que la franja etaria más expuesta a la letalidad del virus sea también la más rebelde a los recaudos sanitarios recomendados por las autoridades de la salud. Sería tomarlos por tontos.
Un glosario típico de buenos hábitos para seguir en la senectud argumenta que "realizar una actividad física diaria fortalece los músculos, mejora la salud ósea, el peso y el equilibrio, y disminuye el riesgo de las caídas, mejora el humor, la salud mental, ayuda a dormir mejor y previene y alivia enfermedades como infartos, hipertensión, diabetes tipo 2", etc. Vamos, Rodríguez Larreta, usted también debe inferir que si bien la salud de los 490.000 vecinos de la ciudad de más de 70 años, o la de los otros 160.000 de más de 65 años, sorteará mejor al peligroso virus en el aislamiento, esa misma salud -física, mental, ciudadana-correrá otros riesgos por imperio del encierro discriminado por tiempo indefinido entre cuatro paredes.
¿Se imagina a miles y miles de vecinos llamando día tras día simultáneamente al 147 para ver si un voluntario se hace cargo de algunos mandados? Para empezar, ¿dispone la ciudad de suficientes medios como para que las llamadas al 147 no compitan con la vieja pesadilla de procurar una comunicación telefónica con la Anses por un trámite secundario? Usted ha demostrado ser un buen administrador de la ciudad, el mejor que he conocido en mi larga vida ciudadana. Ha debido usted disponer no solo de las energías inagotables que constituyen uno de los rasgos centrales de su personalidad. También ha disfrutado de la perspicacia suficiente para sobrevivir tantos años en posiciones de gobierno elevadas. No ha debido ser poca en una ciudad inabordable tanto por las dimensiones como por el uso que habitantes de otras jurisdicciones hacen de sus servicios públicos. Le sobran elementos para comprender la psicología elemental de sus vecinos. ¿Se imagina usted el ánimo de algunos de nuestros mayores al llamar a un voluntario para entregarle, como se le ha hecho notar, la tarjeta de crédito y el DNI para una gestión financiera en el banco del barrio?
Olvídese de Falucho, Rodríguez Larreta. Usted tiene entre sus ancestros sobrada sangre oriental para saber que en la otra orilla del Río han preservado mucho más que aquí el componente negroide de la población colonial. Usted debe saber que por un motivo u otro los orientales enviaron menos negros que nosotros a las líneas de vanguardia en las guerras del siglo XIX. Por eso mantuvieron la etnia. Pero piense en la situación en que estaríamos de no haber sido así y tuviéramos todavía muchos más negros de los que confirieron firme identidad lugareña a Berisso por quienes vinieron después desde las Islas de Cabo Verde. ¿Qué haría usted si se encontrara entre los informes científicos provisionales con uno advirtiéndole que los negros son más susceptibles que los blancos a contraer contagio por el coronavirus?
Estoy lejos de suponer que usted se atrevería a disponer una discriminación étnica. Sin embargo, no está de más tener presente que ha habido alguna información del exterior indicativa de que de igual forma a cómo los hombres son más sensibles a contraer el virus que las mujeres, los negros lo serían en relación con los blancos. ¿De confirmarse eso, se imagina el baile en que estaría de haber jugado la historia de otro modo?
Acepte, señor, que haya gentes que interpreten la discriminación ordenada contra los mayores en la ciudad como carente de mala intención de su parte, pero vulnerable por argumentaciones que merecen ser oídas. Si usted las indaga le dirán que bastaría el relevamiento de todas las fichas clínicas del país para saber que hay muchas personas especialmente sensibles a ser víctimas del flagelo más por los antecedentes de la salud que por la edad.
Pero no tome demasiado en cuenta ese hipotético comedimiento vecinal. La reacción pública con la cual usted se enfrenta está fundamentada en lo más profundo de la moral y la política, en el espanto ante el peligro del abuso de poder y el exceso en las restricciones, y lo único que faltaría ahora para esas gentes sería que se embargaran sus fichas clínicas.
No olvide que sus decisiones están siendo sopesadas en el contexto de un gobierno que administra a fuerza de decretos de necesidad y urgencia. Que lo hace con un Congreso que no sesiona, es decir, que no legisla ni fiscaliza, y con un Poder Judicial retraído literalmente, salvo para una u otra urgencia, en su mutis por el foro. La historia los juzgará a todos por igual, pero estamos hablando de lo que ocurre ahora.
Los antecedentes institucionales de la Argentina moderna azuzan la preocupación.
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