El revival cristinista y las encrucijadas de Massa
Las últimas y las próximas 48 horas han sido y serán otra exhibición explícita de las diferencias existentes entre la retórica y la realidad del oficialismo
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El cristinismo vuelve recurrentemente al centro de la escena con las mismas consignas y agitando los mismos fantasmas de siempre. Aunque ahora deba hacerlo en forma espasmódica y sin poder disimular su declive, no se rinde y contraataca.
Obligados a metabolizar y maquillar sus contradicciones, ante las cámaras, los micrófonos y en las calles, sus exponentes políticos, sindicales y sociales vuelven a vociferar, acusar y amenazar a los poderes locales y extranjeros que no controlan como responsables de sus males y de lo que el Gobierno no logra solucionar. Y hasta logran el acompañamiento en el exabrupto y la desmesura de rivales internos, como Aníbal Fernández.
Todo al mismo tiempo que la cúpula kirchnerista se encomienda, por lo bajo, al éxito de las promesas y contorsiones que hace en Washington el ministro de Economía, Sergio Massa, en busca de benevolencia y tolerancia de sus enemigos declarados: el gobierno de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional.
Las últimas y las próximas 48 horas han sido y serán otra exhibición explícita de las contradicciones existentes entre la retórica y la realidad del oficialismo, así como de la fragilidad del piso sobre el que se para. El revival cristinista expone tanto sus debilidades como potencia las encrucijadas crecientes de Massa.
La manifestación ante los Tribunales fue el corolario de una escalada para reinstalar a la vicepresidenta en el centro de la escena, en defensa tanto de ella como de todo el espacio kirchnerista. Un operativo clamor en cuotas, que tendría su clímax el 25 de mayo, en el 20º aniversario de la asunción de Néstor Kirchner y cuatro años y una semana después del sorpresivo anuncio de la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner. Estación de anuncios. Para el oficialismo no son tiempos sencillos, pero mantiene recursos con los que todavía puede hacer mucho ruido.
Nada servirá, no obstante, para compensar el impacto del índice de inflación que se publicará hoy y que ya el Gobierno sabe que será, otra vez, superior al del mes anterior (6,6%) por cuarta vez consecutiva, con su consecuente impacto en la pobreza. Marzo era justo el mes en el que, según las promesas de Sergio Massa, se iniciaría un sendero francamente descendente de los precios.
No es lo único que desdibuja el intento de reinstauración cristinista. El dólar blue vuelve a romper récords, las previsiones sobre las consecuencias económico-financieras de la sequía se continúan agravando y las previsiones de crecimiento para el año se reducen a cero (con suerte). Apenas el costoso dólar soja trajo ayer un leve alivio. Pero el arco sigue corriéndose y la paciencia social, achicándose, al tiempo que la cuenta regresiva del calendario electoral se acelera. Una ecuación que empieza a desesperar a todas las facciones oficialistas. El resultado da cifras en rojo en todos los pronósticos.
Por eso, Massa gasta horas y cientos de miles de dólares en vuelos en aviones privados para estar en todas las reuniones que pueda con los representantes del “imperio”, como hace en estos días en busca de fondos para mitigar la sequía extrema de reservas que tiene el Banco Central, de nueva tolerancia para los incumplimientos de metas del acuerdo con el FMI y de alguna cuota de oxígeno de otros organismos multilaterales de crédito y de alguna monarquía de Medio Oriente para el plan llegar (o puente de confianza, en términos de Joe Biden).
Así potencia (o sobreactúa) cualquier gesto positivo que provenga de la Casa Blanca o de las dos mujeres fuertes del Fondo, Kristalina Georgieva y Gita Gopinath.
El escudo antichino
A cambio, el ministro se ofrece como el mejor amigo americano ante la preocupación creciente que los Estados Unidos tienen por el avance chino en la región y los desafíos globales que este le plantea. Para eso, Massa hace equilibrio, aprovechando la compleja situación regional y el reciente cortejo del presidente brasileño, Lula da Silva, a China. Imágenes de malabarismos sobre la cuerda floja que el kirchnerismo se ve obligado a editar y retocar.
En ese papel, en el que oficia como el funcionario más confiable del oficialismo para los intereses norteamericanos, Massa relativiza siempre los discursos encendidos del kirchnerismo duro. Procura tranquilizar a sus interlocutores con el argumento de que solo es retórica para sus bases y con que al cristinismo no le queda más remedio que atarse a su suerte y hacer que a él le vaya bien.
“Ahora ya casi no le preguntan por el ultrakirchnerismo. En cambio, empezaron a consultarlo por Javier Milei”, se consuelan en el equipo de Massa, sin reparar en que algunos de sus contertulios norteamericanos han visto, con preocupación, encuestas que les llegan desde Buenos Aires en las que el libertario antisistema aparece trepándose a una segunda vuelta, de la que hoy, según esos sondeos, quedaría afuera al oficialismo.
Al ministro no le sale gratis, en ese contexto, mantener los apoyos y la benevolencia de Washington. “El desvío de las metas y la moratoria previsional cayeron mal acá y nos lo hicieron pagar demorando el desembolso de la cuota del préstamo y con los críticos informes técnicos, en los que demandaban más ajuste del gasto y baja de la inflación. Pero ya los superamos. Con la reglamentación en la que acotamos los efectos de esa moratoria y con el control y la nueva reducción de planes sociales logramos destrabarlo”, sostienen en el entorno de Massa, desde Washington.
Los pronósticos económicos, sin embargo, no auguran ningún horizonte político despejado para el ministro, sino más bien todo lo contrario. En su equipo miran el espejo retrovisor y buscan algún punto de referencia para ilusionarse, con más expresiones de deseos que razones.
“Queremos que abril y mayo de este año sean como noviembre y diciembre de 2022″, dicen en referencia al veranito que el tigrense tuvo tres meses después de asumir en Economía, cuando la inflación de noviembre bajó a 4,9%. Fue demasiado breve. El rebote que había logrado entonces en su imagen se diluyó y volvió en febrero al piso que tenía antes de ponerse la capa de superministro. No obstante, Massa y los suyos mantienen planchado el traje de candidato.
En el frente interno, los besamanos en los Estados Unidos, los tropiezos de la economía y una nueva “genuflexión” (como diría Máximo Kirchner) ante los exportadores agroindustriales no alegran a la cúpula y las bases cristicamporistas.
El esfuerzo que hacen para disimularlo pone a prueba la resistencia de sus materiales y, a medida que avanza el proceso electoral, la dirigencia muestra menos tolerancia a aceptar que se mantenga el ajuste del gasto. Campaña sin “platita” y con inflación muy alta resulta inviable para sus intereses. Y por más que la tolerancia de Washington llegue a niveles casi inimaginables para evitar colapsos, también tiene algunos límites. En ese equilibrio inestable está obligado a moverse Massa. La encrucijada siempre está al alcance de la mano.
Exabruptos y amenazas
Sobre ese telón de fondo fluorescente se recortan, sin poder ocultarlo (o haciéndolo aún más evidente), los discursos encendidos contra la Corte Suprema, los medios de comunicación y los poderes económicos que acompañaron ayer a la movilización en la Plaza Lavalle. Jueguito para la tribuna, según la exégesis massista.
La reunión previa a esa movilización que un grupo de dirigentes sindicales kirchneristas mantuvo ayer con Cristina Kirchner muestra el océano de restricciones y de contradicciones en el que están obligados a vivir.
Los ruegos a la vicepresidenta para que sea candidata a algo, que resaltan la ausencia de opciones electorales del kirchnerismo más puro y duro, volvieron a chocar con el halo de misterio que le gusta ponerle siempre ella a su futuro. Aunque se ilusionaron con una frase que les dejó abierta una rendija: “Ojo, los que están pensando que me voy a dedicar a cuidar a los nietos mejor que se olviden”, según relató el titular de la CTA, Hugo Yasky. Al mismo tiempo, los sorprendió una profesión de fe capitalista de la jefa, según admitió el dirigente estatal Daniel Catalano. Todos hacen equilibrio y contorsiones.
Al igual que con la economía sucede con los casos crecientes de inseguridad que sacuden a la población en el conurbano bonaerense y otros puntos del país. De allí los recurrentes exabruptos del ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, expresados supuestamente en defensa de la cada vez más inverosímil postulación a la reelección del Presidente.
El escenario de “calles regadas de sangre y muertos” que el ministro pronosticó impunemente ayer para el caso de que llegaran a ganar algunos de los precandidatos opositores sonó más a impotencia que a pronóstico para asustar votantes incautos. Con el agravante de que, en el peor de los casos, puede llegar a tomarse como amenaza. Peligroso para la democracia, aunque provenga de Aníbal Fernández, que se acaba de definir en la misma entrevista en el canal C5N como “un carnívoro” en sentido amplio. Para más excesos, el ministro incontinente fue avalado, apenas con algunos matices semánticos, por la portavoz presidencial.
El estentóreo y radicalizado revival cristinista no está solo. Y a Massa solo le crecen encrucijadas.
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