Rosa María Ravera: "Somos creativos, pero improvisados"
La semióloga analiza nuestra sociedad
En estos días, Rosa María Ravera parece una rara avis en el mundillo de la cultura vernácula: no dispara contra el secretario Di Tella. Las polémicas declaraciones del sociólogo sobre el lugar que tendría la cultura en su vida y en las prioridades del Gobierno despertaron ecos que aún no se acallan, pero a la presidenta de la Academia Nacional de Bellas Artes, al parecer, no la conmovieron demasiado.
“Creo que él le da preeminencia a otros aspectos de este campo, también importantes, y que nunca habían sido transitados –evalúa–.Primum vivere, deinde filosofare. Primero vivir, es decir, comer, y después dedicarse al arte, a la ciencia, a la literatura”, dice Ravera, filósofa y semióloga, que también preside la Asociación Argentina de Estética y representa en la Argentina a la Asociación Internacional de Estudios Semióticos, a la que llegó de la mano de Umberto Eco, hace ya 20 años. Es profesora honoraria de la Universidad de Buenos Aires y titular de Estética en la Universidad de Rosario, su ciudad natal.
“Es obvio que si no se come no hay otra instancia posible, pero también es obvio que las necesidades materiales y espirituales van juntas. Lo que parecería evidente es que en Di Tella y en la subsecretaria Magdalena Faillace no hay un interés acentuado en las producciones de alta cultura, sino en manifestaciones -que yo comparto- de la cultura popular, en actividades más modestas, muchas veces artesanales, que no se creía que pudieran tener una proyección cultural."
Ravera -autora, entre otras obras, de "Berni y la pintura", "Cuestiones de estética", "Estética y crítica" y "En torno de la semiótica en la Argentina"- también aprueba la idea de descentralización geográfica que propone la actual gestión, "en coincidencia con la Academia, que tiene una apertura federalista acentuada".
-¿No le parecen contradictorias la declamada voluntad de darles un mayor protagonismo a las provincias o la idea de trasladar museos fuera de Buenos Aires, y la parálisis del Fondo Nacional de las Artes, organismo que trabajó siempre muy eficientemente con la gente del interior del país?
-Vayamos por partes. No tengo dudas de que hay que descentralizar. El Congreso Internacional de la Lengua Española le va a cambiar la realidad a Rosario. Tenemos ciudades culturalmente riquísimas: Córdoba, Tucumán, La Plata. Ya se llevó una subsede del Museo Nacional de Bellas Artes a Neuquén. Esto mejorará la calidad de vida a muchas provincias. Nosotros, en la Academia, hemos retomado una costumbre que no se practicaba desde hace 18 años: realizar el primer plenario del año fuera de Buenos Aires. Este año lo hicimos en Humahuaca y probablemente lo haremos también fuera de Buenos Aires el año que viene. En cuanto a la pregunta sobre el Fondo, por supuesto que no hay que dejarlo caer. Ese es un problema pendiente que, entiendo, está a la decisión del Ejecutivo.
-Hoy se habla de trabajar en áreas y temas en los que los más necesitados descubran su capacidad para realizar actividades culturales. Se da el ejemplo de algunos grupos piqueteros que han decidido reciclarse hacia la actividad productiva. ¿Lo cree posible?
-Claro. Lo que hay que hacer con la gente es hablarle, incluirla, dialogar, porque no se dialoga. Incorporar a esta gente, reconocer su angustia y su necesidad de reclamo. Luego, canalizar esa demanda hacia un trabajo institucionalizado o útil, sea productivo o artístico.
-Algunos cuadros del realismo social ("Sin pan y sin trabajo", de De la Cárcova, "La hora del almuerzo", de Collivadino, "El despertar de la criada", de Sívori, y otras obras paradigmáticas de fines del siglo XIX que se exhiben en nuestro Museo Nacional de Bellas Artes) reflejan el compromiso social de los artistas de aquel tiempo. ¿Cómo se manifiesta esa tendencia en el arte actual?
-Hay obras que implican compromisos implícitos con lo social y con realidades atroces. Hay artistas que tienen una perspectiva política e ideológica. Pero lo que sobresale de la preocupación actual es la búsqueda de nuevos lenguajes y de nuevos materiales. Vemos trabajos en los que se utiliza no ya el óleo sino la pólvora, o la sangre, o donde se representa la figura de las víctimas de secuestros con balines, y tantos otros ejemplos. Hay numerosas alusiones en muchos artistas: León Ferrari, Teresa Volco, Juan Carlos Romero, el grupo Escombros, Norberto Gómez, Graciela Sacco, Juan Carlos Distéfano, Diana Dowek, Nora Correas, Matías Molina, Karina El Azem... Recordemos el excelente cuadro "Exclusión", de Pablo Suárez, con todo el dramatismo que transmite ese muchacho colgando de las manijas exteriores de un tren en marcha... Los artistas están muy movilizados y el compromiso existe. Hay una preocupación que es denuncia, pero inescindible, inseparable, de la búsqueda de nuevos lenguajes y de nuevos materiales.
-Usted preside una comisión para conmemorar el centenario del nacimiento de Antonio Berni, que se cumple el año que viene. Una de sus series emblemáticas, "Juanito Laguna", refleja la realidad de un chico de la calle con oficio de cartonero. Esa realidad, lejos de desaparecer, muchas décadas después parece multiplicarse por la Argentina y por América latina. ¿Qué cree que pensaría Berni de la exclusión social de hoy?
-El caso de Berni es un realismo social con todas las letras, no tradicional, como el del siglo XIX, pero sí acorde con el espíritu de los tiempos. Berni es un paladín en la denuncia, es uno de los creadores, si no el creador, del arte político en la Argentina. ¿Hoy qué pensaría? Lo mismo que lo guió entonces en la representación creativa, pero con evidencias aún más aterradoras.La excepcionalidad de Berni es haber transformado ese desecho de la sociedad en humanidad tierna, que apela a nosotros, que nos reclama. En cuanto a mí, cada vez que me pregunto cómo llegamos aquí, veo un punto de inflexión en diciembre de 2001. Batimos récords, con cinco presidentes en siete días, un default y medio país sumergido en la pobreza. En el mundo pensaron que la Argentina se desintegraba. Ciertamente, la Argentina se fundió, pero seguimos andando y hoy estamos acá. Tenemos que dar batalla en muchos frentes. La pobreza, el desempleo, la inseguridad, exigen respuestas, porque son temas que afectan la gobernabilidad.
-¿Respuestas de parte de quién?
-Son temas que tiene que resolver, en primer lugar, el Gobierno, pero con la ayuda nuestra. Echarles la culpa a los que están, o a los que hace poco se fueron, es tener memoria corta. Hay que empezar a rebobinar y tratar de comprender todo aquello sobre lo que no estuvimos lo suficientemente informados. Las responsabilidades son múltiples y complejas. Debemos tomar conciencia del abismo que separa a los gobernantes de la sociedad civil. Un abismo que hay que salvar. La sociedad civil tiene que asumir responsabilidades. En la Argentina, la opinión pública siempre fue importante. Sin luz verde, no hubieran triunfado la revolución del 55 ni la del 66 ni la del 76. Cobrar conciencia de eso es reconocer que en nuestro pasado, olvidable, hubo una contraparte. No podemos dar luz verde y luego, cuando las cosas se complican, decir que los desaciertos son de los otros, cuando en realidad provienen de nuestras propias elecciones. Por eso, tratemos de elegir cada vez mejor. Y no olvidemos de que en algo los argentinos hemos ganado: podemos estar de acuerdo o no con quienes nos gobiernan, pero a nadie se le ocurriría llamar a los militares. La aceptación del juego de la democracia, con sus aciertos y desaciertos, es un avance enorme.
-¿Cree usted que la pobreza creciente de los últimos años en el país ha estimulado la creatividad de los argentinos? ¿Siempre fuimos creativos? ¿A qué se debe?
-Yo diría que sí, que la ha estimulado, porque el arte tiene una función catártica fenomenal. Frente a situaciones dolorosas, muchas veces hay una necesidad de expresión no lingüística, no verbal. Incertidumbre, zozobra, angustia son sentimientos difíciles de expresar con palabras. En cambio, el artista trata de habilitar otros lenguajes, que son los de la creación humana. Yo diría que el argentino es muy creativo, porque el argentino es despierto, no obedece a códigos ni a reglas, es transgresor... Eso tiene un efecto social negativo, pero también una posibilidad creativa. Habría que conciliar el orden social con esta posibilidad. Porque el argentino inventa lo que no tiene. Somos uno de los pocos países del mundo que ha tocado fondo y que se ha levantado sin ayuda. De esto deberíamos estar orgullosos. Tenemos imaginación, ideas, que a lo mejor no tienen otros pueblos más respetuosos de ciertas normas de conducta. Nosotros, en cambio, nos debatimos entre la improvisación y la genialidad.
-¿Somos un pueblo culto? En todo caso, ¿qué significa serlo?
-Habría que distinguir entre ser realmente culto y estar informado, participar en eventos, estar al día. Yo no reniego de las expresiones culturales multitudinarias encarnadas en las ferias, las megamuestras, los megaconciertos, porque incluso una imagen fugaz, un título, una melodía pueden evolucionar luego hacia una serie de cuestionamientos, de indagaciones, de preocupaciones, de lecturas. Cualquier cosa puede despertar la chispa de algo más profundo, pero también cualquier cosa puede distraernos de una genuina posibilidad de reflexión. Pero, en un sentido amplio, la cultura suele estar más presente en las clases más humildes. Eso es observable.
-¿A qué lo atribuye?
-A que se atienen a normas de comportamiento que consideran válidas, porque es lo que les enseñaron y lo consideran justo. En cambio, el argentino medio, por lo menos cierto tipo de argentino, el porteño, particularmente, ha asimilado y digerido no del todo bien ciertas pautas muy liberadoras, pero al mismo tiempo equívocas, respecto de la modernidad y de la posmodernidad. Entonces, oscila entre esa modernidad un poquito superficial y engreída, y un individualismo a ultranza, cuando no un hedonismo feroz. Pero, por otro lado -y esto se ha visto en los últimos tiempos-, también se encauza hacia una posmodernidad hermenéutica, en el sentido de un retorno, de una activación de la memoria. De hecho, la realidad demuestra que ante las situaciones caóticas y desequilibrantes de los últimos años el argentino se está preocupando por rememorar, por llegar a saber, a enterarse, a recordar, a no dejar caer más en el olvido agravios, atrocidades.
-Pero esta exigencia de no olvidar, ¿no reaviva los enfrentamientos del pasado? ¿No impide mirar para adelante?
-Estamos elaborando muchos duelos e intentando una mayor comprensión y profundización de lo que es la patria. Reconozco que el setentismo, antes que sanar heridas, promueve choques a diestra y siniestra. De todos modos, en estos momentos parecería que el Presidente trata de morigerar sus ganas evidentes de pelear con todos. Da la impresión de que busca consensos: se alía con Lavagna, está en la recta final de la negociación por la deuda, se compromete personalmente en la resolución de secuestros. Me da la impresión de que por fin percibe la importancia de la paz social para la gobernabilidad. Por eso digo que no hay que ahondar en el pasado ni profundizar los enfrentamientos, pero la memoria es importante. Memoria, recuerdo y "nunca más".
-Usted va a exponer dentro de pocos días en Rosario, en el Congreso Internacional de la Lengua Española. ¿Por qué la organización ha sido tan conflictiva?
-Hagamos un mal chiste: sin esas idas, venidas y errores, que no son nunca de una sola parte, no se hubiera enterado todo el mundo de que hay un Congreso de la Lengua. Este importante acontecimiento hubiera pasado sin pena ni gloria para el gran público, como suele ocurrir con la mayoría de los eventos científicos o culturales circunscriptos a especialistas. Pero esta gran desinteligencia, gracias a Dios, como dicen los chicos, ya fue. Ahora estamos a días de este evento importantísimo, que será histórico para Rosario. La ciudad se embellece para acoger este gran acontecimiento.
-Pero en el medio queda la amarga impresión de que somos complicadísimos.
-Para mí, no deja de ser halagador que se pregunten por qué somos así. Somos distintos, es verdad, somos animalitos de análisis, los argentinos... Pero así como nos miran, nosotros también los podemos mirar a ellos y no está dicho que siempre tengamos que hacerlo desde abajo. Hubo muchas palabras, pero cada palabra fue una trampa que ocasionó traducciones, reformulaciones y aclaraciones, pero eso ya es historia y hoy los hechos no pueden ser más auspiciosos. Este evento es muy importante porque el español es la segunda lengua en el mundo, en orden al incremento de hablantes. Ahora aparece en vuestro diario el diccionario sobre el modo de hablar de los argentinos, una investigación que nos honra, con un importante prólogo de Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras. Todo esto nos reafirma frente al mundo. Después de Zacatecas y de Valladolid, Rosario será ahora el centro de un evento intelectual de primerísima línea. Es un avance importantísimo.
-¿Cómo vive, en tanto, noticias como el aumento de la deserción escolar?
-Como una catástrofe. Se nos abre un trágico panorama que va en paralelo con la profundización de la pobreza. Tenemos aquí una hipoteca a futuro. Por eso creo que la deserción escolar nos plantea desafíos, uno de los cuales es la necesidad de retomar la cultura del esfuerzo. La internalización de saberes implica esfuerzos. Hoy eso se ha olvidado y ese olvido constituye un problema social. Lo que impera es el permisivismo y la demagogia. Parecería que exigir más significa mortificar. Entonces, bajamos los niveles de exigencia. Disminuyen los niveles de competencia en la escritura y en la lectura, se profundiza la brecha entre quienes acceden a la tecnología y quienes no pueden hacerlo, hay desjerarquización docente, hay falta de continuidad en las políticas educativas, y de pronto nos damos cuenta de que la violencia de la sociedad irrumpió en el colegio. Por eso el mayor imperativo, a mi entender, es recomponer un tejido social que hoy evidencia dramáticos agujeros. Allí está la base de la cultura: en la adquisición de hábitos para una convivencia social decente, armónica. Humana.
-Estamos ante situaciones que no habían ocurrido nunca, como las muertes de Carmen de Patagones y otros hechos con consecuencias menos extremas, pero igualmente dramáticas.
-Son hechos ante los que la sociedad se quedó muda. Hay que tomar recaudos, porque esto parecería que ya está instalado. Enfoquemos nuestro interés en las relaciones intersubjetivas. El chico de Carmen de Patagones había avisado. Aprendamos a no dejar pasar un reclamo. Enseñémosles a los jóvenes que sus actitudes pueden ser el caldo de cultivo de respuestas descontroladas, e incluso de tragedias. Seamos cuidadosos de nuestro prójimo, cuidemos nuestra relación con el otro. En el análisis de nuestra decadencia no hay separación de temáticas. Están todas relacionadas y superarlas exige esfuerzos mancomunados y evitar el disenso permanente. Hay que consensuar prioridades y peticionar, colaborar, apoyar, tener esperanzas. Esperar y creer o, como dice Gianni Vattimo, creer que se cree. Diría que hay que refundar nuestra sociedad, tender a una nueva amistad. ¡Cuántas cosas perdidas en la Argentina! Tal vez no se perdieron para siempre... ¿Por qué no tratar de recuperar lo que, a lo mejor, está en el inconsciente colectivo de la comunidad, por qué no salvar lo que quizá todavía existe, recuperar la memoria y la esperanza de que lo mejor de nuestra sociedad no se ha perdido y de que podemos reeditarlo?
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