Debate presidencial: segundas partes, a veces, son mejores
Ha terminado el segundo debate presidencial y las preguntas se repiten: ¿Quién ganó?, ¿Ha cambiado el voto de alguien? Visto desde esa perspectiva, esta primera edición de debates presidenciales difícilmente pueda justificarse. La gran mayoría de los votantes ensalzarán los aciertos de su candidato favorito y disimularán sus errores. Todos se tragarán algún batracio frente a cosas que hubieran preferido no escuchar de a quienes ya han decidido votar.
Entonces, ¿para qué sirven los debates? En primerísimo lugar, para que los candidatos tengan que mostrarse debatiendo, adoptando una actitud democrática, situado en el mismo lugar que todos los demás, teniendo que escuchar a los otros candidatos atentamente, para responder en caso de que sea necesario.
En segundo lugar, en los debates los candidatos exhiben sus "estilos personales" que –aunque son ya conocidos– exhiben nuevas características en su interacción, argumentativa y simbólica, con el resto de los candidatos. Y en un presidencialismo tan definido como el nuestro, sabemos que los estilos de sus presidentes terminan contagiando con su lógica a toda la sociedad.
En tercer lugar, los debates pueden influir sobre aquellos que todavía dudan y también entre los que quieren votar de modo útil, es decir, en contra de otro. Y no solo por lo que haya sucedido durante su transcurso, sino –y fundamentalmente– por esa selección y repetición que luego producen medios de comunicación y redes sociales.
Sin embargo, como en el primer debate, las propuestas brillaron por su ausencia. Los ejes temáticos Seguridad; Empleo, producción e infraestructura; Federalismo, calidad institucional y rol del Estado y Desarrollo social, ambiente y vivienda fueron en parte sincronizados por la cuestión de la corrupción. Los problemas del presente inmediato fueron confrontados con los problemas del pasado inmediato. Gobierno macrista vs gobierno kirchnerista. Sobre el futuro, poco y nada.
Uno de los responsables de su organización, el juez Alberto Dalla Via, vicepresidente de la Cámara Nacional Electoral, lo expresó muy bien: se trató del "debate posible", con seis candidatos y en un contexto muy polarizado políticamente, cargado de sospechas, que impidió otros formatos que hubieran posibilitado más diálogo o el mayor protagonismo de los periodistas.
Y, como todo en la vida, la práctica lleva a la eficiencia. Los debates irán mejorando: la mejor prueba de ello es cómo en este segundo debate casi todos los candidatos mejoraron su performance. El Presidente se mostró mas confiado. Juan José Gómez Centurión y Nicolás del Caño estuvieron más sueltos. José Luis Espert más filoso. Alberto Fernández tomó nota de su dedo acusador. Solo Roberto Lavagna siguió sin encontrarle la vuelta al debate.
Que los terceros no desentonaran no es, sin embargo, una buena noticia para el oficialismo, que necesita polarizar contra el Frente de Todos, que consiguió en la elección de las PASO números de ballottage.
Los debates presidenciales han llegado para quedarse y, pese a lo inaugural de su carácter obligatorio, ya han pasado a formar parte del ritual de la democracia argentina. Le será muy difícil a algún gobierno en el futuro cancelarlos y, por añadidura, le resultará desventajoso a cualquier candidato negarse a participar de ellos, al margen de las penalidades que impone la ley. Los debates aportan, así, densidad a nuestro entramado institucional -que nunca se ha caracterizado por su fortaleza- y, de este modo, esa ha sido su contribución mayor.
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