Se necesita un programa a largo plazo
La crisis actual que atraviesa al conjunto de las sociedades no es coyuntural, sino un cambio de sociedad. Está cambiando la organización del trabajo, con la crisis del modelo fordista; está cambiando la institucionalidad política, con la crisis del Estado-Nación y del Estado-benefactor.
Como consecuencia de estos cambios también se modifican profundamente los patrones culturales y las formas de construir nuestras identidades. El optimismo inicial que acompañó estos cambios se ha disipado y los riesgos de un mundo polarizado, incierto, amenazado por desequilibrios profundos está hoy en tensión con las perspectivas esperanzadoras que abrió la generalización de la democracia.
En este contexto, para que la educación sea parte de la solución, ella también debe cambiar profundamente.
Los desafíos son dos. El primero se refiere a los cambios en los contenidos. La crisis ha abierto una perspectiva donde el respeto al desarrollo personal y a la identidad de cada uno se confunde peligrosamente con el individualismo salvaje y la ruptura del patrimonio cultural común. Por esta vía asoman propuestas que justifican la separación de la población en guetos culturales y la perspectiva de formar individuos asociales.
Frente a esta tendencia, la educación debe promover el aprender a vivir juntos, donde formar para el desempeño ciudadano y para la competitividad económica no sean objetivos contradictorios. La competitividad moderna no es individual, es de equipo. Aprender a vivir juntos no es fácil y supone más esfuerzos que los aprendizajes tradicionales. El segundo desafío se refiere al dinamismo en la administración y la gestión educativa. También aquí es importante evitar que se introduzcan fórmulas que excluyan del acceso a una educación de buena calidad a sectores importantes de la población. Incorporar indiscriminadamente los mecanismos de mercado a la administración educativa provocará exclusión, desigualdad y ruptura de la cohesión nacional. En este sentido, es preciso asumir que la educación básica, universal y obligatoria es pre competitiva.
Promesa retórica
El dinamismo y la innovación no pueden estar asociados a mecanismos de competencia, sino a la profesionalización docente, a la calificación de la demanda social y a un proyecto de país cuya ejecución sea asumida colectivamente.
La prioridad a la educación no puede seguir siendo una angelical promesa retórica. Sólo una estrategia de largo plazo, donde el objetivo de una educación universal de buena calidad sea un componente central, permitirá tomar decisiones en medio de la crisis.
La pregunta central es: ¿qué queremos dejarles a nuestros hijos y nietos? Asumir esa responsabilidad es un indicador de la capacidad de la clase dirigente para ser considerada como tal.
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