Un cambio de fórmula tras la crisis del pacto judicial
La Corte retrocedió al percibir el rechazo social a la eventual suspensión del juicio
La marcha atrás de la Corte Suprema en su intento por frenar el juicio por corrupción en la obra pública en Santa Cruz puso en crisis un flanco crucial en la estrategia electoral de Cristina Kirchner : la reconstrucción de la gobernabilidad. Tan profundo fue el cimbronazo que derivó en el anuncio más inesperado de la estrategia kirchnerista: la decisión de Cristina de acompañar como vicepresidente a Alberto Fernández, quien precisamente había sido apuntado como el principal tejedor de la resolución fallida de la Corte Suprema.
En las últimas dos semanas, el kirchnerismo había instalado con éxito la idea de que los distintos actores sociales y de poder, en sus vertientes tanto locales como internacionales, podían digerir sin sobresaltos un nuevo gobierno de Fernández de Kirchner. Esta ilusión es esencial para una estrategia de campaña que nació, en las propias palabras de la expresidenta, como la contraposición entre el orden y el caos. La reacción que provocó la jugada de la Corte Suprema, la amplitud y la intensidad de su rechazo, despertó al kirchnerismo de aquel ensueño.
La promesa de quedar al margen de los fastidios judiciales era la última prenda que debía conquistar Cristina Kirchner antes de lanzarse resuelta a la campaña electoral. Sus emisarios judiciales le habían transmitido las certezas de que el camino estaba despejado. Pero entonces estalló la reacción imprevista, en especial de la resistencia del propio tribunal oral y del fiscal Diego Luciani que arrinconaron a la Corte Suprema para que asumiera en persona el costo político de crucificar el juicio, mientras los vecinos porteños de algunos de los jueces repiqueteaban cacerolas a pocos metros de sus ventanas.
La reputación personal resultó un flanco desguarnecido para Ricardo Lorenzetti y Horacio Rosatti, principales animadores de la maniobra cortesana. Ante el peligro de que el rechazo fuera creciente, los jueces retrocedieron. Todavía les queda el recurso de un fallo que acepte un pedido de la defensa y extienda hasta la eternidad el juicio. La jugada alejaría la posibilidad de una condena en corto plazo. Pero el tejido minucioso de un pacto judicial para Fernández de Kirchner se desgarró sin remedio en el conflicto de la Corte Suprema.
Hasta entonces, los lugartenientes de la expresidenta le habían asegurado que el rechazo de los factores de poder se encontraban en plena remisión, que los grandes empresarios, ofuscados por la causa de los cuadernos de las coimas, se mostraban más colaborativos, incluso exhibían las declaraciones del jefe de la misión técnica del Fondo Monetario Internacional , Roberto Cardarelli, que respondió no tenerle miedo "a nada" cuando le preguntaron por un eventual regreso de Fernández de Kirchner, como una muestra del nuevo clima.
Fueron días dorados para el plan kirchnerista de reconstrucción de la gobernabilidad, cuando se consolidaba la creencia de que el "círculo rojo" cedía ante lo inevitable.
La exaltación llevó incluso a pensar en el Instituto Patria que un elogio de Cristina Kirchner a Donald Trump en un salón de la Feria del Libro de Buenos Aires alcanzaba para revertir los años de guerra fría entre el kirchnerismo y los Estados Unidos, y que era suficiente para disipar los resquemores por la alianza con Venezuela y la elección de Cuba como refugio de Florencia Kirchner para los infortunios judiciales.
La idea es todavía muy lejana de la realidad. El enfrentamiento con Irán encabeza actualmente las prioridades de la política exterior de los Estados Unidos, hasta el punto de que avanza con las presiones a Teherán a pesar de las objeciones del Reino Unido, Francia, China, Rusia y Alemania. Y fue el tratado que suscribió Cristina Kirchner con Irán precisamente el punto de discordia del último tramo del gobierno de Fernández de Kirchner, el quiebre más profundo que interrumpió décadas de cooperación en materia de seguridad; nada que Washington se muestre dispuesto a olvidar, a pesar de que a Axel Kicillof se le abran las puertas del Wilson Center.
En la Casa Rosada
El Gobierno debería evitar un entusiasmo excesivo por la derrota, apenas temporaria, de Cristina Kirchner en el tablero judicial y por la novedad de la fórmula. Si el cambio de lugar de Cristina Kirchner suma o resta al kirchnerismo es todavía una incógnita. ¿Alberto Fernández permitirá acelerar los acuerdos con otros aliados, como por ejemplo Sergio Massa, o por el contrario envalentonará a otros que dudaban a competir por la presidencia?
Las encuestas ratificaban que Cristina Kirchner es la candidata con mayor caudal de votos en la primera vuelta de las próximas elecciones. Las debilidades electorales de Cambiemos y los gritos de auxilio de los radicales a lo largo del país explican las palabras explosivas del titular de la UCR, Alfredo Cornejo, quien pidió ampliar la coalición y llegó a poner en duda que el presidente sea finalmente el candidato.
La Casa Rosada saldrá a exhibir hoy como una victoria que la convención de los radicales bonaerenses ratificó su permanencia en Cambiemos. Habrá que leer bien la letra del documento, porque los comensales radicales de la marisquería Plaza Mayor, como el mendocino Cornejo, Enrique Nosiglia y Gerardo Morales, tuvieron una reunión aparte con el vicegobernador bonaerense Daniel Salvador y le transmitieron la conveniencia de incluir en el texto un pedido de "ampliar la alianza". Es decir, una ratificación del matrimonio, pero con condiciones.
Nadie tiene mucho para celebrar en una definición electoral que conmociona por su espíritu inestable y que avanza con la cadencia de una montaña rusa.
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