¿Seguirá Cristina de luna de miel?
Cuando Cristina sacó 45%, en 2007, todo parecía a su favor. Ese blanco de su vestido era una promesa de que el kirchnerismo se perfeccionaba a sí mismo. La economía mundial empujaba como nunca; la local crecía por cuarto año consecutivo. El nuevo ministro de economía era joven y bello. Las palabras eran amables y se prometía una etapa institucional, superada la emergencia de los años de crisis.
La luna de miel prometía ser larga e intensa, pero sin embargo fue muy breve. Casi puede decirse que se suspendió. Retrospectivamente, pueden detectarse dos factores que en realidad complicaban las cosas e impidieron que Cristina tuviera su luna de miel aquella vez. Uno era Néstor Kirchner: su estilo confrontativo, de algún valor para enfrentar enemigos reales como Duhalde o los defensores de represores de los 70, era un arma de doble filo, que mostró su lado inconveniente contra enemigos imaginarios durante el conflicto con el campo. El otro factor de peligro era la convivencia insostenible del dólar de 3 pesos con la inflación de 25%, nivel que ya teníamos en 2007.
El estilo de Néstor Kirchner sufrió duramente en la crisis del campo, y de a poco Cristina aprendió que había confrontaciones innecesarias; que lo amable no quitaba lo valiente. La muerte del ex-presidente en 2010 confirmó ese tránsito a un liderazgo todavía verticalista pero ya no tan entusiasmado por el conflicto.
El segundo problema, el de la convivencia imposible entre dólar fijo e inflación rápida, también se resolvió de manera violenta. La crisis económica de 2008-2009 permitió devaluar la moneda, ganando la competitividad perdida a lo largo de la primera presidencia kirchnerista, sin que se acelerara la inflación, contenida por la recesión.
Cristina finalmente vivió su luna de miel, pero con tres años de retraso: la corriente de simpatía por la muerte de su marido, el estilo más amable de la presidenta y la resurrección de la economía con un tipo de cambio más adecuado a partir de 2010 contribuyeron al aplastante resultado electoral de este domingo.
Pero esta segunda presidencia de Cristina Fernández -que ya no de Kirchner- nace con un potencial de conflicto en los mismos frentes que en 2007. El primer peligro es convertir en enemigos a opositores, indiferentes e incluso a una franja importante de kirchneristas de ocasión. La manera más eficiente de hacerlo sería planteando una reforma constitucional que de alguna manera prolongara el límite de su poder más allá de la fecha que hoy marca la ley. Es un camino que luce poco razonable incluso para la Presidenta, y por lo tanto improbable. Sería mucho más factible, como plan A de proyección a largo plazo, estimular una candidatura cercana pero controlada; idealmente, la de un vicepresidente que no podría tener más de un período como sucesora de Cristina.
El segundo peligro, más concreto y urgente, es no ya análogo sino idéntico al 2007: este dólar que sube por la escalera es insostenible con precios que van por el ascensor. Una solución estilo 2009 no es atractiva (fue en el crítico año 2009 que el kirchnerismo tuvo su única derrota) y tampoco es una opción de política, ya que depende ante todo de que empeore la economía mundial. Es, sin embargo, un escenario posible.
Si, en cambio, la economía mundial vuelve a su normalidad del siglo XXI (crecimiento bajo pero positivo en el mundo desarrollado, alto en los países en desarrollo) se abren dos opciones de política para enfrentar el problema cambiario. El primero es el actual dulce hacer poco: correr atrás de los acontecimientos y combatir la expectativa pública de una devaluación con una combinación entre microdevaluaciones de uno o dos centavos cada semana, pérdida de reservas para sostener ese nivel del dólar y altas tasas de interés (porque cuando se espera que el dólar suba se cobra más por un préstamo). Para valorar la razonabilidad de ese camino, lo que ocurra esta semana será un buen indicio. Todo el mundo sabía que "el dólar lo tienen más o menos quieto hasta las elecciones". La consagración electoral de Cristina puede actuar como coordinador de la demanda de dólares: ya no hay un horizonte antes del cual es imposible una devaluación, cosa que sí ocurría hasta la última semana.
El segundo camino es el de un auténtico "cambio de régimen" en el manejo de las políticas que influyen sobre la inflación. Un aspecto es el valor de la moneda, fundamental como parte del siguiente silogismo: con dólar que nunca baja pero a veces sube, siempre se espera alguna tasa de devaluación; si se espera devaluación, se espera algo de inflación; que se espere algo de inflación es inflacionario en sí mismo, porque esas expectativas se incorporan en contratos (salariales, de alquileres, de provisión de servicios) que terminan impactando en la inflación. El tránsito hacia un sistema de cambio más flexible, con un dólar que pueda subir pero que también pueda bajar, es importante para pasar a un régimen de inflación más baja.
No es lo único, claro. La renovación de las credenciales de poder que acaba de tener lugar brinda una autoridad más que suficiente para racionalizar la política fiscal y coordinar la política de ingresos (esencialmente, salarios y tarifas públicas) de modo compatible con una inflación más baja. ¿Decidirá Cristina recorrer este camino, a pesar del esfuerzo político que exige? En la respuesta a esa pregunta se cifra buena parte de las posibilidades de mantener un alto nivel de popularidad y evitar el clásico desgaste de la política por la economía con que han terminado tantos ciclos políticos en la Argentina.
(*) Extraído del blog "La Ciencia Maldita"
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