Ruta 9: un viaje insólito por el máximo emblema de la corrupción en Santa Cruz
A lo largo de casi 200 kilómetros de ripio en la estepa patagónica, las tareas inconclusas de un millonario contrato vial con Báez son evidencia de una llamativa falta de controles
EL CALAFATE.- Polonia Grzegorczyk, atrapada entre las estancias de Lázaro Báez, se convirtió en testigo inapelable de una década perdida. Por la vera de su campo pasa la ruta provincial 9, camino de ripio y sin letreros, por el que se pagaron sumas siderales y quedó a medio hacer. La historia de su campo se entrelaza con la ruta y con las represas prometidas. La de Báez, con la corrupción en la obra pública que tuvo de escenario esta provincia.
"Hubo intentos, algunos trabajos, pero quedaron en la nada. Cuando llueve es imposible transitarla", relata Grzegorczyk, dueña de la estancia La Martina, a 11 kilómetros del inicio de la ruta provincial 9. LA NACION recorrió los 192 kilómetros de ripio que atraviesan la estepa siguiendo la serpenteante figura del río Santa Cruz. A diez años de haberse licitado, la ruta hoy escenifica el emblema de la corrupción.
La ruta se inicia a 47 kilómetros de El Calafate, en el cruce con la ruta nacional 40, y en sus primeros kilómetros atraviesa cinco de las estancias de Lázaro Báez, el empresario detenido en Ezeiza: Río Bote, Cruz Aike, La Julia, Campamento y La Porteña. A Báez le pagaron para que mejore una ruta que pasaba por sus estancias, donde se expropiaría la tierra y que también sería el camino a las futuras represas hidroeléctricas.
El recorrido se inicia a las 8 de la mañana de un día de octubre. El sol radiante transforma la mañana en una promesa. Los campos se abren dorados y ajenos a las trampas de los hombres. Un letrero desvencijado anuncia: "Plan Nacional de Recuperación Vial". Los montos y los plazos ya no están. Unos metros más adelante la primera advertencia en un letrero amarillo: "Se recomienda no transitar en días de lluvia".
Empieza el ripio. A poco de andar el desvío aparece un camino interior. Se adivinan a lo lejos los hoyos que dejó la retroexcavadora del fiscal federal Guillermo Marijuan cuando, en abril pasado, siguió la pista de supuestas bolsas con dinero enterradas en la estancia Cruz Aike. Desde el asalto de Butch Cassidy y Sundance Kid al banco Tarapacá de Río Gallegos en 1905, ya casi nada sorprende en la Patagonia cuando se trata de policiales.
La ruta 9 escondía muchas promesas. No sólo las represas, sino también una proyección turística: su cruce desde la costa facilitaría la llegada de los viajeros en el verano, acortando el camino en varios cientos de kilómetros.
Era el año 2007 y la empresa Austral Construcciones ya pisaba fuerte en Santa Cruz. El esquema de obra pública entre Vialidad Provincial y Nacional estaba más que aceitado. La provincia estaba a punto de entrar en una crisis institucional y política, pero ni la renuncia ni el recambio de gobernadores impidió que los negocios con la obra pública se mantuvieran inmutables: decididos en Buenos Aires y concretados en Santa Cruz.
A través del expediente 0009067/2007 se tramitaron "Obras básicas y enripiado de la ruta provincial N° 9", se inició el 6 de marzo de ese año y debía terminarse en tres años. La obra se prorrogó por 9 años, lo que generó que el precio inicial contratado, de $ 238 millones, aumentara a $ 547 millones, un aumento del 129% del presupuesto original. Austral Construcciones percibió efectivamente, en razón de las obras realizadas, la suma de $ 525 millones.
La ruta provincial 9 es uno de los casos estudiados por los fiscales Gerardo Pollicita e Ignacio Mahiques que investigan un "plan criminal" encabezado por Néstor y Cristina Kirchner para enriquecer a su "amigo y socio" Lázaro Báez con adjudicaciones de obras viales multimillonarias en Santa Cruz. Por esta causa imputaron a 34 personas y la ex presidenta Cristina Kirchner fue indagada por primera vez como acusada de un hecho de corrupción.
Otra vez en la ruta. Hoy ya no queda nada de los campamentos de Austral, que este año se hicieron conocidos al trascender que empleados cazaban guanacos para sobrevivir. El camino para llegar está cerrado. "En 2008 vimos cómo se armó un gran campamento, con casillas y maquinarias. Estuvo 60 días o menos, después levantaron todo. Nos decían que la ruta ya estaba pagada, pero no habían hecho nada", relata la estanciera que se negó a venderle a Báez. Su campo La Martina quedó rodeado por las estancias del Gru-po Austral.
Las historias sobran. Pero los testimonios se retacean. Sólo los valientes se animan a dar nombre y apellido. "Me quisieron comprar el campo. Fernando Butti (ex contador de Lázaro Báez) me hizo un ofrecimiento para comprar la estancia, pero no llegamos a un acuerdo. Ahí fue cuando ellos me empiezan a molestar", relata Polonia Grzegorczyk.
La mujer no vendió. "No me querían a mí en el medio, como testigo de cosas que no querían que viera. Ser su vecina se convirtió en una mala experiencia", cuenta, y recuerda el 19 de septiembre de 2009 como el día del arreo fatal.
Paso de gentileza
"Yo debía cruzar Cruz Aike con mi ganado, una servidumbre de gentileza que tenemos en el campo. Pero ese día me habían cerrado todos los pasos y me indicaron otro lugar por donde pasar. Cuando llegamos el camino terminaba en un barranco. Las ovejas se empezaron a empujar y a caer unas sobre otras en el agua. Fue incontenible, no pudimos hacer nada. Perdimos 300 ovejas, pero peor aún fue el daño moral que sentí. Supe que esos vecinos no nos querían."
Pasaban los años y la obra pagada, seguía en estado de promesa. En 2011 la empresa Constructora Patagónica Argentina SA rentó el casco de la estancia La Martina y un predio para instalar un obrador. Se presentan como los nuevos constructores de la ruta. Tras cinco meses se fueron sin dejar rastros. "La casa y el predio quedaron destruidos", cuenta la mujer. Se trata de una de las empresas constructoras de Bahía Blanca que emitió facturas truchas para Austral Construcciones. La facturación falsa le permitió a Báez reducir los impuestos ante la AFIP.
En la ruta
Quienes se animen a transitar la ruta se encontrarán con la inexistencia de carteles nomencladores. En el km 56, un solitario cartel avisa: "Máximo 40". Un camión con acoplado aparece en dirección opuesta. Detiene la marcha de esta cronista y, desorientado, pregunta: "¿Voy bien para El Calafate?" Unos kilómetros más adelante aparece un hotel de campo abandonado; un baquiano relata que doña María era una viuda guapa que lo atendía más de medio siglo atrás.
Pocos kilómetros más adelante aparece Fortaleza, el único puesto fijo de Vialidad Provincial. Un lugar sencillo, con algunas pocas máquinas.
La Administración General de Vialidad Provincial era la que debía controlar los procesos licitatorios. Sin embargo, a lo largo de los expedientes judiciales la oficina aparece como un engranaje más del "plan criminal" que denuncia Pollicita.
En el kilómetro 64 aparece La Enriqueta. Una sucesión de tráileres blancos que se enlazan en secuencia y maquinarias estacionadas en hileras rompen la monotonía del paisaje: una bandera china acompaña a otra argentina y la verde flúo de la Uocra. Las tres se deshilachan al viento. Es el campamento de la represa Néstor Kirchner.
Tras pasar el campamento se retoma el camino hacia la nada. En el kilómetro 92, mientras el río corre a la izquierda hay una sucesión de terraplenes que cortan la ruta, y aparece una obra en estado de abandono. Un enorme pozón en el camino y la estructura de alcantarillas de hormigón abandonadas en la ruta forman un paisaje que se repetirá por varios kilómetros.
El segundo tramo del camino sólo se verá interrumpido por el ingreso al obrador de la represa Jorge Cepernic. Hoy el camino es transitado únicamente por las camionetas de la UTE. A lo lejos aparece el valle del río Santa Cruz, que será inundado si algún día las represas dejan de ser algo más que una promesa.