Se creará un monopolio donde hay competencia
Un Estado puede hacer el bien o puede hacer el mal . La propuesta del Gobierno de impulsar la implementación de una tarjeta única para utilizar en los supermercados, de la que se está hablando por estas horas, es un claro ejemplo de cómo hacer el mal.
Tiene sentido que un Estado intervenga en un mercado cuando se observa una situación en la que hay uno o pocos oferentes, que es cuando los vendedores llevan la voz cantante y típicamente se las ingenian para cobrar precios por encima de lo que deberían o podrían.
En ese caso, se justifica plenamente la intervención del Estado para regular o acotar ese margen de maniobra, o, preferentemente, para recrear las condiciones para una industria competitiva, promoviendo el acceso y facilitando la entrada de competidores.
La medida de imponer una única tarjeta para el consumo de supermercados va exactamente en sentido contrario. Toma un mercado competitivo y lo transforma en un mercado monopólico.
En la actualidad, los supermercados compiten salvajemente entre sí y los bancos compiten cuerpo a cuerpo para ofrecer descuentos para quienes usan sus servicios. Esta competencia no es declamada, se ve en los descuentos que se ofrecen y que llegan al 20 por ciento en el caso de las compras en supermercados, o a 50 cuotas sin interés, ventajas que sumadas a muchas otras redundan en un claro beneficio para los consumidores.
¿Cuál sería el beneficio de ir a una única tarjeta? ¿Qué incentivo tendría el Banco Nación para ofrecer descuentos si tiene el mercado asegurado? En otras palabras: ¿cuál sería el sentido de crear un monopolio cuando hay competencia?
Ya tenemos un ejemplo de cómo estos monopolios estatales "ayudan" al consumidor. La nacionalización de Aerolíneas Argentinas, no sólo no redundó en mayor conectividad del país (el único destino que sumó es Termas de Río Hondo), sino que derivó en un esquema donde la empresa solamente encuentra en restringir la competencia la posibilidad de cubrir sus propias ineficiencias.
De hecho, ya ha logrado exitosamente bloquear la expansión de otras aerolíneas, por ejemplo de LAN, a la que se le tiene prohibido incorporar aviones en el mercado local. Para que nos defiendan tan efectivamente de aquellos que están dispuestos a invertir y competir pagamos la friolera de ya casi 1000 millones de dólares al año de nuestros impuestos.
Obviamente, el sentido de estas medidas es uno solo: seguir avanzando sobre las estructuras económicas para seguir cimentando un poder político que le viene por añadidura. Para los ciudadanos, el problema es justamente ése: mayor control económico por parte del Estado más temprano que tarde derivará en menores libertades políticas.
Es tiempo de cambiar la concepción del Estado. Más Estado no es necesariamente bueno. Lo que necesitamos es mejor Estado. Esta idea no es un ejemplo de ello.
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