Resiliencia, dureza y tarot, el alma del ángel protector del Presidente
Karina Milei constituye una “diarquía” con su hermano mayor y se transformó en figura fundamental del Gobierno; el pasado de violencia familiar y su fidelidad eterna con Javier
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Acto libertario. Alberto Benegas Lynch (h), el octogenario prócer de Javier Milei, esperaba que lo dejaran ingresar al backstage del escenario. Y la hermanísima Karina le preguntó a un alfil antes de autorizar su ingreso: “¿Quién es?”.
Ocurrió hace ya mucho, cuando los Milei comenzaban a probar las aguas de la política. Hoy es otro baile. Karina fue quien ideó el eslogan “La Libertad Avanza”. Fue, también, quien sugirió que Javier sorteara su dieta de diputado nacional. Fue ella quien lideró el evento de lanzamiento del partido propio de Milei en la ciudad de Buenos Aires. Y fue ella quien anunció el 8 de marzo, minutos antes de una marcha feminista por el Día Internacional de la Mujer, que el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada pasaba a ser el Salón de los Próceres. “Nos importa la gran historia, la gran gesta argentina. Homenajes que son válidos hoy y lo serán dentro de 100 años y no el guiño político estéril a un movimiento militante del momento, que las mujeres argentinas tampoco necesitamos”, recitó Karina, en off, mientras la cámara recorría el salón rebautizado. Para muchos argentinos, fue la primera vez que escucharon la voz de “el Jefe”, la figura que sostiene –y sin la cual no se entiende- al Presidente. Y que en las últimas semanas creció en influencia dentro del equipo de gobierno a expensas de la debilidad de Nicolás Posse.
Un politólogo que los trata desde 2021 remarca que conforman una “diarquía” que ejemplifica con glamour: “Son como John y Robert Kennedy, pero argentinos”. Y un operador que interactuó con ellos como muy pocos durante 2023, ofreció una variante más vernácula: “Me hacen acordar a Lilly Sullos y su hermano, que eran tan apegados que hasta murieron juntos, ¿te acordás?”.
La unión, a veces, proviene de las penas compartidas. Y ellos atravesaron las “palizas normales” y las otras. Incluían un menú de trompadas y patadas provisto por un hombre de casi 2 metros y 100 kilos. El propio Javier relató una de esas golpizas salvajes. Tenía apenas 11 años y en plena euforia de Malvinas se le ocurrió afirmar frente a su padre que la intentona era un “delirio” que terminaría mal. “Beto” le pegó tan duro que su hermana, de 10, entró en shock. Terminó en el hospital. Y desde allí llamó su madre, Alicia, a Javier. Le dijo que él sería responsable si Karina se moría.
La violencia, física y psicológica, se prolongó durante años. Pero registró un punto de inflexión, que tiene dos versiones, según quién la narre. Una dice que un mal día “Beto” también quiso agredir a Karina -o que incluso llegó a pegarle- y que el ahora Presidente le plantó cara. La otra versión es especular: cuenta que “Beto” volvió a lanzarse sobre Javier, pero que fue Karina quien se interpuso. Pero en ambas variantes, el resultado fue el mismo: la violencia que afrontaron –y el modo en que se defendieron de ella- los soldó para siempre.
Él es más explosivo e histriónico; ella, más estable y muy callada. Él dice que ella es Moisés y él, apenas su “divulgador”, un “vocero” de ella y de Dios, aunque el ejemplo no lo favorece mucho: en el relato bíblico, el portavoz de Moisés fue Aaron… y ése es el nombre del perro de Karina, un pastor suizo de blancura inmaculada. A él le interesa sólo la economía; ella se define como “javierista” y se encarga del resto: gestiona la maquinaria gubernamental y teje y desteje dentro de La Libertad Avanza. Ella tiene la última palabra en ocasiones hasta por encima de su propio hermano, según coincidieron una quincena de altos funcionarios, legisladores, colaboradores, socios políticos y miembros de su entorno íntimo que accedieron a dialogar con LA NACION.
La dinámica fraterna resulta tan evidente que Mauricio Macri cambió de interlocutor cuando conoció y comenzó a dialogar con los Milei a puertas cerradas. Empezó dirigiéndose a Javier, pero notó que éste se referenciaba o consultaba cada punto con Karina. ¿Conclusión? El expresidente viró su silla hacia ella, con el León como poco más que un testigo. “Para que te quede claro”, resumió un lugarteniente de los Milei, “si algo le pasara a Javier que lo alejara del poder por unos días, la cosa seguiría adelante como si nada; pero si algo le pasara a ella, el gobierno se caería a pedazos en 48 horas”.
-¿Y en caso de un contrapunto entre los hermanos?-, consultó LA NACION, por separado, a un veterano que recorrió el país con los Milei y los vio interactuar bajo presión extrema.
-Ella ejecuta lo que él quiere, pero cuando no están de acuerdo en algo que a ella realmente le importa –respondió-, ella no discute con Javier, se limita a dejar de hablarle, durante días si es necesario, hasta que él termina cediendo. Ya lo aclaró Javier, ante otra cámara de televisión: “Karina es más inflexible que yo”. Le dicen “Kari”, “la tarotista”, “la bruja”, “la pastelera” y, por encima de todo, “el jefe”. Así la llama él en público y así la llaman todos en el espacio libertario. Evitan “la Jefa” para eludir cualquier reminiscencia o paralelismo con Cristina Kirchner, aunque muchos le temen y casi nadie se atreve a contradecirla, como ocurrió con la expresidenta. La forma en que ambas ejercen el poder espanta los disensos. Confrontarlas conlleva el exilio.
Criada en Villa Devoto, Karina Elizabeth Milei estudió en el Cardenal Copello, como su hermano. Compartió las aulas con José María Listorti. El humorista solía recalar en su casa, distante 5 cuadras del colegio, durante el secundario. Fue a su fiesta de 15 y viajó a Bariloche, con la madre de los Milei, Alicia, como acompañante. “Divina”, respondió cuando le preguntaron cómo era “Kari” en aquellos tiempos.
Formación y apoyo fraterno
Ella es dos años y cinco meses menor que Javier. Él nació en octubre de 1970; ella, en marzo de 1973. Desde chicos son inseparables. Cuando él atajó para el club El Ideal, ella se convirtió en la mascota del equipo; cuando él atajó para San Lorenzo y Chacarita, ella siguió cada partido; cuando él cantó canciones rolingas con el grupo “Everest”, ella se encargó de su vestuario; cuando él lideró una obra de teatro, ella se convirtió en actriz de reparto y se encargó de la producción, el marketing y, otra vez, del vestuario. Cuando él se lanzó a la política, ella acuñó el nombre “La Libertad Avanza”. Cuando él protagonizó un documental, ella personificó a su ángel guardián, con alitas blancas y todo. Y cuando él asumió la Presidencia, ella se convirtió en el engranaje central de la maquinaria.
Todo lo que estudió, incluso, terminó al servicio de su hermano. Se licenció en Relaciones Públicas en la UADE, en septiembre de 2001. Le tomó nueve años graduarse, pero antes, durante y después completó cursos de publicidad, marketing, protocolo y ceremonial, y hasta talleres en el Laboratorio de Investigación en Comunicación No Verbal de Hugo Lescano. Y trabajó en un abanico amplio de variantes que incluyó desde una gomería familiar hasta emprender una pastelería, “Sol Sweets”. Y así como se encargó de pagarle los impuestos y servicios a Javier, es también quien se encarga de su medicación. Sea para dormir, para su dolor crónico de espalda, sus jaquecas y todo lo demás.
La gestión del dinero, tema siempre sensible, también recae en Karina. Junto a sus padres armó sociedades, invirtió millones de dólares y compró al menos cuatro propiedades en Estados Unidos. Un negocio que salió mal, según reveló un equipo liderado por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística y que integraron LA NACION y elDiarioAR. Al asumir, la declaración jurada que presentó ante la Oficina Anticorrupción (OA) la ubicó como la funcionaria con menos patrimonio del gabinete.
Durante las presidenciales de 2023 conformó un tándem con Carlos Kikuchi. Él se ensució los zapatos en el barro de la política; ella se encargó de la recaudación electoral. También retuvo la última palabra en toda la letra grande y chica de una campaña: candidaturas, viajes, entrevistas, hoteles, padrones, encuestas. Casi todo pasó por ella, que también se encargó de recibir a su hermano sobre el escenario en cada uno de los mítines.
El gesto podría resultar apenas un detalle o una suerte de tradición o cábala fraternal, pero no lo es. También es una forma de marcarle la cancha al resto: la gesta es sólo mileísta y el resto la mira de costado o de abajo. Por eso Karina dispuso que nadie compartiera el escenario con Javier la noche del triunfo en el balotaje. Y por eso fue ella la última que lo abrazó en la explanada del Congreso, el 10 de diciembre, antes de entregarle el discurso inaugural que leería ya como Presidente.
La “diarquía” define, a solas, quién asciende o desciende del círculo mágico. A solas decidieron el ostracismo de Kikuchi, Carlos Maslatón, Oscar Zago, Carolina Píparo, Álvaro Zicarelli, Marcos Urtubey, Eduardo “Presto” Presttofelipo, Emmanuel Dannan y tantos más. A solas decidieron sostener a Romina Diez y Lilia Lemoine a pesar del ruido que las rodea. A solas decidieron darle otra oportunidad a Ramiro Marra. Y a solas evalúan qué hacer con Victoria Villarruel.
La relación del tándem fraternal con la vicepresidenta es turbulenta desde hace meses. La hermanísima y ella mantienen una relación tensa. “Cuando se juntan dos del mismo polo, las cosas se recalientan y pueden explotar”, reconoció Villarruel, a fines de marzo. “Claro… y en el medio está Javier... ¡Pobre Jamoncito!”. A “Kari”, sobra decir, le cayó más que pésimo el comentario de “Vicky”. Lejos, muy lejos de 2021, cuando “Kari” la peinaba a “Vicky” minutos antes de grabar los spots de campaña.
Soltera, sin hijos y sin parejas estables conocidas, su norte es preservar a su familia. A diferencia de Javier, que llegó a cortar todos los vínculos con sus “progenitores” durante más de 10 años, ella cuidó de “Beto” y Alicia, y se encargó de restablecer los puentes parentales con Javier, antes de la pandemia, con la ayuda del economista Diego Giacomini, por entonces íntimo amigo de Javier.
Pero esa lealtad indestructible a su hermano y sus padres excluye al resto, novias de Javier, como Fátima Florez, incluidas. Tanto, que hasta Giacomini, que le dio trabajo y un techo, y alimentó a Javier durante meses, también cayó en desgracia. Peor que eso: encuadraron a Giacomini en la categoría de traidor, como Judas Iscariote. Literal. Porque al disentir con ellos, sostienen, traicionó el plan de Dios.
Tajante y dura como puede ser, sin embargo, quienes rodean a Karina destacan que puede también ser muy cariñosa. Otra exnovia de Milei, Daniela Mori, no tiene más que agradecimiento hacia ella por su calidez en momentos en que su hija atravesaba momentos durísimos de salud. Pero canta otro ruiseñor en las lides políticas. “Es muy desconfiada”, cuenta un alfil que interactúa con ella. “Se pregunta por qué te acercás a Javier o a ella y para qué, qué querés sacarles, además de que le disgustan los que tienen alto perfil o pueden quitarle protagonismo a su hermano”.
Propios y ajenos le reconocen su tremenda capacidad de trabajo y cuán metódica es, al punto de que algunos la calificaron como “una máquina”. Curioso contraste, si cabe, con su faceta espiritual. Católica por bautismo y educación, ahondó en las aguas del tarotismo para ayudar a su hermano a comunicarse con Conan, el adorado perro que murió de cáncer en octubre de 2017 y yace enterrado cerca de la playa “Luna Roja” de Chapadmalal.
Entre sus allegados, Karina también suele aludir a las energías, a las constelaciones, a la biodecodificación y al aura de las personas. Pero sólo a unos pocos allegadísimos les recomendó que acudieran a la veterinaria Celia Melamed si querían conversar con sus mascotas. Le pasó a un amigo cuyo gato estaba en las últimas.
Karina sabe que muchos descreen de esa dimensión metafísica. Y en ocasiones ella se permite bromear con eso. En esas ocasiones dice que es una “bruja”, pero buena, y relata sus aquelarres con otras hechiceras. Fueron tiempos en que Karina y Javier se movieron entre tarotistas, fanáticos del cosplay, como Liliana Lemoine, y del formoseño Luis Padrón, más conocido como “el Elfo argentino” tras invertir al menos US$85.000 en más de 30 cirugías estéticas para asemejarse a esa criatura mitológica.
Sin militancia partidaria, recorrido político, ni experiencia en la administración pública, ella se muestra recelosa. “La política es una basura”, sintetizó su parecer sobre “la casta” cuando accedió a sentarse frente a la cámara de Santiago Oría, documentalista afín. Pero su desconfianza hacia la política conlleva un problema. Acaso deba ser, el año próximo, candidata a diputada nacional.
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