Secuelas de la guerra: no quiso vivir más y ahora correrá una maratón en Malvinas
Los recuerdos del combate le dejaron marcas imborrables: "Se te caía un compañero y tenías que dejarlo en el lugar"; fue adicto, pero el deporte le devolvió la fuerza para seguir adelante
Marcelo Vallejo combatió en Malvinas durante más de 70 días. Años después, deprimido, abusó del alcohol y de drogas. No quería vivir más, era un lento suicidio. Casi al azar, empezó a correr, se aferró a esa actividad y recuperó la esperanza para seguir adelante.
El deporte y la disciplina lo alejaron de las adicciones. En 2009, después de 27 años, volvió a las islas. Participó de una carrera, cerró un capítulo de su vida teñido de oscuridad y abrió otro lleno de vida.
Ahora entrena diariamente y viaja todos los años al archipiélago. La semana próxima correrá allí una carrera de postas junto a tres ex veteranos. No se cansa de decirlo: "Todo sea por malvinizar".
Marcelo había terminado el servicio militar obligatorio en diciembre de 1981. En abril del año siguiente, cuando Leopoldo Fortunato Galtieri anunció que recuperaría las Malvinas por la fuerza, se presentó voluntariamente: quería hacer su aporte.
Se encontró con quienes había compartido la colimba y viajó al archipiélago entusiasmado. "Tenía ganas de estar", cuenta. Al poco tiempo llegó a su casa la carta que convocaba a su clase a combatir, pero de eso se enteraría mucho después.
"Por supuesto, uno no sabe lo que es una guerra; eso hay que vivirlo", se ataja. En Malvinas vivió días duros. "Te hacés hombre en pocos días", relata. Por eso no le gusta cuando hablan de "los chicos" y de la supuesta poca preparación que tenían los soldados.
"En el día a día vas aprendiendo cosas. Además, entre el clima y lo que vivimos, si no estabas preparado, aguantabas una semana", dice.
Marcelo recuerda vívidamente una caminata de 20 kilómetros. "Fue durísima. Teníamos un mortero que pesaba casi 500 kilos. Más el armamento, el bolso con la ropa, subir los montes, los vientos, la lluvia...", enumera.
Cree que lo vivido en el Sur lo volvió "duro" con los sentimientos. "Yo no recuerdo un soldado que llorara, y pasaron cosas feas… Nadie demostraba, no tenías tiempo para demostrar algo", cuenta.
Las dolorosas marcas de la guerra
Cuando volvió al continente, se sintió perdido. "Era muy raro. No sentía alegría ni... no sé, estaba... muy duro a todas las emociones", expresa.
También se sintió ignorado. En su trabajo le dijeron que habían tomado a otra persona en su lugar pero que se quedara tranquilo, que era como Gardel. "Me acuerdo esa frase... Me dijeron que iba a conseguir el trabajo que quisiera porque era un ex combatiente", dice, entre risas.
"Quería explicar cosas y la gente no me entendía. Se tapó todo, todo fue como una mentira. Yo recuerdo que se dijera: «Fue mentira que combatieron, se rindieron de un día para el otro». Uno al principio lo negaba, pero después nadie te escuchaba", relata.
Se encerró en su casa, dejó de salir. Al tiempo entró en contacto con sus compañeros de Malvinas, con otros ex veteranos. "En el 83 nos juntamos porque no queríamos que se olvidara la causa, que quedara en el olvido el sacrificio de tantos compañeros".
Marcelo cree que los combatientes recibieron el respeto "del enemigo de ese entonces" antes que el del pueblo argentino. "Los ingleses siempre hablaron muy bien de cómo combatió nuestro soldado. Ahora, la gente lo entiende, pero los gobiernos siempre trataron de tapar el tema Malvinas".
Después consiguió trabajo en una fábrica y estuvo ahí durante 19 años. "No podía mantener el ritmo, tenía una vida desordenada. Tomaba mucho alcohol, drogas. Sin darme cuenta, estaba... Me quería matar", admite.
"Muchas veces se me cruzó esa idea de no estar más. Me sentía culpable. Pasaron cosas como que caiga un compañero y tener que dejarlo en ese lugar…Y uno sigue y bueno… Se pregunta ¿por qué no me lo traje?", reflexiona.
La depresión, el desorden y las adicciones hicieron que tocara fondo. "En 1999 me llevaron de mi casa y me internaron en el Hospital Militar. Empecé un tratamiento de rehabilitación que hasta hoy sigo. No fue fácil", cuenta.
Muchos le preguntan cómo hizo "de repente" para dejar el alcohol y las drogas y ponerse a correr. "Pero no fue así, fueron caída, caída, caída. No es fácil dejar una adicción, está siempre ahí latente. Pero con ganas y ayuda, se puede salir", explica.
En un viaje a Córdoba con ex veteranos se tiró en un dique, pero no sabía nadar y casi se muere. "Me salvé porque Dios me dio una oportunidad. Y me gustó", cuenta. Cuando volvió a Buenos Aires, empezó a nadar. "Fue una oportunidad, un camino nuevo", agrega.
De ahí en más, andar en bicicleta, correr y nadar se transformaron en sus actividades preferidas. Empezó a entrenar a diario. Un día se enteró de un argentino que había corrido en Malvinas y pensó que esa era su oportunidad de volver.
"Mi sueño fue siempre ese. Cuando me trajeron [en 1982], dije: «Yo acá voy a volver». Pasaron 27 años y pude volver. Fue duro, pero me sentí bien de estar firme y sano, de poder hacerlo. Fue una forma linda de volver", cuenta.
En 2009 pisó las Malvinas de nuevo. Lo mismo hizo en 2010 y en 2011. Está convencido que en las islas hay una energía distinta.
"Me emocioné, lloré, lo disfruté, pensé en los caídos, en los momentos de la guerra, en la lucha de los veteranos. Eso me daba fuerza para no quedarme", señala.
"¿Tenés cerrado el capítulo Malvinas?", le preguntó LA NACIÓN. Su respuesta oscila entre el recuerdo y el presente. "Me dan bronca algunas cosas, pero me di cuenta volviendo a las islas que el sacrificio de los veteranos fue muy grande. Y tal vez la gente no entienda la magnitud de haber estado 70 días allá, de guardia, con el frío, el viento, la noche, lejos… Nosotros estábamos con ganas de defender a la patria y fue lo que hicimos. Y estamos orgullosos".
Marcelo volvió a sobrevivir. Primero, a la guerra. Luego, a los fantasmas que la guerra le dejó.
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