Señales que solo el Gobierno logra ver
El Presidente y su equipo encuentran motivos para festejar, que son menos tangibles y visibles para la mayoría de los humanos
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La filosofía lo discute desde hace milenios. Qué es real y qué es verdad. La política suele simplificarlo. Perón lo resolvió con sus perogrullescas tautologías (“la realidad es la única verdad”) y cada gobernante construye la propia. Javier Milei no sería la excepción, sino la regla llevada al paroxismo.
La aprobación en general por la Cámara de Diputados del jibarizado proyecto de ley ómnibus, después de 30 horas de sesiones y negociaciones, es la “realidad” tangible en la que se basa el Gobierno para celebrar un triunfo de su “verdad”. Pero no es la única. Más allá de que aún no consiguió cerrar el capítulo parlamentario y que, desde mañana, tendrá todavía varias cuestas muy empinadas por escalar antes de poder plantar la bandera libertaria en la cima del Palacio del Congreso.
La votación en particular, primero, y el tratamiento por parte del Senado, después, prometen escenas de alta tensión, muy probables nuevos cambios de guion, una extensión del tiempo de rodaje no presupuestado y muchas secuelas aún imprevisibles.
Otro tanto se puede esperar respecto del destino del megadecreto de necesidad y urgencia con el flamante fin de la feria judicial, que desde hoy desperezará a los jueces de primera y segunda instancia y de la misma Corte Suprema.
Sin embargo, el Presidente y su equipo (si es que así puede llamarse a su heterogéneo, inorgánico e inestable grupo de colaboradores) encuentran otros motivos para festejar, mucho menos tangibles y visibles para la mayoría de los humanos.
Tanto se valoran esas presuntas señales positivas que llevan al núcleo central del oficialismo a minimizar la importancia de que el devaluado megaproyecto de ley pueda finalmente ser rechazado por el Congreso.
Contra la percepción mayoritaria, en el Gobierno ven señales positivas en las variables de la economía que los animan a imaginar desde ahora mismo un futuro más promisorio que el que casi toda la dirigencia política y social avizora. Las fuerzas del cielo y la mediación de un espíritu canino no serían las únicas expresiones sobrenaturales que animan a la gestión y exceden a la comprensión de muchos comunes (no tan comunes) mortales.
La obligada caída de los capítulos fiscal y previsional de la ley ómnibus y el incierto futuro sobre la coparticipación (o no) del impuesto PAIS no hacen mella en el optimismo de la Casa Rosada ni abren surcos para sembrar la semilla de revisar la táctica de imposición y confrontación desplegada hasta ahora, como pretenden los opositores y hasta consideran algunos funcionarios.
Las convicciones no parecen sufrir mella frente a los cálculos de diversos economistas que consideran que alcanzar el objetivo primordial de llevar a cero el déficit será ahora mucho difícil de lo que el Presidente y el ministro de Economía, Luis Caputo, estiman (o sobrestiman).
“El Gobierno no tiene ninguna urgencia por la cuestión fiscal. La sobredemanda final del bono Bopreal para saldar las deudas de los importadores, la licuación de los pasivos por la tasa negativa, la recuperación de reservas del Banco Central y el ajuste real del gasto público frente a la inflación, sumado a un aumento de precios inferior al pronosticado, demuestran que vamos bien y que no es tanto lo que necesitamos del Congreso”, se ufana uno de los colaboradores del Presidente que es una pieza central tanto de la gestión cotidiana como de la dificultosa construcción de poder.
Es la confirmación ampliada (y razonada) de que lo que dijo Milei anteayer frente al público que había ido a ver al teatro a su novia, Fátima Florez, no se trató de una estrategia de comunicación o una arenga para estimular el ánimo de sus fieles, sino una convicción profunda que anida en él y en casi todos los que integran su círculo de confianza.
La autoridad del especialista
El título de economista del Presidente y su reconocida obsesión excluyente por los asuntos económicos y los números fiscales construyen en su entorno un marco de confianza que da argumentos para propalar esa visión.
Lo mismo ocurre con otros apoyos externos, como el que le da Mauricio Macri, quien en las charlas privadas con quienes lo consultan y en algunas apariciones públicas argumenta con los mismos conceptos. “Milei sabe de economía y se la pasa mirando los números. Hay que creerle cuando habla”, afirma el expresidente, devenido en un soporte político y en una especia de coach funcional.
No son los únicos que creen, se ilusionan con ese futuro o no se animan a rechazar de plano la probabilidad de que lo que ve y pregona Milei se pueda concretar.
También impacta sobre un abanico que va desde peronistas no (o post) kirchneristas, en el que descuella el perpetuo optimismo de Daniel Scioli, hasta conspicuos dirigentes radicales que con bastante más cautela y algo de temor no descartan que lo del disruptivo libertario pueda consolidarse .
Menos optimistas son buena parte de la dirigencia política opositora y muchos economistas, que pronostican (o auguran) un horizonte cercano bastante más complejo a causa de la estanflación en curso, con fuertes impactos negativos en el empleo y en la recaudación por la caída del consumo y la actividad en general.
“Las dificultades que enfrentará la administración de Milei estarán en otro lado [no en la cuestión fiscal]: la economía transitará una fuerte recesión con alta inflación y esa dinámica dará lugar a muchas fuentes de conflictos sociales y políticos. Esos potenciales conflictos y la capacidad (o incapacidad) que el oficialismo muestre para transitarlos serán lo que miren con atención tanto el FMI como los mercados. Prevemos que los próximos meses serán muy complejos al respecto”, reza el último informe de la consultora Equilibra, de la que es director Martín Rapetti. No están solos en la construcción de ese escenario.
Sin llegar a los pronósticos (o expresiones de deseos) apocalípticos, aun aliados y soportes de Milei admiten que mediados de marzo será un momento crucial.
El impacto del ajuste de ingresos, la inflación acumulada y acicateada por el aumento de tarifas y precios de bienes y servicios ahora desregulados más la recesión deberán tener alguna contrapartida compensatoria y mostrar algunos logros para sostener la paciencia social.
En ese plano asoma como la mayor incógnita y desafío la construcción política, que teje con denuedo y sin desmayo el ministro del Interior, Guillermo Francos, y suelen destejerle con igual persistencia su propio presidente, la hermana presidencial Karina Milei y algunos otros colaboradores cercanos al jefe del Estado, tanto por acción (léase agresión y maltrato) como por omisión (léase desprecio por los políticos y factores reales de poder).
Fuego amigo y enemigo
Francos, además, suele ser centro frecuente de versiones y rumores sobre su estabilidad en el Gobierno, lo que dificulta su trabajo, que, además, se encuentra en una dimensión a la que él nunca había accedido en su larga carrera política. Concurren en ese plano factores endógenos y exógenos.
En lo externo operan sobre el ministro del Interior los efectos de su intento de construcción de un nuevo poder político, engrosado por aportes de los espacios mayoritarios, pero no subordinado ni dependiente de estos, especialmente de Pro.
“Guillermo paga el costo de ser un dique de contención para la ambición de Macri de influir más de lo que lo hace y de ser una amenaza para el peronismo no kirchnerista por la cooptación de dirigentes como Scioli o la asociación en ciernes con gobernadores como Osvaldo Jaldo, de Tucumán, o Raúl Jalil, de Catamarca”, dicen a su lado.
En campo propio, a pesar de la pretendida diferenciación de este experimento político, las internas de palacio existen y golpean. El fuego amigo abunda.
En ese terreno conviven los arranques temperamentales de los hermanos Milei, avalados o potenciados muchas veces por el gurú Santiago Caputo y el silente e hiperinfluyente jefe de Gabinete, que en menos de dos meses han terminado prematuramente con la carrera de ministros, secretarios y subsecretarios, de los cuales la mayoría de los argentinos ni siquiera había llegado a conocer sus nombres ni sus rostros.
El surrealista estado del Ministerio de Infraestructura y del respectivo ministro Guillermo Ferraro es una muestra acabada de la singularidad de esta administración.
El Gobierno ya dio por terminado el mandato de Ferraro con el insólito argumento de “problemas personales” que se presume que desde el más allá le anticiparon antes de que el propio Ferraro los tuviera y supiera.
Pero no solo eso, sino que dio por finalizada la existencia de esa cartera sin haber firmado aún el acta de defunción. Así, los funcionarios del área siguen concurriendo a las oficinas del piso 11º del edificio que comparten con Economía para no hacer abandono de funciones. ¿Vendrían a ser ñoquis involuntarios y obligados por un gobierno que dijo venir a terminar con esa anomalía de los gobiernos que lo procedieron y demoniza?
Las discusiones, negociaciones fallidas, marchas y contramarchas que se registraron, siguen y seguirán vigentes por la ley ómnibus resaltaron y profundizaron ese flanco débil (y previsible) de la administración Milei, que se traduce en fragilidad política, falta de cohesión interna, desconcierto, temor al cadalso imprevisto e incertidumbre general.
La desautorización que sufrieron casi todos los enviados al Congreso al volver a la Casa Rosada respecto de lo acordado con gobernadores y diputados opositores es y será una herida difícil de cerrar en la construcción tanto de confianza como de autoridad.
La excepción fue el gurú Santiago Caputo, que salió indemne no por sus éxitos para la aprobación de la ley, sino por su intransigencia y destrato a sus interlocutores en sintonía con su jefe. Sin embargo, eso no constituye un activo, sino la profundización del déficit.
El porvenir puede demandar una reparación urgente de ese fuga de energía. El 56% que obtuvo Milei en el balotaje se repitió, como si fuera un número cabalístico, en la votación en general de la ley microómnibus, con la aprobación de 144 de los 257 diputados. Proyectarlo puede ser un espejismo.
Casi seguramente no se repetirá un número tan holgado en la votación en particular, que empezará a debatirse mañana y que podría durar hasta avanzado el miércoles. Tampoco se augura que pueda alcanzar esa cima en el Senado, de donde podría volver con cambios a la Cámara baja para tratar esas modificaciones introducidas por los senadores.
“Los malos están alineados para que este gobierno no dure y los buenos no son tantos ni tan buenos”, suele decir Macri a sus interlocutores en un intento de despertar alguna sensibilidad política del Gobierno, explican los que aprecian su aporte. O por ganar influencia, como sostienen los que, dentro del Gobierno y de su propio espacio, recelan de sus intenciones.
Más allá de las interpretaciones, son muchos los que advierten que esos números mágicos de la política y las cifras alentadores de la economía que el Gobierno ve y muchos otros no perciben requerirán de varios ajustes para que se hagan una realidad concreta. Mucho más aún para que se conviertan en verdad universal. Y no una cuestión sobrenatural.
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