El miedo a una rebelión del conurbano
El episodio Berni expuso como nunca antes la desorientación del peronismo; Cristina no ordena y Kicillof se desespera con los pronósticos electorales; en el río revuelto solo pesca Milei
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Hace tiempo que el kirchnerismo es una pirámide sin vértice. Cristina Kirchner conduce desde una distancia indescifrable y sumida en la resignación, como si esa pose la eximiera del fracaso del gobierno que ella gestó. Lo novedoso es que las bases de esa estructura de poder están crujiendo y arrastran al peronismo a un desconcierto pocas veces visto.
Axel Kicillof sintió el vértigo esta semana cuando vio la brutal agresión a Sergio Berni en una protesta por el asesinato de un colectivero en La Matanza. El gobernador descubrió que el escudo detrás del que se guarecía de la crisis de seguridad estaba roto. Expuesto a hablar de lo innombrable, balbuceó una teoría conspirativa que enardeció aún más a las víctimas. Y terminó de contradecirse al aprobar un operativo hollywoodense para detener a los que golpearon al ministro 60 horas después del suceso. Eran choferes de micro y no agentes de inteligencia plantados por un candidato opositor.
Cristina reprendió por redes sociales al ministro, sin nombrarlo, por aquella desproporción. Antes había hablado con Kicillof en el tono áspero que usa poco con su favorito. Fuentes del kirchnerismo admiten que Berni –a quien la vicepresidenta llamó para solidarizarse, pero sin expresarle apoyo a su gestión– subsiste en el cargo por falta de un sucesor en condiciones. Pero es “día a día”, aclaran.
El episodio de Berni paralizó al oficialismo por su efecto simbólico. Nunca antes había sido tan gráfica la desconexión entre una forma de hacer política y las demandas de una sociedad que está al límite. El ministro desplegó su número rutinario en medio de un drama lacerante. Se apareció en un lugar de duelo y bronca con las mismas promesas burocráticas que, de tan repetidas, se perciben como excusas para retacearles a los deudos la atención de las cámaras de televisión.
La reacción violenta, jamás justificable, descolocó a toda la dirigencia política, pero dejó en shock al kirchnerismo. Los intendentes del conurbano leyeron detrás de las imágenes barbáricas las señales del posible desastre electoral que el olfato político y las encuestas les vienen alertando desde hace semanas. “Son nuestros votantes los que más sufren la inflación y la inseguridad. Necesitamos reaccionar, mostrar empatía, ofrecer alguna solución concreta”, se desespera un intendente de la Tercera Sección Electoral (sur del conurbano).
El silencio de La Cámpora atravesó toda la semana negra de Kicillof. Solo se activaron los teléfonos entre sus jerarcas para compartir el espanto por la detención “como criminales” de los colectiveros que golpearon a Berni. También enardecieron a más de uno los videos de los batallones de policías con uniforme camuflado que la Provincia mandó a La Matanza para bajar a pasajeros de los ómnibus y cachearlos con las manos sobre la carrocería. Como hacían los militares en los 70.
“Cristina no da órdenes y Máximo solo se asume como jefe del PJ bonaerense cuando hay que hablar de cargos”, se queja otro dirigente territorial que teme perder su feudo suburbano.
A veces ni eso. El hijo de Cristina faltó a la última reunión que convocó el intendente de Ensenada, Mario Secco, para definir cómo sigue el operativo clamor en favor de una candidatura de Cristina. El plan para “romper la proscripción” se desinfla por desinterés de la propia aludida. Ya el último acto en Chaco destacó por las ausencias que no pudo disimular el anfitrión Jorge Capitanich. Ella le dijo a demasiada gente que no va a ser candidata a nada. Cuesta movilizarse por una fantasía.
La decisión, en mayo
La vicepresidenta parece más preocupada por despegarse de la gestión decepcionante del Frente de Todos que por embarrarse con las urgencias del presente. En su entorno dicen que tomará una decisión a más tardar en mayo que ordenará el escenario electoral. Pero insisten en resaltar la frustración con sus subordinados por la impericia para “defenderse solos”. Habla de sí misma como si ignorara el deterioro de su figura. En los últimos seis meses ha sido condenada por corrupción, perdió el control absoluto del Senado de la Nación, fracasó en su intento de imponer la renuncia anticipada a la reelección de Alberto Fernández y su misión más relevante consiste en ser garante política de un programa de ajuste fiscal pactado con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La semana que termina sacó a la luz un problema medular: su fortaleza del conurbano se resquebraja. Néstor Kirchner construyó allí una maquinaria de poder capaz de digitar la política nacional. Van 20 años. La regó con subsidios y montó una estructura de gestión territorial delegada en punteros y organizaciones piqueteras, mientras se cristalizó de hecho una política de “administración del delito” con la finalidad de que la inseguridad inevitable en esa geografía de pobreza estructural nunca alcanzara la fisonomía de una crisis.
El sistema tiembla por la falta clamorosa de resultados. El voto castigo de 2021 –cuando el Frente de Todos perdió 12 puntos respecto de 2019– amenaza con convertirse en un tsunami de descontento este año. Los encuestadores registran “bronca”, “tristeza”, “hartazgo” como palabras más repetidas en los estudios cualitativos. Javier Milei empieza a acumular una cantidad impensable de nuevos apoyos entre antiguos simpatizantes kirchneristas.
¿Y si la ola libertaria terminara de hundir a Kicillof en vez de salvarlo, como pensaban en el oficialismo hasta hace poco? Sobre esa incógnita se apoya el sondeo por ahora descartado de separar la fecha de las elecciones bonaerenses de las nacionales. Es decir, que no haya en el cuarto oscuro boletas de Milei el día de la definición provincial. “No hay manera. Eso solo beneficiaría a Juntos por el Cambio. Milei nos está sacando votos, pero su base original es mayoritariamente del macrismo. Se va a votar todo junto”, vaticina un estratega oficialista. Hay otra explicación, menos confesable. ¿Cómo sobreviviría el gobierno nacional a una catastrófica derrota anticipada en el mayor distrito del país?
La prioridad, añade esa fuente con llegada a Cristina, pasa por encontrar una oferta nacional competitiva para el Frente de Todos. A la vicepresidenta le atribuyen repetir la siguiente frase: “No hay salvación de la provincia sin una candidatura nacional fuerte”.
La carta salvadora no aparece y el tembladeral económico no cesa. Sergio Massa tenía todos los números para calzarse el traje de candidato hasta que su magia se secó. La devaluación disimulada del último “dólar agro” es un intento de reposicionarse sobre los rieles. Esta semana enfrentará otro sacudón con el número de la inflación de marzo, que rondará el 7%. El FMI le puso plazos concretos para reforzar el ajuste del gasto y mantiene su amenaza de perro que ladra respecto de los futuros desembolsos del acuerdo que separa a la Argentina de la quiebra.
La efímera teoría del “tapado” entretuvo a un oficialismo adicto a los fuegos de artificio de “la Jefa”. La pesadilla más temida es quedar terceros, algo que aún no aparece en las encuestas pero que la evolución del humor social impide descartar de acá a las elecciones.
Alberto y las PASO
En ausencia de Cristina, Alberto Fernández juega en el bosque. Celebró su visita a la Casa Blanca como un triunfo político y no como el simple episodio de burocracia diplomática que fue. Insiste con su candidatura a la reelección a sabiendas de que construye un castillo que no resiste un soplido.
El kirchnerismo se cansó de destratarlo y optó por exponerlo a su debilidad. Wado de Pedro –siempre hay que aclarar que es su ministro político– retó al Presidente a la PASO que tanto pregona. Pero la salvedad es que le exigirán competir con listas propias de legisladores, gobernador bonaerense, intendentes. ¿Cómo hará Alberto para lanzarse a la aventura con todo el aparato del peronismo K en contra? ¿Qué jefe municipal querrá acompañar a Fernández si eso lo expone a perder las primarias contra el rival que le planten Cristina y La Cámpora?
Nadie en el peronismo cree en serio que la idea de la competencia interna prevalecerá. Aun así, los dirigentes con territorio por cuidar miran con desesperación las consecuencias de la desgastante guerra previa. Cómo desligar la rabia que desató Berni frente a los colectiveros de la impúdica competencia administrativa que sostiene con Aníbal Fernández. Dos ministros de un mismo frente político se revolean acusaciones, arman operativos sin avisarse y juegan a ver quién es más macho contra los ladrones y asesinos, a los que solo les queda agradecer el desatino.
Tuvieron que sucederse el ataque a Berni, el estupor de la dirigencia oficialista y una queja escrita de Cristina para que Kicillof reaccionara con el llamado a una reunión, el lunes, en la que se discutirán medidas de seguridad en el transporte público. Horas antes había llamado a la hija del colectivero Barrientos, a quien había indignado con la tesis insostenible de que el chofer asesinado había sido víctima de un acto de conspiración para perjudicar electoralmente al Frente de Todos.
Fernando Espinoza, el caudillo interminable de La Matanza, quiso escaparle a un juego habitual de la política bonaerense: los gobernadores suelen desentenderse de la inseguridad ante la opinión pública y le dejan los muertos al intendente. Se borró. Cuatro días después del crimen decidió reaparecer en su distrito, presionado desde el Instituto Patria y por los opositores internos que lo acusaban de refugiarse “en su piso de Puerto Madero”.
El miedo que crece y el rol opositor
Lo que se esconde detrás del revuelo de la Semana Santa versión 2023 es el pánico a una deriva violenta de la prolongada crisis económica. Massa manipula la economía con herramientas muy limitadas, entre el corset del FMI y los reclamos asordinados de sus aliados kirchneristas. La impotencia de Kicillof, Berni y Aníbal Fernández ante el avance del delito aporta el factor impredecible de la chispa posible que incendie ese pastizal tan seco.
Las complicaciones se agravan porque gobierna una fuerza verticalista en la que las directivas no llegan. Cristina alardea de su ausencia desde que anunció que no iba a ser candidata, irritada por la condena en su contra. Pareció un castigo subliminal a los propios por no haberla defendido lo suficiente. El calvario judicial le quita energías: ahora la obsesiona el fallo de Casación sobre la causa Hotesur/Los Sauces que este mes determinará si ella y sus hijos deben ir o no a juicio, acusados de lavar dinero.
Del otro lado del tablero político, la principal coalición opositora asiste al terremoto en el sistema kirchnerista mientras da vueltas en su propio laberinto. A sus líderes les causa estupor el estancamiento de la marca Juntos por el Cambio en las encuestas, mientras solo crecen Milei y la intención abstencionista.
La decisión de Mauricio Macri de descartar su candidatura presidencial llevó algo de orden, pero las discusiones internas alejan a los candidatos de la necesaria tarea de construir empatía con los votantes y ofrecer un discurso esperanzador entre tanto desánimo.
El kirchnerismo mantiene el respirador, en gran medida gracias a ese techo con el que se choca su oposición. En momentos de ensoñación, cerca de la vicepresidenta hacen cuentas de a quién prefieren entre los aspirantes al trono del posmacrismo. Sostienen que Cristina prefiere tener enfrente a Patricia Bullrich antes que a Horacio Rodríguez Larreta porque con ella ve un escenario más claro de polarización. Acaso por eso Kicillof la quiso arrastrar al escándalo del asesinato de Barrientos y la violencia posterior contra Berni.
Paradojas de la orfebrería política: la líder de un gobierno en picada se entretiene eligiendo al rival cuando todavía no encuentra a quién mandar a la cancha a defender su legado.
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