Se ganó un lugar por su firmeza y convicción
Carmen Argibay entró al Poder Judicial como una de las pocas mujeres, en un ámbito dominado sustancialmente por varones.
Fue ganándose un papel preponderante por la convicción y firmeza de sus conceptos, tanto en el pensamiento jurídico como en la visión social, lo que la llevó a ser una de las pioneras en el sostenimiento de una visión de género en el derecho. Y de una lucha permanente contra la discriminación que sufre la mujer en la Argentina. Para este fin, creó en la Justicia una Oficina de la Mujer, que aún continúa con la tarea que ella comenzó.
Así, fue de las primeras mujeres en acceder a cargos relevantes. Fue secretaria y secretaria general de la Cámara del Crimen. Y luego de haber sufrido el encarcelamiento, en 1976, vivió un exilio interno hasta que, en 1984, fue designada magistrada, en el cargo de jueza de sentencia.
Llegó a ser camarista de ese mismo cuerpo y luego jueza del tribunal oral donde se jubiló, al tiempo que era convocada como jueza ad litem de la Corte Internacional de la Haya para juzgar los crímenes de guerra en la ex Yugoslavia. Ocupaba esta función cuando fue nominada y luego designada ministra de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Desde este cuerpo, transformó y jerarquizó el Cuerpo Médico Forense.
Labor compensadora
Toda su labor jurídica fue prolífica e imbuida de una visión en la que el Derecho viene a ser la compensación para quienes sufren la vulnerabilidad en la sociedad: mujeres, pobres, débiles, marginados y enfermos. Es de resaltar su voto como jueza del tribunal oral en la causa Fulquin, en la cual se trató la situación de personas que habían sido sometidas a servidumbre para la venta callejera. O aquellas muchas sentencias en las que, aún contra sus opiniones políticas, señaló que fallaba de esa manera porque entendía que la ley y la Constitución así se lo imponían.
Sostuvo la defensa de las mujeres para disponer de su cuerpo, y lo hizo con la firmeza e hidalguía propias de quienes no les importa gritar y quedar en soledad.
A pesar de los embates que venía sufriendo en el momento en que el Senado consideraba su designación en la Corte Suprema, no alteró sus creencias para que se aceptara su nominación, sino que las sostuvo con toda firmeza y sin tapujos.
Carmen, además, fue una persona de una fina cultura, devoradora de libros, amante y cultora de la música, sostenedora de la orquesta juvenil de Cutral Có.
En el orden asociativo judicial, participó no sólo en la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional, cuyo concejo directivo integró y de la que ha sido la única socia honoraria. También fue la creadora de la Asociación de Mujeres Jueces de la Argentina país, de la que fue presidenta, así como de la Asociación Internacional de Mujeres Juezas.
Sin duda, Carmen Argibay ha honrado todas las magistraturas que vistió. Su tarea, en ese sentido, va a perdurar con su nombre. Permanentemente. De la misma manera, ha sido una expresión acabada en lo personal de la independencia judicial.
Se destacó como derechohumanista, jurista, profesora universitaria y fundadora, con otros colegas, de Fundejus, la fundación de estudios judiciales en la que siguió dirigiendo sus cursos académicos.
Además de la perdida institucional que afecta a todos los argentinos, siento el dolor de la pérdida de una amiga, con la que tuve múltiples actividades comunes y paralelas. Tanto cuando fue magistrado como cuando fue penalista de tribunales internacionales, y en el ejercicio de la profesión en los años de la dictadura.
Carmen Argibay no sólo merece ser recordada por el ejemplo que dejó en su tarea como jueza, sino también por el que mostró como persona.
-El autor es presidente de la Asociación de Magistrados.
Debido a la sensibilidad del tema, la nota está cerrada a comentarios.
Luis María Cabral
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