Se impuso la premisa de no perder
Ninguno de los candidatos incurrió en un error fatal, pero tampoco nadie encontró un golpe de efecto suficiente para quedar como un claro triunfador
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El aperitivo no podía ser más estimulante para darle atractivo al debate presidencial. El nuevo escándalo que protagonizó el recién dimitido jefe de Gabinete de la provincia de Buenos Aires Martín Insaurralde, conocido solo 24 horas antes de la exposición cara a cara de los candidatos, amenazó con teñirlo todo. Pero fue apenas el disparador de los primeros cruces.
Por imperativo del formato establecido y por la decisión de los candidatos, la polémica fue menos intensa de lo que podía esperarse y las formulaciones de políticas tuvieron más oportunidad de desarrollo, aunque también menos impacto, sorpresa y novedades.
Los cinco candidatos se mostraron apegados a la estrategia que se habían trazado y habían entrenado. Fue un round de estudio, con algunos pocos golpes directos al cuerpo como para probar al adversario. Cumplieron con lo que entrenaron. A reglamento.
Todos hicieron honor a la máxima de que los debates presidenciales pueden hacer perder una elección, pero difícilmente puedan asegurar un triunfo. Así, ninguno incurrió en un error fatal, pero tampoco nadie encontró un golpe de efecto suficiente para quedar como un claro triunfador. Se impuso la premisa de no perder.
Resulta difícil suponer así que se hayan satisfecho las enormes expectativas generadas. El rating tuvo picos casi como el de un partido mundialista de la selección. La Argentina sigue siendo un país extremadamente politizado, aunque los políticos tengan tanta dificultad para dar respuestas a las necesidades y demandas sociales.
Sergio Massa y Javier Milei hicieron lo que se preveía y lo que han venido haciendo después de las PASO: se eligieron como contrincantes mutuamente para mantener el centro de la escena, con más balas de fogueo que intención de dañar las chances del otro. Así, en el primer bloque temático, el de economía y educación, ambos agotaron sus derechos a réplica casi recíprocamente.
No obstante, Massa sí logró uno de los dos momentos en el que se advirtió incomodo a Milei. Fue cuando le propuso que le pidiera disculpas por sus críticas al Papa.
Finalmente, el ministro-candidato de UP volvió el bilateralismo con Milei, sobre todo cuando le dijo a Patricia Bullrich que coincidía con el postulante de La Libertad Avanza (LLA) respecto de que no le quedaba clara su propuesta económica. Milei lo reafirmó. Fue la mayor estocada que le asestaron a la candidata de Juntos por el Cambio.
Bullrich, complicada
Como ocurrió después de las PASO, a Bullrich le costó ocupar un lugar en el centro del ring a la par de Massa y Milei, por mérito ajeno y por dificultades propias para desarrollar su mensaje.
Su alocución pareció más espontánea que la de sus dos principales rivales, pero también menos fluida y precisa, de escasa riqueza verbal y con algunos tropiezos cuando se le pidieron detalles. La oposición bilateral a la que está expuesta sigue siendo un cepo del que no logra salir. Ella misma lo reforzó al desafiar al peronista y al libertario con el mismo recurso del tuteo interpelante.
El orden y el coraje, además de ofrecer gobernabilidad, fueron los atributos y la propuesta dominantes de la presentación de la postulante cambiemita en casi todas las materias. También, su antikirchnerismo absoluto y su autopostulación como la herramienta para terminarlo. En las críticas tuvo por destinatario principal a Massa y a su gobierno, aunque no logró sacar lo de su eje ni alterar nunca la postura de seguridad que este transmitía.
Sorprendió, además, el escaso eje hecho en la corrupción, a pesar de la sucesión de elementos recientes que se le habían servido en bandeja. Desde la reapertura de la causa por enriquecimiento de la familia Kirchner, pasando por el Tarjetasgate de la Legislatura bonaerense hasta el flamante escándalo de Insaurralde. Pareció ser, entonces, quien menos aprovechó la oportunidad que se le brindaba, cuando era quien más necesitaba anotarse algún punto claro.
Milei, por su parte, aprovechó el lugar dominante en el que quedó después de las primarias. Buscó exhibir autoridad en la temática económica y mantuvo sus descalificaciones hacia la dirigencia política (la casta), pero sin desbordes ni agresiones que subrayaran las incógnitas sobre su equilibrio emocional.
El libertario apenas se incomodó (un poco menos que con lo del Papa) cuando Bullrich le enrostró su flamante sociedad con el sindicalista Luis Barrionuevo como un representante de “la casta”, que tanto de denuesta el libertario. “Ustedes son más casta”, fue la respuesta que encontró. Su ultraliberalismo económico se volvió a combinar así con rasgos de populismo de derecha sin pruritos.
Tuvo su momento más polémico al cuestionar la cifra de 30.000 desaparecidos y hablar de excesos “de las fuerzas del Estado”, pero no de crímenes de lesa humanidad, que adjudicó solo a las organizaciones guerrilleras. Fue así más lejos que su compañera de fórmula, Victoria Villarruel, que es hija de un militar y militante en favor de las víctimas de la guerrilla.
Con traje de teflón
Massa procuró blindarse desde el inicio al pedir disculpas por los “dolores” que le provocó el actual gobierno a los argentinos, aunque eludió asumir su cuota parte de responsabilidad. Es más, eligió mostrarse como el político arrojado que vino a evitar que se agravaran esos problemas, aunque las cifras lo desmientan. Su traje azul presidencial pareció estar revestido de una sólida capa de teflón.
Sin inmutarse, el candidato de UP eludió las críticas al oficialismo y a su gestión para presentarse como el cambio dentro de la continuidad del peronismo con un notable manejos de sus emociones. A riesgo de parecer una macchietta o una caricatura de candidato moldeado por el marketing, exhibió sus dotes de hábil polemista. Y, finalmente, se presentó como un postulante del diálogo y del consenso. Una forma de eludir las críticas de asegurar la continuidad del kirchnerismo con otro rostro, como intentó endilgarle Bullrich.
A Juan Schiaretti y a Myriam Bregman les quedó el incómodo lugar de estar en la periferia de los tres tercios que dominaron las PASO.
El cordobés se concentró en el discurso productivista, en ofrecer el cordobesismo como solución para el país y en la defensa del federalismo. La estridencia no es lo suyo y no defraudó expectativas.
La candidata de izquierda, en cambio, logró sobresalir con su discurso articulado e incisivo, que desde la periferia cuestiona a todos los candidatos por su condición de capitalistas y antipopulares. Además, fue la más filosa en la exposición del escándalo más reciente de la política, como fueron las vacaciones de lujo de Insaurralde.
Si la elección venía signada por la impugnación de una buena parte de la ciudadanía a la conducta de buena parte de la dirigencia política y las últimas tres semanas solo sumaron elementos para convertir ese tema en un ordenador, resultó así sorprendente que tuviera tan poca presencia en el debate.
Por eso fue más notorio lo de Bregman. Y por la misma razón, en contraste, lo fue el poco énfasis hecho por Bullrich.
Solo se sabrá en la noche del próximo domingo 22 cuánto impacto tendrá. Pero lo evidente es que el escándalo había dominado toda la conversación justo en el día en que la ciudadanía se pone casi tan en modo elecciones como el domingo en el que concurre a las urnas.
Y lo de Insaurraldo había sido un golpe más para Sergio Massa como postulante oficialista. Por eso, después del debate, Massa dijo que el aún intendente de Lomas de Zamora debe renunciar a su candidatura a concejal. Algo tenía que decir. Sobre todo porque el hecho impacta sobre el bastión electoral perokirchnerista: es el tercer escándalo registrado después de las PASO que tiene por epicentro a la provincia de Buenos Aires y a sus autoridades.
Por eso, durante el fin de semana la preocupación atravesó profundamente a Axel Kicillof y su entorno, así como volvió en enmudecer a Cristina y Máximo Kirchner, que fueron quienes llevaron a Insaurralde al gabinete provincial tras las PASO de 2021. Madre e hijo siguieron el manual familiar de mostrarse ajenos a los hechos que puedan afectarlos.
El debate presidencial les facilitó la tarea. Nadie los expuso demasiado por eso ni tampoco nadie hizo hincapié en otros asuntos que indignan, como los recientes números de inflación y pobreza.
La mayoría de los candidatos trabajó a reglamento y se ajustó, sin profundizar demasiado, al propósito de “dar a conocer y debatir ante el electorado las plataformas electorales de las agrupaciones políticas”, como reza la convocatoria.
Ante una elección que se definirá en los márgenes, ganó el imperativo de no perder por anticipado.
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