
Salir de la melancolía peronista
Vivimos en una época donde el pasado pesa más que el futuro. La cultura occidental, atrapada en un ciclo perpetuo de nostalgia y alimentada por las redes sociales, ha convertido la historia en un interminable archivo que define el presente. Simon Reynolds llamó a este fenómeno “retromanía”: la obsesión cultural con su propio pasado. En política, esta lógica encuentra una expresión nítida en el peronismo. ¿Qué ocurre cuando un movimiento nacido como una promesa de transformación queda atrapado en su propio archivo histórico?
El peronismo, en su auge, fue una revolución simbólica y material. Cambió la estructura social y cultural de la Argentina y construyó un relato épico que aún hoy resuena. Pero con el tiempo, lo que alguna vez fue una promesa de futuro se convirtió en un refugio en el pasado. Jorge Luis Borges, crítico feroz del movimiento, capturó esta paradoja cuando afirmó que el peronismo “tiene todo el pasado por delante”. Esa frase, que originalmente buscaba ridiculizar al movimiento, describe con precisión su actualidad: un eterno retorno al pasado como recurso político, simbólico y emocional.
En su reciente libro ¿Para qué sirvió el peronismo?, Hernán Brienza reflexiona sobre esta cuestión desde una mirada crítica. Para Brienza, el peronismo fue una herramienta histórica que permitió a las clases populares acceder a derechos, dignidad y protagonismo político. Sin embargo, también plantea un interrogante urgente: ¿qué hace el peronismo hoy para responder a los desafíos del presente? Su libro sugiere que el movimiento debe abandonar el lugar cómodo de la mitología y volver a ser una fuerza transformadora, capaz de interpelar a nuevas generaciones y proyectarse hacia el futuro.
Como señala Enzo Traverso en Melancolía de izquierda, muchas fuerzas políticas, tras sus derrotas y fracasos históricos, quedan atrapadas en una forma de duelo melancólico. Este duelo, lejos de movilizar hacia la acción, congela las posibilidades de imaginar un futuro. En el caso del peronismo, este proceso es evidente: la narrativa del “primer peronismo” —industrialista, redistributivo y soberano— y la épica de resistencia al golpe de 1955 se han transformado en un mito fundante que impide pensar el presente más allá de su referencia al pasado.
A esto se suma el fenómeno de la retromanía que describió Reynolds, donde las redes sociales han exacerbado la obsesión por el archivo histórico. Así proliferan bandas tributo, remakes cinematográficas o giras conmemorativas de los 50 años de algún disco emblemático. El peronismo digital, plagado de memes, efemérides y citas de Perón y Evita, convierte los símbolos en caricaturas y los debates en un eterno reciclaje. La política simbólica, aunque efectiva para movilizar en lo inmediato, no responde a las demandas de una sociedad que enfrenta problemas estructurales nuevos, como la transición energética, la desigualdad tecnológica o los cambios ineludibles del mercado de trabajo.
Esta combinación de retromanía y melancolía política produce un movimiento sin horizonte. La glorificación del pasado bloquea la posibilidad de imaginar un futuro que no sea una repetición nostálgica. Pero, como Traverso sugiere, la melancolía no tiene que ser un callejón sin salida. Puede convertirse en un motor creativo si se resignifica el pasado como un archivo de posibilidades.
Aquí es donde las ideas de Carlos Piñeiro Iñiguez resultan clave. Piñeiro plantea que la política debe recuperar la capacidad de imaginar futuros radicales a partir de los problemas del presente. Esto implica abandonar la lógica de reciclar fórmulas del pasado y atreverse a innovar, como lo hizo Perón planteando un programa modernizador para la nueva argentina. En este sentido, debemos hacer propia la exhortación de William Faulkner: “Crear, a partir de los materiales del espíritu humano, algo que no existía antes”.
Salir de la melancolía peronista no significa renegar de su historia, sino resignificarla. Se trata de dejar de utilizar el pasado como un ancla y convertirlo en un trampolín. El peronismo debe entender que su legado no reside en la exaltación nostálgica de su paraíso perdido, sino en su capacidad de proyectar transformaciones cuando todo parecía imposible.
El interrogante que plantea Brienza es crucial: ¿para qué sirve el peronismo hoy? Si la respuesta no implica imaginar un horizonte que hable a las nuevas generaciones y a los desafíos de nuestro tiempo, entonces Borges tendrá razón, y el peronismo seguirá “teniendo todo el pasado por delante”. Pero si se anima a abandonar la zona cómoda de su épica pasada y a inventar lo nuevo, podrá demostrar que todavía tiene futuro.
*El autor es legislador porteño y licenciado en Letras (UBA)

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